Una tragedia inmensa. Una catástrofe sin precedentes, a pesar de que este mundo de avances tecnológicos supuestamente nos ha preparado mejor para afrontar las emergencias naturales, y un dolor inenarrable, el que va a permanecer durante mucho tiempo en tantas y tantas familias. A todos, a usted y a mí, nos recorre un escalofrío al recordar las imágenes que nos han llegado en estos días. A todos nos invade una sensación de rabia e impotencia ante las narraciones de los afectados y de sus familias. Todos nos mostramos incrédulos ante las declaraciones de los equipos de rescate y las peticiones de tantos y tantos voluntarios que están arrimando el hombro en lo que haga falta. Todos nos hemos sorprendido ante unos acontecimientos que nos imaginábamos imposibles hoy en día, porque los creíamos evitables. Pero aquí está, ante nuestros ojos: el mayor desastre natural desde hace más de 100 años, al que todavía no podemos ponerle número ni final.
Es indudable que de todo acontecimiento se pueden extraer explicaciones, causas y responsabilidades, y en este caso no sólo nos indignamos ante la magnitud de la tragedia sino que debemos exigir responsabilidades, de un nivel similar, al menos, al desastre, hasta el punto de que entiendo que la Fiscalía podría estar ya analizando posibles implicaciones penales. Decía antes que todos compartirnos la indignación ante lo que ha pasado y, por ello, nos hemos hecho las mismas preguntas: ¿por qué?, ¿qué se hizo mal?, ¿se podía haber hecho algo más o algo diferente?, ¿quiénes son los culpables?, etc. Y todos hemos ido respondiéndolas, aunque siguiendo la rivalidad identitaria con la que interpretamos nuestra realidad, cada uno habrá obtenido unas respuestas distintas y unos nombres diferentes, polarizando hasta un punto de no retorno. Sin embargo, creo que esto no es más que una enorme falta de respeto a las víctimas, a las familias y a los afectados. Se utilizan estas preguntas y sus respuestas, necesarias y oportunas, para sacar rédito de todo tipo (político, económico y social), todos y cada uno de los que lo hacen, que no son pocos. Lo único que nos debe guiar es el respeto a las víctimas y, si sus muertes eran o deberían haber sido evitables, lo único que debemos plantearnos es cómo hacer que esto no vuelva a ocurrir. Así que prefiero que extraigamos conclusiones de los hechos, de lo ocurrido y de lo demostrado. Los nombres, las culpas y la responsabilidad de cada uno, asígnenlas ustedes después como prefieran y que cada palo aguante su vela.
A pesar de las muertes y el enorme grado de destrucción, no se puede decir que un hecho así fuera inimaginable. Hace apenas un mes, hubo riadas que causaron decenas de muertes en Europa y Marruecos; en 2021 murieron casi 200 personas en Alemania; hace cuatro años, el temporal Gloria dejó un rastro de devastación enorme en la misma zona. Es innegable que el calentamiento global está desatando desastres naturales de mayor virulencia y, como lleva diciéndose años, el Mediterráneo es una de las zonas más vulnerables, por una serie de factores físicos, climáticos y sociales. Por tanto, habrá que prepararse ante el enorme riesgo de volver a sufrir un evento de estas características, porque se sabe que será así. O debería saberse. Nuestro clima ha cambiado y esto lo cambia todo. Y aún no estamos preparados para este cambio.
Cierto que en la zona son frecuentes estas tormentas de gota fría y sus consecuencias, que suelen descargar gran cantidad de agua en poco tiempo, pero no son eventos tan destructivos como el de esta semana. La cantidad de lluvia en apenas unas horas fue un 12% más intensas de las habituales gotas frías. Las precipitaciones saturaron rápidamente los suelos, generando crecidas súbitas en torrentes, cauces y ramblas que se desencadenaron en pocas horas. Esta DANA se ha visto amplificada por el cambio climático, lo que nos lleva a un nuevo escenario del que hay que aprender, adaptarse a él y planificar. Nos corresponde a todos, por tanto, tomárselo en serio y rechazar ese negacionismo climático absurdo y, ante esta desgracia, criminal.
