Bien pudiera Felipe González Márquez recitar para sí los versos del 'Romance sonámbulo' de Lorca: "Pero yo ya no soy yo/ ni mi casa es ya mi casa". Felipe, a quien los más cercanos llamaban 'Dios' a sus espaldas, ya no es Felipe ni su casa es ya aquel PSOE que él llevó a unas cotas portentosas de popularidad y al más alto prestigio y respeto del socialismo español ante las principales cancillerías de la Cristiandad.
El expresidente del Gobierno ha estado completa y deliberadamente ausente de la campaña electoral del 23-J justo en el momento en que más lo necesitaba su partido para salvar los muebles amenazados por el vendaval de la derecha. A la postre, Pedro Sánchez no solo ha salvado los muebles, sino la casa misma que los albergaba: el PSOE no ganó, pero como si lo hubiera hecho. El 23-J quien ganó perdió y quien perdió ganó. Así sucedió también hace 13 años en Andalucía, cuando Javier Arenas ganó pero perdió y José Antonio Griñán perdió pero ganó.
En esta campaña, ha sido José Luis Rodríguez Zapatero quien ha hecho de Felipe González, arengando vigorosamente a las desmoralizadas huestes socialistas como solía hacer antaño Felipe cuando el partido lo reclamaba. Zapatero ha recuperado la mejor versión de sí mismo en los mítines y entrevistas televisivas, reivindicando sin complejos la hoja de servicios del Partido Socialista y muy en particular el haber firmado como presidente la derrota definitiva e irrevocable de ETA. En campaña vimos a un Zapatero indignado ante la vileza del Partido Popular, en cuyo ADN sigue dominando peligrosamente el gen autoritario del mal perder. Para el PP, ETA sigue viva no porque de verdad siga viva sino porque no fue él quien firmó su acta de defunción.
Es imposible precisar cuántos votos ha sumado la lealtad de Zapatero en esta campaña, pero no han debido ser pocos. Su presencia y sus palabras de apoyo sin reservas certificaban ante la militancia de siempre que Pedro Sánchez no es, como sugiere el silencio de González, un tipo dispuesto a sacrificar la identidad y el honor del Partido Socialista en los altares de su ambición, sino un político enérgico y audaz cuyos pactos con el diablo no solo no han desvirtuado las esencias socialistas, sino que han contribuido significativamente a avanzar en el programa de igualdad, tolerancia y progreso que González primero y Zapatero después impulsaron desde la Moncloa.
Eso no significa que los recelos de un González, un Alfonso Guerra o un García Page sean del todo infundados. Ningún socialista ignora que las alianzas políticas y parlamentarias de Sánchez tienen severas contraindicaciones y pocos riesgos: a fin de cuentas, Esquerra, Bildu y no digamos Junts encarnan una vieja y persistente pulsión separatista que para la inmensa mayoría de españoles no vascos ni catalanes sabe a cuerno quemado porque nos devuelve a lo peor de nuestro pasado al poner en cuestión lo más valioso con que cuenta cualquier sociedad: la convivencia política y la concordia civil.
Sánchez y los suyos piensan –no pueden no pensarlo, puesto que los necesitan y en política es habitual convertir la necesidad en virtud– que los pactos del socialismo con el independentismo servirán para meter a este en vereda y hacerle comprender que tiene que volver a respetar las reglas de juego porque sin ellas deja de existir no ya el juego limpio, sino el juego mismo. Los frutos de legislatura recién concluida parecen darle la razón a Sánchez, ciertamente, pero la partida no ha terminado. Felipe y los suyos piensan, por el contrario, que las tales alianzas no son propias de un partido de Estado como el PSOE; es lo que piensa también el PP, aunque por motivos muy distintos. Es pronto, en todo caso, para saber cómo acaba todo esto: si el independentismo regresa a la concordia merced a sus pactos con un partido español y españolista o si es este el que acaba por deteriorar la convivencia nacional al juntarse con quien la considera menos valiosa que el cumplimiento de sus ensoñaciones patrióticas.
A los históricos del socialismo español, Rodolfo Llopis y compañía, nunca les gustó, y con razón, el Felipe González que, después de arrebatarles el poder orgánico, despacharía el marxismo de los estatutos del partido sin despeinarse. Y lo mismo le sucedió a Felipe con Zapatero. No así a Zapatero con Sánchez: política y generacionalmente ambos se sienten más cercanos entre sí que con la generación política anterior, con la que nunca compartieron del todo el jacobinismo fundacional del partido creado por Pablo Iglesias.
Tras esta campaña electoral en la que ha estado desaparecido, el Felipe González que fue durante décadas referente ideológico y moral del socialismo español ha pasado a mejor vida. Dios ya no es Dios. Su palabra ya no va a misa. A quien la parroquia socialista escucha ahora con atención y respeto es a José Luis Rodríguez Zapatero, aunque todos los fieles saben que 'Bambi' nunca podrá ser 'Dios' porque Dios no hay más que uno, nació en Sevilla y sacó 202 diputados en el año de gracia de 1982.
Antonio Avendaño
Régimen AbiertoZapatero toma el relevo de Felipe
Tras su inhibición en la campaña del 23-J, el Felipe González que fue durante décadas referente ideológico y moral del socialismo español ha pasado a mejor vida