Me suda la Polca

Jesús Calamidad

Me estoy quedando calvo

...me ha crecido un flequillo psicosomático

Me estoy quedando calvo. Cuando creí que ya me había librado, joder, voy y me quedo pelón, mocho, clarón, mondolirondo, glabro, testabrillante. ¡Zas, en toda la boca! ¡Zas, en to-da-la-bo-ca! ¡Zasca! Qué cruel es la vida, madre mía. Uno cree que ya ha sobrepasado la zona de peligro y se relaja, danza por el mundo con zapatos ligeros de twist y melena al viento ignorando las señales de advertencia que demuestran, inequívocamente, que la sensación de seguridad es una falacia y que en lo que respecta a ciertas desdichas no es suficiente con dejar atrás el bosque embrujado. Luces cenitales de ascensor que evidencian el cartón, alfombra de cabellos tupida en la bañera tras el aseo, la mitad inferior de la frente pletórica de arrugas de expresión y la superior reluciente y tersa como el cuero de un tambor, abundancia capilar en las sienes y carestía en la coronilla..!Bah, es solo un mal ángulo, esta iluminación no favorece a nadie, tengo la piel deshidratada, nunca me sacan bien en las fotos, los cabrones! La verdad es que estaba claro pero no lo quería ver. No hay más ciego que el que no quiere ver, ¿verdad chato? La negación, la poderosa y pertinaz negación. Tampoco es la primera vez que me pasa, lo de la negación, lo de quedarme pelón sí que es la primera porque nací con una mata de pelo impropia de un bebé. Lo de quedarse calvo, intuyo, es como los cuernos - mis psicólogos insistían en que hay que sacarlo todo fuera -, que todo el mundo lo sabe menos tú, hasta que ya es tarde, hasta que ya es pública y notoriamente tarde. En ambos casos, una vez sucede, no hay solución honorable. Ni Turquía, ni asesoramiento matrimonial, ni bisoñé, ni acudir desesperadamente a que la segunda parte de “El padrino” fue mejor que la primera, ni rescate posible, ni que me vendas la moto. La calvicie y la infidelidad emponzoñan el alma rebajándola al fango de la conmiseria. Es el deshonor militar para la masculinidad, el arrebato de galones, la baja deshonrosa del servicio activo. Si no de qué estarían los calvos y los cornudos todo el santo día aludiendo a su condición y luciendo magníficas gorras y sombreros como pavos reales. De qué si no, porque escuece. De qué si no, estarían los melenudos y los corneadores todo el santo día vanagloriándose de ello. El corazón delatador de las verdades primigenias atrona en frecuencias que no pueden ensordecer los emparedamientos y soterramientos con las que pretendemos hacerlas desaparecer. Mira cómo anda lo “woke”, se le está viendo todo el cartón, tres pelos locos le quedan. De nada le sirvió convencerse falazmente de ser heredera del pelazo propio de la izquierda proletaria y revolucionaria, la de verdad; de nada. Se conoce que la izquierda “woke”, la niña pop, ha salido a la madre. Yo apostaría a que no es hija biológica del padre porque es que ni al nacer, la nena está ya casi en los veinte, se le parecía.

Lo de no querer ver la realidad tiene un nombre, está estudiado y todo, si mal no recuerdo, pero no me viene a la quijotera ahora mismo. Yo lo llamo el efecto “anteojeras”. Un breve apunte para guiris y para los de la ESO: “Anteojeras, f. pl. En las guarniciones de las caballerías de tiro, piezas de vaqueta que caen junto a los ojos del animal, para que no vean por los lados, sino de frente”. En el arte del toreo, en la suerte de varas, directamente les vendan los ojos para que ni de frente vengan venir los cuernos. Sí, se puede extrapolar a otras artes de la vida, ¿verdad chato?, pero no estamos en eso. Sigo. Nos las colocamos y ya no queremos ver más allá de lo que las anteojeras nos permiten ver, que de ahí viene lo del antojo, claro. Las usan frecuentemente las parejas sexoafectivas a menos que ya vayan por la suerte de varas, los padres de los sociópatas, los militantes políticos, los que profesan una fe religiosa, los que cursan grados de estudios socioculturales de género, las bandas tributo, las personas que se visten como sus hijos, las que se tintan el cabello y los calvos incipientes, claro. Todos abocados a la decepción que ellos mismos están alimentando con ilusiones en visión de túnel. Los más afortunados al menos, los menos ya están perdidos en la mirada de las mil millas sin remisión alguna. Desafortunadamente para los últimos solo queda una última cena en su Jonestown particular.