La intensidad de las lluvias fue extraordinaria e histórica, llegando a más de 600 mm en algunos sitios pero el problema no sólo fue la lluvia, sino los cauces desbordados, que han ocasionado multitud de víctimas. Estamos hablando de l'Horta de Valencia, es decir, "La Huerta" que desemboca en La Albufera, una planicie donde llega el agua y los sedimentos de numerosos barrancos. Nuestro modelo de ocupación del territorio (porque en muchos casos no se puede hablar de ordenación), especialmente en la costa, ha fomentado la construcción en los cursos estacionales del agua, en aquellas zonas que pueden estar secas durante muchos tiempo pero que en algún momento se vuelven a llenar de agua, y en los propios cauces de los ríos. No es ninguna novedad; aquí tenemos nuestros "Puentes". Y en esta zona, inundable en sí misma, se ha construido enormes infraestructuras y poblaciones enteras, densamente pobladas. No puede extrañar que esto haya sido un factor que ha multiplicado la pérdida de vidas, de damnificados y de daños económicos. Vamos ganado espacio al mar y a los ríos pero, en algún momento, el agua los va a querer recuperar.
Y no estamos hablando de una zona de pequeñas poblaciones, que pueden colapsar fácilmente. No, estamos hablando de ciudades de 20 mil, 40 mil y 80 mil habitantes. En un área de 300 Km de superficie (menos del término municipal de Jaén) vive medio millón de habitantes, con una de las mayores densidades de población del país. Imaginen el grado de urbanización e infraestructuras que no han hecho más que empeorar la situación. Ahora toca reconstruir y pensar en evitar que se repita pero, desgraciadamente, esto no se resuelve con más cemento de cara a un futura DANA. Se puede reducir el riesgo en algunas zonas puntuales con presas de laminación, pero no es suficiente. Si se sigue impermeabilizado casi toda el área con carreteras, centros comerciales, polígonos y nuevos barrios, estamos creando "diques" en zonas inundables que se convertirán en "ratoneras". Hay que analizar si se puede o no vivir en las zonas inundables y hacer una reestructuración del territorio, hablemos de viviendas legales o ilegales o de cualquier tipo de infraestructura pública (carretera, paseo marítimo, etc.) Ya que estamos, también deberíamos pensarlo aquí en Jaén. Por cierto, ¿recordamos cómo se llama históricamente la zona de expansión norte de nuestra ciudad, entre ella el paraje del nuevo centro comercial? Sí, "Las lagunillas". Los nombres tienen una historia y deberían hacernos pensar.
Por tanto, conociendo los riesgos de ese urbanismo desordenado y depredador, ¿merece la pena anteponer los derechos de los residentes, que los tienen, si con ello nos ponemos todos en peligro? Piensen en cualquier tipo de vivienda, legal o alegal, construida con esfuerzo y que ha sido permitida por las Administraciones. Se puede compensar, resarcir y reconocer los derechos consolidados pero lo primero, y lo único, debería ser evitar más muertes.
