Abrimos y cerramos cada año las fiestas con la monarquía en cabecera, unos con camellos y armiño y otro en traje de chaqueta y despacho. Ellos nos traen sus presentes y cada casa se lo agradece según costumbre, a los magos les ofertamos un poquito de anís y mantecados en su único día de trabajo para que puedan continuar y al de carne y hueso le dejamos cada año una asignación en los presupuestos del estado.
Nadie en este país se resiste a empezar las fiestas sin la tele encendida y viendo, aunque sea de soslayo, la tarde de Nochebuena lo que nos cuenta nuestro actual rey. Siempre en forma de bonita composición, siempre estudiada, el traje y corbata, algún motivo navideño de fondo, un árbol o un Belén, y alguna foto familiar que este año ha actualizado de forma extraña con voluntarios y ejército en la catástrofe de Valencia en medio de ese escenario de lujo del Palacio Real como fondo. Elige cuidadosamente los temas entre los que sus asesores le recomiendan, intentando no dejar atrás nada importante ni sacar nada demasiado revoltoso, y para acabar nos desea Feliz Navidad. Y ya van 10 similares desde que su padre pasó a ser emérito y se marchó tranquilamente a tierras más cálidas y solo nos visita en regatas. Así cada año damos paso con él a las cenas familiares donde pronto se olvida, y al día 25 teniendo los y las comentaristas que les haya tocado trabajar ese día algo de lo que hablar.
Y como el que no quiere la cosa, desde hace 10 años, y mientras preparo la comida festiva y divago por mis particulares musarañas, no puedo evitar pensar que además del cambio climático, la vivienda, el paro o la DANA alguna vez debería referirse a algo más cercano ya que estamos en fiestas familiares. En esta década, rara es la semana que no se publicita a bombo y platillo los escarceos amorosos y económicos de su padre, aquel que le dejó el lugar del discurso y que desde que se fue es portada de revista día sí y otro también, y del que desconocemos al margen de los presupuestos del estado por donde nos ha salido la broma. Nadie, ni él, ni su hijo ni sus abogados (siempre son varios) han dicho nada en contra, ni a favor, se ha corrido un tupido velo de silencio…
En este continúo hacer luz de gas sobre un comportamiento tan real como reprobable para la inmensa mayoría de los y las españolitas de a pie, seguirá siendo un teatro bien estudiado pero tan falso como los tres reyes magos. Lo más parecido a una disculpa que hemos visto fue ese “lo siento, no volverá a ocurrir” dicho con cara de pena, y que hasta nos hizo pensar que el pobre era débil y estaba aburrido con su vida no real. ¡A cualquier puta se le escapa un peo! que diría mi abuela Luisita, y lo podríamos justificar.
Sin unas disculpas o un improperio por parte del rey de verdad, el de ahora, todo me sigue sonando a montaje. En mi carta de deseos para el próximo año quisiera que me trajera un poco de realidad, de lo que está en la calle, y pida perdón aunque sea más falso que el carbón de los reyes magos, pero que no me trate de forma condescendiente, nunca he podido con las buenas formas falsas.
Suerte que a los pocos días llegaron, como cada enero, los reyes de verdad, los que sí aportan regalos y un ratito de felicidad a pequeños y mayores, los que conocen nuestros gustos y deseos, aunque a veces no acierten en las tallas. Y este año, de rebote, nos han traído un cambio en el Ayuntamiento en forma de moción de censura. Acabó el año con las uvas en la Plaza de Santa María y comenzó allí también un nuevo periodo. El cambio se despachó en un acto educado y tranquilo, asumiendo cada grupo su nuevo papel, lejos de las macro declaraciones de quienes ven los toros desde la barrera.
Y un deseo para la nueva carta, que sus tres majestades, las reales, traigan fuerza y entendimiento a nuestros gobernantes para que esta nuestra querida ciudad arranque y el próximo seis de enero Melchor, Gaspar y Baltasar se paseen en tranvía. Feliz año nuevo.