El pasado día 9 de septiembre podría llegar a convertirse dentro de unos años en un día recordado; en un día determinante para explicar nuestra situación social pero que, sin embargo, y como suele pasar en estos casos, ha pasado totalmente desapercibido para lo opinión pública española. Hace dos lunes, Mario Draghi presentó un informe, de unos 400 folios, titulado "Competitividad de la UE: mirando hacia el futuro" en el que establece un diagnóstico y una terapia para la situación política y económica de Europa. Draghi, que recibió el encargo hace un año por parte de la Comisión Europea, va más allá y no se limita a señalar los males, esos que no nos cuentan, de nuestras sociedades sino que, ante la evidente brecha tecnológica y empresarial entre la UE y nuestros rivales EEUU y China, da por finalizada la globalización y su modelo económico, el neoliberalismo, del que fue uno de sus principales defensores, y establece las bases del juego en el que se desarrolla actualmente la política mundial.
Pues bien, dicho planteamiento, determinante para las decisiones políticas que se tendrán que afrontar a todos los niveles en el corto y medio plazo, ha sido obviado por el espacio mediático público, pasando como un mero apunte de economía lo que es el debate sobre el futuro de Europa y, por tanto, de nuestro país. Ante la decisión que determinará qué tipo de sociedades vamos a tener en los próximos años, aquí nos mantienen entretenidos con Venezuela, Cataluña y otras noticias tan trascendentes, nótese la ironía. Mientras se está decidiendo nuestro futuro, nuestros representantes públicos parecen no tener mucho que decir sobre ello, bien porque Europa nos pilla muy lejos, porque son temas muy complejos o porque a ellos lo que de verdad les preocupa es quién ganará en el enfrentamiento entre Broncano y Motos. Seguramente dentro de un tiempo vendrán las lamentaciones como: "la culpa es de los tecnócratas", "las decisiones se toman a espaldas de la gente" y otra serie de lugares comunes pero, a la hora de la verdad, ni unos ni otros se preocupan de lo importante, y dejan que se tomen decisiones en otros ámbitos mientras atestiguan que, como bien dice el refranero, "no hay peor ciego que el que no quiere ver" o, en otra versión, "no hay peor sordo que el que no quiere oír". ¡Así nos va y poco nos pasa!
Pues sí, el 9 de septiembre de 2024, Mario Draghi, expresidente del BCE, decretó la desaparición del neoliberalismo y el fracaso de su modelo y sus recetas económicas, las mismas que él impuso durante años, asfixiando a países enteros, especialmente en el sur de Europa. Y lo hace porque la realidad le (nos) ha propinado una bofetada sobre la deriva económica de la UE, esa que nos negamos a ver y a escuchar. El informe pone sobre la mesa un diagnóstico claro: la economía europea está estancada y decrece año a año fruto de decisiones y un diseño europeo nefasto, situándonos por detrás del resto de zonas económicas, no sólo EEUU y China, sino también de los países emergentes. Y, para apoyar esta conclusión, ofrece algunos datos para echarse a temblar. Por ejemplo, que entre las 50 empresas tecnológicas más importantes del mundo sólo encontramos cuatro europeas. O que, por hablar del sector más importante del PIB español (10-12% de nuestro PIB), la producción de vehículos en la UE ha pasado de representar el 31% del mercado mundial en 2000 al 15% en 2022 (las ventas han descendido un 16%, unos 1,5 millones de vehículos). O que producir en Europa cuesta un 30% más que en China pero que allí se obtiene ya una mejor tecnología. Casi nada.
Y, ¿qué estrategia propone Draghi para salir de esta situación? La verdad es que el apartado de soluciones del informe, aún siendo debatibles muchas de ellas, es bastante amplio y llega al fondo de algunos de los problemas detectados pero, sobre todo, destaca, y aquí radica la importancia del informe, porque implica un cambio radical respecto a la política económica europea de las últimas décadas. En primer lugar, se plantea una enorme inversión, del orden de 800.000 millones de euros anuales, para la adopción de medidas de calado. Dicha financiación tendría una parte pública y otra privada, la cual provendría, y he aquí una novedad, de la emisión de una especie de eurobonos. Hablamos del mismo Draghi que, junto a los "austeros" países del Norte, ni se inmutó cuando en 2014 el ministro Varoufakis le solicitó la emisión de eurobonos para poder salvar la economía griega y condenó al país heleno a una espiral de recortes sociales y miseria, acabando de camino con Varoufakis, ya que había que salvar el Euro y salvaguardar a los confiables noreuropeos mientras se castigaba a los despilfarradores del Sur. Pues bien, ahora, Draghi viene a decir que esta Europa dirigida por el Norte sólo puede tener futuro si hacemos un "Plan Varoufakis" a lo grande, ya que su estrategia neoliberal nos ha llevado a la ruina, olvidando que por el camino también dejaron caer nuestras pensiones, nuestra sanidad, nuestros salarios, nuestra educación, etc.
