Agenda constitucional

Gerardo Ruiz-Rico

La España trumpista que nos espera

Cada vez más jóvenes están asumiendo la normalización del autoritarismo

No es difícil imaginarla. Con la que está cayendo en todo el mundo de ideología ultraconservadora y reaccionaria, los ultramontanos están haciendo caja electoral allí donde se presentan, en cualquier democracia, allende los mares y en esta orilla. Sí, también en este lado del planeta, dentro de la vieja Europa de las libertades y los derechos, ese lugar que habíamos pensado -ingenuos- inmune a los tiempos y los regímenes de la intolerancia y la injusticia. Creíamos que la película no iba con nosotros; ignorantes una vez más en la historia, cuando “el huevo de la serpiente” (I.Bergman) estaba creciendo ya dentro de nuestras fronteras.

Es la nueva cara del fascismo, con el que algunos están dispuestos a negociar su dosis de poder en los gobiernos, tanto del centro como de la periferia. Todo sea por imponer eso que llaman “cambio político”, que en realidad no es sino una inversión de los valores y compromisos fundacionales en favor de la democracia y la igualdad, aquellos horizontes que se marcó la ciudadanía de este país hace lustros en aquella Constitución que surgió de las tinieblas del franquismo.



Los que pregonan la vuelta al pasado, y quienes alientan esa nociva esperanza con pactos y acuerdos en defensa de la España “auténtica”, están  moldeando una sociedad con la que seguramente en pocos años no nos sentiremos identificados.

Tienen, paradójicamente, su mejor adalid y claro paradigma en el gobernador de la Democracia más antigua de la humanidad. Ese presidente (lo pondré en minúsculas porque no se merece otra cosa) que desde la potencia global acaudilla un inesperado pistolerismo de salón oval; el que firma con líneas más que gruesas -¿acaso es que se le olvidó escribir?- ficticios planes de paz, sólo aptos para otros autócratas que se dedican al tiro al blanco con poblaciones inermes y pacíficas. El inefable mandatario que insulta a los periodistas que no son de su cuerda ideológica, o que falta el mínimo respeto a las mujeres por el sólo hecho de serlo. Una nueva versión del monarca absoluto que aterroriza a los que vienen del Sur, sospechosos siempre de no ser americanos de pura cepa. Y lo peor es que hay quienes aplauden esas expulsiones indignas de inmigrantes encadenados con los grilletes de los antiguos esclavos de otra época.

Un ejemplo a seguir, parece ser. O quizás un método eficaz para recuperar la “españolidad” -así se ha llamado- en los barrios de nuestras ciudades; olvidando que la España real de hoy está hecha de playas mestizas, de jardines llenos de niños con colores diferentes en su piel, de hombres y mujeres con la misma humanidad y derechos que los “cristianos viejos”.

Lo preocupante sin duda es que cada vez más jóvenes están asumiendo la normalización del autoritarismo. Aquellas generaciones futuras que poníamos como ejemplo y esperanza de un planeta más habitable, más libre e igualitario, aceptan sin dificultad el discurso de unos salvapatrias que en realidad sólo creen en llegar al poder para desde allí eliminar ese sueño.