Dice una célebre expresión de un poema español del siglo XIX que "... es que en el mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira". Nada es inmutable e, inevitablemente, nuestro mundo está dominado por la subjetividad y el relativismo, sin que la verdad pueda ser definida de forma estática, sino sujeta a la subjetividad de quien intenta detentarla, especialmente cuando nos referimos a unas ciencias sociales sometidas a las constantes transformaciones de las sociedades humanas.
Sin embargo, a pesar de la dificultad que supone, analizamos siempre el mundo que nos rodea con nuestro propio cristal, como si no existieran más cristales o más colores, más explicaciones o más elementos de juicio, e intentamos convertir nuestras conclusiones en "la verdad", la única posible, con las consecuencias que ello conlleva. Nos cuesta entender que podemos estar equivocados porque nos faltan datos y conocimientos de otras sociedades y de otras culturas o los que tenemos no son del todo ciertos. Este comportamiento generalizado, del que somos deudores todos, me recuerda al chiste de la madre que piensa que "todos llevan el paso cambiado menos su hijo".
Tiene esto relación con lo hemos visto y leído en esta semana desde la elecciones a la Presidencia de los EEUU. Trump ha vuelto a ganar y lo ha hecho de forma incontestable, sumando a su victoria en el Colegio electoral, el voto popular y el Senado, y ello a pesar de tantas encuestas y cierto sentido común que nos decía que un personaje como éste no puede ser el Presidente del país representativo de nuestro sistema mundo.
Los análisis de los resultados se han simplificado a niveles casi infantiles: "la América blanca y protestante ha elegido a un racista, xenófobo, misógino golpista"; "los inmigrantes latinos con papeles no quieren que lleguen más compatriotas"; "los defensores de las armas no quieren restricciones a pesar de los cientos de tiroteos anuales"; "ha ganado la rabia y la revancha, una apuesta por los bulos y las mentiras"; "el mal vuelve a ganar la batalla cultural y la democracia pierde la batalla ideológica"; "estamos en peligro ante la ola de odio que la ultraderecha está inoculando en Occidente" etc. Estos, y otros tantos más, han sido los principales elementos de juicio, especialmente desde nuestra Europa, a pesar de unos datos que lo primero que nos dicen es que Trump ha aumentado su voto en casi todos los sectores, de forma transversal: en hombres, en la población latina y, en menor medida, negra, en jóvenes y en clase trabajadora y sin estudios.
Si se observan con detenimientos, los resultados aportan una variable más: el voto se ha dividido enormemente entre el campo y la ciudad, es decir, entre los centros de poder económico y las periferias. Las ciudades han votado a Kamala y las zonas rurales a Trump, incluso en estados mayoritariamente demócratas. Esta división territorial no es nueva, ni exclusiva de EEUU, y tiene que ver con intereses diferentes y con distintas formas de ver nuestro mundo, de cómo nos afectan las decisiones de los que mandan y de cómo deberían organizarse nuestras sociedades.
Este eje territorial está detrás de muchos otros datos que decimos "no comprender". No sólo en EEUU, existen opciones de derecha que atraen con más facilidad el voto de las clases trabajadoras y medias-bajas, que representan los intereses de muchas minorías raciales y que despiertan el interés de una población joven que busca referentes y aspiraciones. Y no todo se puede explicar con ese tópico del votante "ignorante, manipulado, racista y machista". Cuando, a pesar de los esfuerzos de Occidente para luchar contra estas opciones políticas, se repiten resultados en la misma línea, en diferentes sociedades y culturas, con distintas situaciones político-económicas, y no se cumplen nuestras expectativas ni predicciones, quizás podríamos empezar a pensar que el "paso cambiado" lo llevamos nosotros. En general, en unas elecciones gana quien mejor entiende y comprende a su votante y quizás esto es lo que está faltando: analizar desde otras perspectivas; utilizando otros cristales.
Un ejemplo. En los últimos años se viene produciendo en los países occidentales una reconfiguración del marco político por el que el tradicional eje izquierda/derecha está conviviendo con uno nuevo, el territorial. La superposición de ambos, además de las características propias de cada país, nos hacen difícil ver un patrón común, pero está ahí y es la base de los enfrentamientos políticos, en los que cada uno intenta imponer el marco que le es más favorable.
Así, en todos nuestros países, la habitual diferenciación "derecha-izquierda" es útil para todo un entramado sistémico, ya que tiene aristas políticas, mediáticas, empresariales y estatales, que representa al neoliberalismo en general y que lo ha venido representando en las últimas décadas, en sus diferentes aspectos, con diferentes acentos e instrumentos pero compartiendo lo esencial. Son aquellos que aún apelan a los ideales tradicionales de democracia, derecha e izquierda, etc. Enfrente se ha venido configurando otra opción, que representa también a un complejo político, económico y social, pero que se ha venido quedando fuera del reparto de poder, y de beneficios, en estos últimos años de neoliberalismo, especialmente desde la crisis de 2007. Es por ello, que se ha reconfigurado como alternativa y lo hace alrededor de un marco político que le interesa porque representa las consecuencias negativas del sistema neoliberal: el eje territorial. Se trata de un marco que nos permite identificar a aquellos que han salido perdiendo: la periferia frente al centro, las clases medias de pequeños propietarios y bajas trabajadoras, los empresarios de la manufactura y la industria más material, etc. A este grupo social, cada vez más numeroso, es al que aspiran a representar lo que hemos llamado "derechas extremas". Y cuando, como Trump, lo consiguen, utilizando todo lo que tienen en su mano, los despreciamos, despreciando también con ello a una gran parte de la población.
