“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo” dice una estrofa del famoso poema de John Donne, en el que el poeta metafísico inglés describe que toda la Humanidad se encuentra conectada y nada de lo que ocurra a una persona es ajeno al resto.
Somos sociales, no porque vivamos en poblaciones del tipo y tamaño que sea, sino porque estamos unidos en un entorno común al que llamamos sociedad. Es un logro evolutivo. Podemos cambiar de localidad pero no podemos vivir al margen de la sociedad sin vernos despojados de una parte relevante de nuestra esencia.
La naturaleza de nuestras relaciones con los demás puede ser muy diversa y de ella depende la propia naturaleza de la sociedad. Si los vínculos son débiles y sustentados únicamente en el interés particular, la sociedad será frágil, por el contrario, si además de lo personal hay un reconocimiento de la aportación individual al bien común estamos ante un indicador de sociedad fortalecida, independientemente de que disponga de una Administración más o menos compleja.
Recientemente, en un congreso de voluntariado humanitario organizado por Nueva Acrópolis, una de las líneas de exposición de algunos ponentes fue la necesidad de promover la convivencia, uno de los rasgos de las sociedades desarrolladas, como paso previo indispensable para crear redes humanitarias sólidas y consolidadas. Si queremos hacer frente a las necesidades de ayuda que se atisban en un futuro cercano, incierto y erosionado por las crisis de diversa índole, es necesario empezar a trabajar desde la convivencia.
La convivencia es un tipo de relación en la que los seres humanos vivimos y dejamos vivir. No se trata de indiferencia hacia los demás (la insensibilidad ante las circunstancias negativas no deja vivir), sino de convivir, disfrutar juntos de la vida y resolver juntos los problemas. La convivencia implica una relación basada en lo que nos une, los valores y capacidades interiores comunes a todos de tal manera que ante una necesidad, la ayuda mutua (otra capacidad adquirida por evolución) se desenvuelve de una manera más efectiva, como una consecuencia natural.
Estas próximas fechas navideñas son por definición momentos de reencuentro de familiares y amigos, en un escenario cada vez más escorado a un consumismo compulsivo con efectos devastadores para el medio ambiente y la propia cohesión social. Pero el reencuentro puede ser también una oportunidad formidable para empezar a practicar la convivencia, que requiere vivir y dejar vivir.