Quien a buen árbol se arrima

Manuel Ruiz

Otoño, bálsamo reparador

El Observatorio Astronómico Nacional sitúa la puerta astronómica que cierra este duro verano de 2022 y nos introduce en el otoño, en la madrugada...

El Observatorio Astronómico Nacional sitúa la puerta astronómica que cierra este duro verano de 2022 y nos introduce en el otoño, en la madrugada del 23 de septiembre.
Dejamos atrás un verano que ha tenido mucho de infernal en el sentido literal de la palabra, con excesivas y prolongadas temperaturas máximas, pavorosos incendios que se han propagado con una virulencia inusitada, una sequía profunda y desconocida en muchos lugares de España, que está dejando al descubierto el lecho de los embalses y nuestra gran fragilidad como sociedad, tan dependiente del líquido elemento como lo eran nuestros más remotos ancestros. Un verano agresivo que creo que hemos vivido como una suerte de ‘canto del cisne’, apurando la oportunidad de unas vacaciones desesperadas por beberlas intensamente, gastando en muchos casos posiblemente las últimas posibilidades de hacerlo antes de ingresar formalmente en la precariedad y la pobreza.

Siguiendo un análisis de los acontecimientos y las consecuencias de lo que vivimos y decidimos como sociedad, el otoño, y el invierno, serán tan duros e infernales como lo ha sido el verano. Pero dejadme que me detenga en el símbolo, en el escenario que se abre en la representación simbólica del otoño.

Aún cuando se espera más cálido y seco de lo normal, aún cuando ya no es posible disimular una profunda crisis social y económica, el otoño goza de una simbólica llena de esperanza. La naturaleza dota a esta estación de los argumentos necesarios para que el futuro pueda imaginarse de colores. La verdad es que la Vida expresada a través de la Naturaleza siempre nos ofrece razones, en cualquiera de las estaciones, para albergar la esperanza.



Por eso dejadme que ante el otoño lleno de incertidumbres para unos o de certezas preñadas de tristeza y desesperación para otros, dibuje una línea, un solo escenario imaginario que sea el otoño como bálsamo reparador.

Porque representa la oportunidad de desprenderse de lo caduco, de lo obsoleto, de lo que no sirve, de lo que ya se convierte en un deshecho que puede llegar a ser nocivo. Sin esa oportunidad, nuestro corazón no podría ser desalojado de tantas emociones paralizantes procedentes de vivencias pasadas, de miedos y prevenciones que ya no tienen razón de ser, de incertidumbres que, como pesados cortinajes, nos impiden disfrutar de nuevas posibilidades.

Sin la oportunidad que representan las hojas caducas del otoño, la capacidad de desprendernos de nuestros prejuicios, de nuestra ignorancia, de nuestras ideas circulares y obsesiones, nos llevaría un esfuerzo ímprobo.

El otoño se dota además de otro símbolo poderoso, la semilla que se siembra, que representa la continuidad de la vida. Es el tiempo de sembrar, de plantar y cuando se hace se experimenta una sensación muy particular, de liviandad, de ofrenda a la vida, especialmente si se hace directamente con las manos.

El simbolismo de la simiente sembrada y germinada es muy especial, porque realmente la semilla, en un ambiente oscuro y tenebroso, entra en una crisis profunda y definitiva que se resuelve en el surgimiento de una nueva existencia.

Por eso, dejadme que dibuje esta línea irreal del otoño como bálsamo reparador, durante unos breves instantes antes de que el duro otoño coja el testigo de un duro verano, porque los símbolos que la naturaleza nos muestra como característicos de la estación, nos ofrecen perspectivas en las que hay sitio para la esperanza.