El eje territorial nos permite estar más cerca de las preocupaciones del ciudadano medio, en este momento. Veamos cómo se ha articulado en EEUU. Utilizando valores como "la defensa y protección de la soberanía ante la amenaza globalista", se lanzan promesas sobre la reindustrialización del país que supondría una mejora de las condiciones de vida de mucho trabajador pobre, y esto en un país como EEUU en el que casi no existe paro pero si una amplia bolsa de "currantes" pobres y pluriempleados. Se usa la herramienta del proteccionismo para buscar el enfrentamiento directo con un "enemigo", aquel que amenaza nuestro futuro material, el gigante chino, y no Rusia, en la que se han centrado los demócratas durante estos cuatro años. Y esto porque se relaciona de manera clara la realidad económica con la política exterior, algo que todo el mundo entiende. Son ideas fuerzas que buscan imponer otro eje y lo consiguen cuando ante una percepción negativa de la situación del país, gran parte de los votantes desean un cambio significativo, sobre todo por parte de esas clases medias-bajas y trabajadoras. Lo que se les ofrece es una recuperación de las capacidades nacionales y un proyecto común alrededor de su territorio, como camino de salida para su nación y para ellos mismos. Se trata de un conjunto de intereses diferentes, no muy alejados de algunos elementos en los que se han basado las políticas de Biden, pero que el partido demócrata no ha sabido rentabilizar. Kamala ha optado por un mensaje centrado en intentar atraer al votante con miedo a Trump y confiando en el poder económico del sector productivo tecnológico y militar que la respaldaba.
Lo que nos dicen los resultados es que el mensaje de Trump ha calado y no se puede deber solo a las "fake news" y a los bulos. ¿Tan tontos son la mitad de los norteamericanos? ¿Por dos veces? El mensaje central de la campaña de Trump ha sido la inflación. ¿Es real? ¿Es un problema para mucho ciudadano medio? Sí y lo habitual es que aumento en el coste de la vida que empobrece a las poblaciones tenga un precio que suele pagar el partido del gobierno. Los demócratas han pasado por alto este tema, como si no fuera con ellos o como si Kamala Harris no fuera la representante del Gobierno que traído la mayor inflación desde los tiempos de Carter. La campaña demócrata se ha basado en el miedo y se ha sustentado en los ataques a Trump, como amenaza a la democracia, sin tener en cuenta que parte de ese miedo desapareció para mucho votante durante su primer mandato.
Es un mensaje que se repite en todos nuestros países frente a las alternativas al neoliberalismo y que se construye frente a fuerzas políticas diferentes, tanto Syriza o Podemos en su momento, como actualmente Marine Le Pen, Meloni o VOX. Los gobiernos y las fuerzas de "derecha/izquierda" nos dicen: somos el mal menor, os hemos traído esta pésima situación social pero seguimos siendo la alternativa frente a un demonio que quiere llevarnos a un mundo de tinieblas. Progreso contra reacción. Pero junto a ese mensaje idealista, no material, no se aportan elementos reales, basados en las preocupaciones diarias de la gente, a la que no se le dan esperanzas ni expectativas a las que agarrarse, solo unas cuantas promesas vanas en boca de los mismos que han tenido el poder hasta ahora. Y cuando el votante los abandona, no existe autocrítica porque todo es culpa del otro, del que lleva el paso cambiado, que será idiota o ignorante, racista o machista, da igual. Sin embargo, lo que los fríos números nos dicen es que son ellos los que no re/conocen el país al que supuestamente aspiran a representar. Por ejemplo, aquí, en España, hemos escuchado a opinadores y políticos escudarse en generalidades que nada tienen que ver con la realidad norteamericana pero las cifras dicen que Trump ha recibido algo más de apoyo que en 2020, 70,9 millones de votos. Kamala ha perdido 10 millones respecto a los 81,2 millones de Biden.
Al contrario de lo que pensamos, la política no suele ir, o no solamente, de intereses predeterminados ni gente engañada: hay disputas políticas en torno a los valores, horizontes, creencias y deseos. En el caso concreto del que hablamos, si cambiamos de color de cristal podríamos hacernos otras preguntas. ¿Por qué perdieron los demócratas? ¿Qué causó la inflación? ¿Qué podrían haber hecho al respecto? En lugar de centrar la atención en el votante, hagámoslo en los partidos. Ante un Partido Demócrata que hace demasiado tiempo dejó de representar la socialdemocracia de la posguerra, defendiendo el imperialismo militar y las grandes multinacionales norteamericanas, no es de extrañar que las clases medias y bajas hayan apostado por un cambio.
