Los hechos son bien conocidos más allá de los límites provinciales de Jaén porque distintos medios nacionales se han hecho eco de ellos. Los resumimos: con ocasión del aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA, el alcalde Agustín González Romo ha publicado esta semana un artículo periodístico en el que afirmaba que el presidente Pedro Sánchez “se mantiene equidistante entre las balas y las nucas”; la frase del regidor jiennense hizo más ruido y provocó más indignación de los que su autor debió imaginar al escupirla; los socialistas jiennenses, con Paco Reyes a la cabeza, exigieron indignados “rectificación o dimisión” y el alcalde les tomó la palabra retirando sus palabras con esta explicación: “En ocasiones, la tristeza y la rabia hacen que no se acierte con las palabras. Desde la humildad más sincera, matizo y rectifico mi tribuna de opinión de hoy, para evitar cualquier tipo de confusión o malentendido”.
Peguntado ayer por los periodistas, González Romo reiteró que “a veces uno no escoge las palabras más adecuadas; en cuanto fui consciente, rectifiqué”. La rectificación no incluía, sin embargo, una disculpa dirigida a Pedro Sánchez. Aunque no hay por qué dudar de esa “humildad sincera” que le ha llevado a “matizar y rectificar”, es significativo que no pida perdón a la persona objeto de su infamia. Si insultas gravemente a alguien y luego retiras tus palabras pero no pides perdón al ofendido, ¿es sincera y aceptable tal rectificación?
Cabe preguntarse: ¿cuándo fue más sincero el alcalde, cuando escribió lo que escribió o cuando lamentó haberlo escrito? Creeríamos que lo habría sido en el segundo caso pero solo si hubiera acompañado su rectificación de una disculpa. Al atribuir González Romo su frase de las balas y las nucas “a la tristeza y la rabia” que “hacen que no se acierte con las palabras”, habrá que concluir que su tristeza y su rabia eran genuinas y a renglón seguido preguntarse en qué burbuja de necio seguidismo vive un tipo que se siente sinceramente desolado por unas balas que hace ya la friolera de doce años que dejaron de reventar nucas inocentes.
Un célebre ‘dictum’ romano que los estudiantes de latín conocen bien advertía de que “la palabra pronunciada no sabe regresar” (Nescit vox missa reverti). Cierta anciana de Jaén a la que conocí hace años tenía su propia versión del proverbio: “Antoñito, ten cuidado, las palabras que se tiran ya no se pueden recoger”. El alcalde tal vez piense lo contrario, pero se equivoca: las palabras que tiró ya no puede recogerlas, solo puede simular que lo hace. Haber retirado su fea frase le honra, pero haberlo hecho solo a medias lo señala, lo enturbia, lo identifica como un hombre lo bastante listo para admitir su error, pero no lo bastante noble para pedir perdón.