La Plataforma en Defensa de la Universidad de Jaén ya es uno de los principales activos que tiene esta provincia contra su olvido histórico por los poderes políticos. Posiblemente a ese estancamiento socioeconómico ha contribuido -también y en buena medida- el propio conformismo y pasividad de una sociedad acostumbrada a que sean otros los que dirijan su destino.
Con esta doble inercia, institucional y social, parece poco probable que podamos superar un presente que nos coloca en el filo de esa que llaman la España vaciada. Quizás sea este último el porvenir más cercano en el tiempo para esta tierra. A no ser que los Dioses de un Olimpo sólo imaginario decidan cambiar los pasos, casi irremediables, hacia un mundo no tan remoto de aquella Andalucía del pasado, cuando la esperanza se llevaba sólo en el alma y la maleta de los jóvenes que emigraban a la España más desarrollada. Quizás los hubo hace mucho tiempo. Aquellos aceituneros altivos que ensalzaba el poema de quien fue silenciado por un régimen infame que algunos empiezan a añorar de nuevo, hoy y aquí.
Por fortuna en la Universidad de Jaén todavía existen y han cobrado forma gracias a una plataforma compuesta de profesores y otros miembros de la comunidad universitaria que reivindican algo tan simple, pero tan difícil muchas veces, como una dosis definitiva de justicia.
A quienes se ponen la medalla de “constitucionalistas” habría que recomendarles la lectura de una parte importante de esa norma fundamental que es de todos. En especial de aquella parte de su articulado donde –el valor de la justicia- se proclama como un compromiso inherente a la Constitución, desde el que se señala el camino hacia la igualdad real y efectiva de la ciudadanía y los territorios donde ésta habita.
Pero la Plataforma en Defensa de la Universidad de Jaén necesita justamente de aquellos por cuyo futuro está luchando, a viento y marea de opositores que actúan desde dentro y desde fuera contra la defensa de una ilusión colectiva. Necesita, porque paradójicamente creo que no lo tiene por hora, de un sostén verdaderamente activo de los jóvenes. Y no me refiero sólo a los estudiantes que conforman en ella su proyecto de vida; sino al apoyo de unas jóvenes generaciones de profesores, sin duda los potenciales y próximos agraviados si esto sigue el camino inverso al que hemos fraguado las, hoy ya, viejas generaciones que hemos venido construyendo esta universidad.
Nuestra universidad, pese a sus defectos y carencias, ha alcanzado un puesto relevante entre las instituciones de enseñanza superior de este país; lo ha ganado en poco tiempo y con bastante de voluntarismo.
Pero hoy estamos ante el anuncio de un nuevo paradigma del agravio territorial con Jaén. Como siempre entrelíneas y eufemismos de los que gobiernan desde la capital del reino. Se trata una vez más de una forma de desprecio de la Junta de Andalucía para la sociedad de Jaén, que vive inconsciente y despreocupada de lo que puede significar el progresivo abandono hacia esta universidad.
El retroceso hacia una época en la que existían universidades de primera y aquellas otras que jugaban siempre en la liga de la consolación. Lo está advirtiendo –lo estamos avisando- desde esta especie “Consejo de ancianos” (o casi), para que nadie desvíe nuestra atención hacia lo que debería la senda correcta de una universidad pública, que siempre ha estado orientada hacia la ciencia y el bienestar de esta sociedad.