La relación de Jaén con la agricultura es un poco contradictoria, por un lado es nuestra principal fuente de riqueza pero sin embargo, a pie de calle se respira indiferencia e incluso cierto desdén por el mundo agrario.
En nuestra provincia no tenemos un tejido industrial fuerte y bien repartido por el territorio, ni siquiera la red eléctrica suficientemente potente para poder sustentarlo; no tenemos infraestructuras y siempre nos engañan en los presupuestos de todos los gobiernos. El turismo, pese a los poderosos estímulos que poseemos (cultura, naturaleza, historia, gastronomía) vive una sempiterna situación de precariedad y su contribución a la riqueza es aún muy marginal.
Las nóminas de los trabajadores públicos (y el magro sector servicios que mueven dichos sueldos) y la agricultura son las únicas entradas económicas relevantes para la provincia.
No nos engañemos. No hay más, ni se le espera.
Por tanto creo que habría que resolver la situación que tiene Jaén con la agricultura, deshacerse de complejos y disimulos y admitirlo abiertamente: somos un territorio de agricultura y medio ambiente. A falta de un sesudo, ambicioso e inexistente ‘Plan Jaén’, sólo nos queda evitar que se lleven trabajadores públicos y recomponer lo mejor posible la única cesta donde están casi todos los huevos de nuestra economía, la agricultura.
Dicho lo cual me pregunto: ¿qué se hace por aprovechar al máximo la riqueza del campo? Y me respondo: no lo suficiente.
La rentabilidad del olivar depende en gran medida de la actualización del conocimiento y el desarrollo tecnológico, y me temo que la gran mayoría de los agricultores no tienen acceso a esta formación. Nuestra Universidad nunca miró con decisión al olivar y la única oferta formativa que mantiene es un máster demasiado lleno de demasiadas líneas de conocimiento, que lo vuelven poco práctico. Por no haber, ni siquiera existen programas de formación profesional agraria repartidos por toda la geografía provincial. Sólo los cursillos especializados y aislados que organizan academias, asociaciones agrarias y un pequeño centro del Instituto de Formación Agraria (IFAPA) a todas luces insuficientes para una provincia exclusivamente agraria como la nuestra.
Nos preocupa que no hay relevo generacional, pero ¿donde aprenden los jóvenes la profesión, salvo repetir lo que hacen sus padres o abuelos, la mayoría de los cuales quedaron al margen de los increíbles avances tecnológicos y de conocimiento que se están produciendo?
Estoy convencido de que si los jóvenes, cuyo mundo es tecnológico, tuviesen la formación y la tecnología actual que ya se aplica al campo en general y al olivar en particular (en otros territorios), se pensarían el hacerse agricultores como una opción a tener en cuenta.
¿Dónde está el apoyo científico al campo de Jaén? ¿Dónde los grandes programas de I+D+i? Existen, pero creo que no en la proporción que exige el medio millón largo de hectáreas de olivar que constituyen la mitad de nuestra provincia.
¿Dónde está la industria auxiliar olivarera, de maquinaria grande y pequeña, de complementos a la elaiotecnia? ¿Cómo es posible que nuestra geografía no esté repleta de industrias de todos los tamaños y colores que abastecen de lo necesario para el cultivo del olivo y la extracción del aceite?
¿Dónde está el Laboratorio de Referencia del Olivar que iba a proporcionar un buen apoyo para la producción de calidad y la fitosanidad del cultivo? Sólo hay un Laboratorio de Sanidad Vegetal, cada vez peor dotado de personal e instrumental.
¿Dónde está la cultura del aceite? ¿Cuántos de nosotros tenemos nuestra marca preferida de aceite, como sí la tenemos de vino o de cerveza? ¿Cuántos distinguimos entre un ‘picual’, un ‘arbequina’ y un ‘hojiblanca’?
Pues eso, Jaén tiene un desencuentro con la agricultura, casi su única esperanza, que debe solucionar.