Además, Draghi no achaca (o deja de hacerlo) la pérdida de competitividad y el estancamiento económico a los consabidos "males endémicos de la burocracia europea", como llevan haciendo todos los analistas y políticos durante los últimos 40 años, para después insistir en las fracasadas y criminales recetas de "reformas estructurales", que no significaban otra cosa que recortes de derechos laborales y gasto público. Al contrario, lo que se plantea ahora es un plan de reindustrialización, con esa enorme inversión pública, centrado en aquellos sectores que "su neoliberal UE" ha ido destruyendo, a base a privatizaciones, deslocalizaciones y despidos masivos: energético, tecnológico y materias primas.
El diagnóstico de Draghi, alejado del optimismo sin fundamento y de la autocomplacencia típica de nuestros líderes, nos sitúa ante una Europa que ya no es una potencia industrial ni económica y que ha perdido numerosas oportunidades de innovación tecnológica y energética. Y las causas son múltiples, pasando todas ellas por un deficiente funcionamiento de la instituciones de la UE: desde el elevado precio de la energía por la falta de recursos propios a la dificultad para asegurar suministros fiables, pasando por cuestiones más de fondo como el escaso peso en defensa o la escasa formación de nuestra mano de obra, debido fundamentalmente al deterioro de los sistemas educativos y de las políticas sociales (el 21% de la población entre 20-64 años de la UE está inactiva; 8 millones de europeos que ni estudian ni trabajan).
La salida a esta situación supone un giro político y económico radical, emitido por alguien de peso en las altas esferas europeas que, desechando su propio pasado, nos advierte de que el ciclo económico ha cambiado y, o Europa cambia con él o sucumbirá a él. El fin del neoliberalismo y la globalización, iniciado ya por Trump y el Brexit en 2017, ha llegado y, mientras llega su relevo, la supervivencia pasa por mantener activos los sectores productivos mediante una cada vez mayor inversión público-privada, desechando las políticas de contención del gasto. De lo contrario, "la agonía para Europa será lenta”.
Pero más grave que el contenido del informe es la escasa repercusión y, por tanto, conciencia pública del problema y de la importancia del momento. Mientras seguimos enfrascados en debates absurdos e infantiles, las decisiones cruciales, política, económica y socialmente, se van a tomar porque Europa no tiene otra opción. Aunque, como ya es habitual, la UE reaccione tarde y a contrapié, el marco está fijado, ya que las propuestas de Draghi no son más que un "corta y pega" de las políticas que los países que lideran esta carrera llevan aplicando un tiempo, por más que supongan un cambio drástico para la UE. Frente al empuje del enfrentamiento entre EEUU y China y la posición aventajada de otros como India, Europa está obligada a desechar sus recetas fracasadas y su modelo anquilosado, frenado por la insolidaridad, la falta de política fiscal y presupuestaria común y de una estrategia de defensa unificada.
Las dificultades para adoptar un nuevo rumbo van a ser importantes, debido a la ausencia de unidad europea y perspectivas comunes, las resistencias a adoptar otro tipo de política económica y el rechazo al proteccionismo y el gasto público. Pero, inevitablemente, se decidirá tomarlo, sea cual sea ese rumbo: puede aplicarse la estrategia que propone el informe u otra; podría hacerse de forma conjunta o únicamente en algunos de los países miembros, puede suponer una mejora de nuestras condiciones de vida o imponernos nuevos recortes y sacrificios a los ciudadanos europeos, etc. Pero lo que es seguro es que una nueva estrategia va a imponerse porque la UE no puede permanecer en la posición en la que está actualmente.
En resumen, lo urgente e importante, es si estamos presentes en ese debate, si nuestros políticos nos hacen partícipes del mismo y defienden nuestros intereses, o si permanecemos (y permanecen) "ciegos y sordos", con nuestros enfrentamientos insustanciales habituales. Porque si no, como en tantas ocasiones, tendremos que esperar a leerlo todo en los libros de Historia mientras lamentamos nuestra histórica mala suerte.