Mediodía en la provincia de Jaén

Ana Cortecero

El pulgar y los bárbaros

La opinión de Ana Cortecero


¡Le han arrancado el pulgar a una de las dos manos gigantes del monumento dedicado en Jaén
al personal sanitario! Instintivamente miro mi mano y he sentido una punzada dolorosa en mi
buen ánimo.

Cuando era una niña recuerdo cómo mi abuela usaba el pulgar para estampar su firma en la
escasa documentación que, en aquella época, tenía que firmar una mujer de su edad, viuda
desde los treinta y un años y con cuatro hijas a las que criar. Entonces, leer y escribir no es que
trazara la línea entre la ignorancia y el saber, pues, como escuché decir una vez al premio Nobel
Saramago: “Mi abuelo era analfabeto, pero también el hombre más sabio que he conocido”. La
diferencia esencial entre manejarse en el mundo de las palabras escritas o sencillamente
perderse entre los signos pintados con tinta en un papel, se traducía en debilidad, en una
necesidad precaria, en definitiva, en una dependencia agigantada. Y cuando escucho la
preocupación de las personas mayores de la España vaciada porque les han cerrado las oficinas
bancarias y les ofrecen a cambio el galimatías de la aplicación en un móvil, comparto su
indignación por un mundo que los arrincona y los condena por su analfabetismo digital.



Y vuelvo a pensar en el pulgar mágico de mi abuela, en la barbarie de quienes mutilan estatuas y
en la barbaridad de quienes descuidan a quienes salvan vidas. Sin pulgar no hubiéramos
evolucionado como lo hemos hecho, las manos con cuatro dedos no nos hubieran facilitado la
escritura, la comunicación ni la transmisión del conocimiento. Intente escribir un whatsapp sin el
pulgar. Imagínense al campeonisimo Nadal cogiendo la raqueta de tenis sin el dedo gordo de su
mano izquierda.

Tal vez el vandalismo con el monumento de Jaén sea un eco, una extensión de la barbaridad
política que se está cometiendo con el personal sanitario, agotado por la pandemia, ninguneado
por la administración y maltratado por unos descerebrados que han olvidado que ahora mismo
estamos en sus manos, unas manos que necesitan sus cinco dedos para sacarnos de este
agujero negro lleno de virus y de bárbaros.