Tenemos una idea de qué somos, de quién somos y de cómo nos vemos que suele estar a tomar por culo de la realidad, aún más lejos que de la idea que los demás tienen de nosotros. Sí, no somos tan inteligentes ni tan bobos, tan guapos ni tan feos, tan nobles ni tan villanos. La inmensísima mayoría de nosotros solo somos estiércol para abonar el mundo. Y cito: “You are all singing, all dancing crap of the world.”, Palahniuk (1.996). Fight club. Goldmann. Fin de la cita. Así se cita Bunbury, no es tan difícil. Lo que ocurre es que nos han envenenado con un concepto de la excelencia oportunamente torcido, hasta tal punto que ya no somos capaces de reconocer la genuina excelencia. Por ende tampoco somos ya capaces de reconocer la genuina decadencia porque en ese mismo sentido nos han inoculado con el desapego a la realidad que concierne a cada edad; con sabor a fresa y con electrolitos ordeñados a mano, sin conservandes, de la mismísima fuente de la eterna juventud. De modo que siendo el abono del mundo nos vemos a nosotros mismos como singularidades imprescindibles. En ese sentido conviven adecuadamente, para regocijo de algunos, un plátano pegado a la pared de un museo de arte con cinta adhesiva americana y los viejos y viejas viviendo una vigésima primera adolescencia disfrazados de sus yoes duodecenarios solo que con la losa de sus cincuenta inviernos a cuestas. La exaltación de la vulgaridad. Efectivamente, cosas fuera de su sitio, cosas fuera de contexto, cosas forzadas a truncar su natural devenir, en el que pacerían en paz, por el interés espurio de unas élites mal medradas que no conocen el fin de su avaricia, aunque ello suponga el fin de los torpes avances que la humanidad, tras innumerables calamidades, ha conseguido inexplicablemente alcanzar. ¿Gracias a qué? Gracias a que nos enorgullecemos de portar nuestras anteojeras por mucho que nos estén desollando el cogote. Lo entiendo, es más cómodo ser un jamelgo de carga con la visión siempre en el camino marcado, pensándose falsamente grácil lipizano trotando elegantemente en la escuela española de equitación de Vienna - ambos al trotar del que te monta, que ya es triste - ,que un cimarrón libre expuesto a saber que a ambos lados de su cabeza tiene un mundo al que discutir.

Yo voy a ser un calvo cimarrón, sin anteojeras. Si estaba de rock, así será. Como cumplir años y recordarte los que tienes para no caer en trampas. De hecho voy a galopar en esta nueva libertad capilar:

–       Odio el turismo, propio y ajeno, lo detesto. Es el viajar de los bobos. Es un cambio de escenario cómodo, ridículo y desesperado.

–       Jamás me tendría que haber tatuado. El tatuaje, actualmente, son las tetas de silicona de los que quieren parecer malotes o interesantes o putillas. ¡Mal! Si vas a invadir tu sistema inmunitario con algo a lo que tendrá que responder sin pausa, al menos, hazlo por algo verdaderamente importante, bobo. Yo ya solo respeto los carcelarios, ahí sí.

–       No eres artista si no estudias tu disciplina, punto. Poder pasar por uno no te hace uno. Engañar a un ignorante no es meritorio. ¿Dejarías a un notas sacarte una muela porque dice tener el talento para hacerlo? Pues eso. Un plátano pegado con cinta americana en tu premolar izquierdo no te recuperará la pieza.

–       El amor no se manifiesta en los buenos ratos, en la bonanza, en la paz. El amor se fragua en la fatalidad, en la carencia, en la guerra y en la enfermedad. El resto es prostitución, utilitarismo. ¡Ojo! No tengo nada en contra de andar de putas o de putos, pero las cosas claras.

–       Hay que poder dormir entre siete o ocho horas seguidas o estás jodido. Expulsa inmediatamente de tu sueño todo aquello que lo impida. Sea lo que sea. En los aviones está claro: “Póngase la mascarilla de oxígeno usted, antes de auxiliar a otros”.

–       Los hombres y la mujeres no somos iguales. Además, espero que nunca lleguemos a serlo. Solo deseo que seamos iguales ante la ley, eso sí. ¿Pero iguales? ¡A qué puto enfermo o enferma se le ocurrió generalizar con eso! Los anteojeras, eso fue.

–       El rock´n´roll no ha muerto, está de parranda.

 

P.D.: Si crees que voy a leerme todo el ladrillaco que llevo escrito para corregir algo, vas bien de ansiolíticos. Aquí queda. Suscribo cada palabra y la niego categóricamente. El viento ya no mesa mis cabellos, no puede porque ya no hay cabellos, pero la ausencia de flequillo me ha abierto un panorama de posibilidades. Cimarrón.

P.P.D.: ¡Es broma! Sigo igual de ciego, me ha crecido un flequillo psicosomático. !Me cago en Freud!