Hoy es 25 de noviembre y tenemos que hablar de la violencia hacia las mujeres. Ojalá este día no hiciera falta, pero cada vez es más necesario recordar que aún nos queda mucho camino por recorrer. Hoy, tanto en televisión, como en radio, en prensa escrita y digital y en redes sociales, hablaremos de esa violencia ejercida contra las mujeres por el simple hecho de serlo. Hablaremos de violencia física, psicológica, sexual, económica… Qué abanico tan amplio, cuántas formas ha encontrado el mundo para hacer sufrir a las mujeres. Y es llamativo que, cuando parece que avanzamos en alguna de estas áreas, de repente tomamos conciencia de otras formas que no habíamos considerado.
Hoy quiero centrarme en una de esas violencias que, por su frecuencia, todavía nos cuesta identificar: la violencia institucional.
El concepto de violencia institucional por razón de género aparece por primera vez en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de la Asamblea General de Naciones Unidas de 1993. Se entiende como cualquier acción u omisión, por parte de instituciones públicas o privadas, que resulte en la negación o restricción de los derechos de las mujeres. Una definición amplia que engloba múltiples formas.
Cuando un juez interroga de manera agresiva e irrespetuosa a una mujer que ha denunciado una agresión sexual, a nadie nos cuesta reconocer que sus derechos están siendo vulnerados. Lo vimos claramente en España, y lo vio el mundo entero. Eso es violencia institucional.
Cuando profesionales de la medicina infantilizan, hacen comentarios despectivos o ningunean a una mujer, eso también es violencia institucional.
Cuando una asociación de mujeres empresarias —creada precisamente para equilibrar y cuestionar el monopolio masculino en los espacios empresariales y profesionales— se encuentra sistemáticamente ignorada, relegada o tratada como una entidad de segunda categoría, estamos ante un ejemplo evidente de violencia institucional.
Cuando estas mujeres, cansadas de “las fotos de la vergüenza” en las que solo aparecen hombres representando el tejido empresarial, levantan la voz y aun así no son escuchadas ni reconocidas en igualdad de condiciones con el resto de asociaciones empresariales, no hablamos de un problema abstracto: hablamos de una discriminación real, concreta y actual. Esto está sucediendo aquí y ahora, y tiene consecuencias directas en la participación, la visibilidad y las oportunidades de las mujeres en el ámbito económico y profesional.
Esto no es una idea vaga ni un problema lejano. Está pasando aquí. Está pasando ahora. En esta ciudad. Y nombrarlo es el primer paso para cambiarlo.
Ojalá el 25N deje de ser necesario. Pero aquí y ahora, mientras quede una sola mujer enfrentándose a cualquier forma de violencia, todos los días deben ser 25 de noviembre. Porque la conciencia no puede ser anual, la responsabilidad no puede ser simbólica y la lucha no puede esperar al calendario.