¿Y cómo se afronta una crisis de estas dimensiones? Mucho se ha hablado sobre si la actuación de las Administraciones Públicas ha sido causa del agravamiento de la catástrofe natural. Veamos la cronología. La AEMET emitió un primer aviso sobre "tormentas fuertes o muy fuertes y persistentes durante el martes 29" el viernes 25 de octubre. El domingo 27 hubo un segundo aviso advirtiendo de que el martes habría una mayor probabilidad de precipitaciones intensas en puntos de la Comunidad Valenciana. El lunes ya se hablaba de nivel máximo naranja en las zonas interiores de Valencia y el martes a las 7 de la mañana subió la intensidad de la DANA a nivel ROJO, que amplió a toda la provincia a las 10 de la mañana. A lo largo de la mañana ya hubo inundaciones y rescates de personas atrapadas. Muchos ayuntamientos cerraron centros educativos, igual que la Universidad de Valencia, que cerró esa mañana. La Diputación de Valencia lo hizo a las 14 horas, mandando a sus trabajadores a casa. A las 10 de las mañana ya habían caído 122 litros, más de 100 en menos de 150 minutos. La Confederación Hidrográfica del Júcar emitió esa mañana varios mensajes de alerta ante las crecidas de los ríos y el desbordamiento de algunos barrancos. La activación de las emergencia se produjo cerca de las 15 horas, después de que a las 13 horas la Comunidad avisara de que estaba "amainando". Sin embargo, la gran mayoría de la población permaneció haciendo su vida normal, trabajando o desplazándose, a pesar de las fuertes lluvias de media tarde, cuando se produjo el auténtico desastre: 220 litros en tres horas. El aviso preventivo a la población para permanecer o volver a sus domicilios hacia las 20 horas, cuando había miles de personas fuera de sus casas, atrapados en unos trabajos de los que no les dejaban salir o en la carretera, volviendo a ellas de sus trabajos, pero todos expuestos a la tragedia.
No hubo medidas excepcionales ni de las Administraciones ni de las empresas, algo inconcebible en un país desarrollado que cuenta con los medios con que cuenta España. En lugar de iniciativa y precaución, primó la sensación de que "no pasaba nada", la imagen pública y los negocios, el coste político, el oportunismo y la productividad. La responsabilidad está clara: es directa, amplia y señala a demasiada gente. No es necesario nombrarlos a todos.
La población, sorprendida y sin preparación, se enfrentó a un escenario dantesco que no alcanzaba a comprender. Es muy llamativo el ejemplo del Huracán Milton que pasó hace poco por dos países tan diferentes, política, económica y socialmente, como EEUU y Cuba. Estuvimos pendientes los días previos al desalojo ordenado y controlado de zonas enteras y de la preparación para el evento. Y contemplamos a una población preparada que, con diferentes sistemas políticos y grados de recursos económicos, estaba educada sobre riesgos ambientales: qué hacer en caso de alerta roja, dónde ir y dónde no ir (por ejemplo al garaje a ver el coche), de qué encargarnos y cuándo suspender toda actividad. Al final, y descontados los daños materiales, se consiguió evitar un elevado número de víctimas. Nosotros necesitamos pedagogía y preparación para saber, por ejemplo, que es fundamental abandonar el coche. Porque lo normal es que siendo, después de la vivienda, el gasto más importante que hacen las familias y siendo una herramienta vital para tantas cuestiones cotidianas, uno tenga la necesidad de salvarlo. Pero es que el caso de una riada es muy difícil hacerlo y, probablemente, nos arrastre. Es solo un ejemplo de todo lo que nos falta.
Y llegamos a las horas y días posteriores y el escenario es aún peor. Existiendo protocolos de gestión de conflictos y de coordinación de efectivos para estos contextos, lo que hemos contemplado no nos ha parecido acertado, empezando por una gestión política en la que lo importante era en muchos momentos el mero cálculo de beneficio a obtener. Se puede decir mucho sobre esto pero basta con revisar la hemeroteca para ver que en esta, como en anteriores catástrofes, los representantes políticos han ido muy por detrás de las necesidades de la población y de las respuestas espontáneas de solidaridad de toda España.
España no es ningún Estado fallido pero queda claro que muchas cosas han fallado. El Estado sirve y en este caso ha respondido ante las necesidades de una emergencia. Ejército y fuerzas de seguridad, bomberos y protección civil, sanidad y salud pública son la mejor forma de solidaridad y seguridad en los desastres. Eso no quita que la manipulación política de la tragedia debería pasarle factura a todos los políticos que han quedado en evidencia por su particular “juego” de reproches, acusaciones mutuas y “mirar para otro lado”.
Demasiadas cuestiones sobre las que pensar y analizar posteriormente. Ahora hay que trabajar y ayudar. Y hacer que las víctimas sean evitables. La responsabilidad está encima de la mesa y las consecuencias de ella tendrán que llegar, tarde o temprano.