Hace unos años las clases medias bajas y las trabajadoras hubieran percibido como hostil el discurso de Trump. Ahora, con la influencia de la inflación y la pérdida de poder adquisitivo continuado que sufren y los fallos del sistema que mantenía su bienestar, lo legitiman porque encuentran una explicación, una solución y una esperanza en el eje territorial. Hace ocho años la victoria de Trump pudo suponer una sorpresa. Ahora, según los sondeos, sólo el 28% de los estadounidenses piensa que el país está en el camino correcto y menos del 40% aprueba la gestión de Biden, del que Kamala es vicepresidenta. ¿De qué podemos sorprendernos? ¿Qué es lo que no se entiende?
Incluso podemos ir más allá. Se deberían ampliar los análisis observando cómo se relacionan estos comportamientos con los movimientos históricos, que forman parte de ciclos más largos que los que marca nuestra actualidad. Los cambios en la geopolítica y en la historia combinan diferentes zonas y contextos nacionales y están más allá de los movimientos concretos de los actores que la definen en un momento dado. Son cambios que se producen a pesar de estos protagonistas, determinados por los marcos y las tendencias. Las acciones y los acontecimientos se producen según las ideas fuerzas predominantes en su marco histórico, conformando el sentido común de una época, más allá de la táctica política concreta de un momento. Los ciclos históricos políticos suelen durar 40-50 años, teniendo un mismo imaginario, visión de la historia y discursos compartidos, independientemente de la ideología concreta, ya que son los elementos que constituyen una generación, que comparte retos y problemas.
De esta forma, con otro cristal, tenemos que volver a la crisis del neoliberalismo, que comienza con la gran crisis financiera de 2007-2008, para explicar el cambio de marco político, ya que su característica fundamental es que se ha abandonado al neoliberalismo como explicación de todo. Este declive del neoliberalismo, como siempre en Historia, es progresivo y durará un tiempo, coexistiendo mientras con otros movimientos políticos, tanto aquellos que lo intentan sustituir como con aquellos que lo pretenden modificar o mejorar. Incluso se produce la coexistencia de diferentes áreas o países donde predomina un neoliberalismo en declive con otras, más atrasadas, donde puede estar en crecimiento.
Lo que es evidente es que tras la crisis de 2007 hubo un movimiento de respuesta y contestación, caracterizado por diferentes movimientos "populistas" de los damnificados en la crisis, que fue sofocado. Posteriormente, y mientras el neoliberalismo ha entrado en caída, se ha ido construyendo una alternativa que parece estar imponiéndose aunque con fuertes resistencias, con zonas de mayor avance y otras de menor. Se trata de un movimiento político que modifica el capitalismo, reforzando el papel del Estado, sumando más intervención política, social e industrial y caracterizado por tres ideas fueras: soberanía, protección y control. Esta alternativa puede tener a su vez diferentes influencias y momentos. Para entendernos, puede estar influenciada por la "derecha" y defender la propiedad privada, a través de la intervención del Estado, o por la "izquierda" y utilizar el Estado para lograr la redistribución de la renta. Y esta alternativa parece haber llegado para quedarse.
Tan absurdo es pretender que cualquier tiempo pasado fue mejor, la nostalgia por volver a los valores de otra época, como pensar que el neoliberalismo no está en declive y aferrarse a que nada ha cambiado en los últimos 20 años. Ya dijimos aquí hace unas semanas que el propio Mario Draghi había decretado la muerte del neoliberalismo. Al respecto, el resultado de estas elecciones nos trae de nuevo el mismo asunto y nos devuelve otra pregunta: ¿es posible una autonomía de la UE? Tras varios años como mero secundario de Washington, ¿será Europa capaz de establecer una estrategia propia que evite su decadencia, ante el declive económicoy político alemán? Si miramos las primeras reacciones tras la elección de Trump, parece que no. Podemos seguir debatiendo si Trump es bueno o malo o si los norteamericanos han elegido bien o mal. Pero han elegido para ellos, según sus propios intereses. ¿Vamos a empezar a pensar nosotros en nuestros intereses independientemente de ellos? Quizás sea ese el cristal que más urgentemente debemos cambiar.
El final de la hegemonía de una fuerza política como es el neoliberalismo no significa su final inmediato, ni de su discurso, de sus herramientas o instituciones, ni de sus defensores o representantes. La cuestión es que deja de ser dominante, imponiéndose por momentos alguna alternativa a él, que va creciendo en su seno. Esto puede provocar que unos y otros puedan sentir que todos los demás llevan el paso cambiado pero son sólo los diferentes colores de un cristal de realidad que no siempre concretamos porque nuestra mirada es a corto plazo. Cuando no entendemos lo que pasa, carecemos de comprensión, bien porque nos falta información, que es posible, o porque nos equivocamos al mirarla. Significa sólo que nos equivocamos nosotros, no los otros. Por lo que quien tiene que cambiar o aprender a mirar de otra forma somos nosotros mismos.