Sigue coleando, y parece que tiene poco margen de cambio, la retirada de la candidatura a Patrimonio Mundial de la UNESCO de los “Paisajes del Olivar de Andalucía. Historia milenaria de un mar de olivos”.
Todos sabemos que se trata de un paisaje singular que no deja indiferente a quien lo contempla; un mar de olivos. Una metáfora que describe a la perfección la majestuosa visión y la orografía de nuestra provincia. O, al menos, la que sigue anidando en nuestra memoria, ya que esta descripción poética de las tierras jiennenses no corresponde hoy en día con gran parte del paisaje olivarero de Jaén y por ahí viene el escollo, el problema por el que la candidatura ha sido rechazada por un grupo de propietarios de olivar.
La noticia de la retirada de la candidatura, y sus consecuencias, ha provocado una reacción casi unánime de rechazo. Y esto es extraño. Desde la Administraciones Públicas, a los partidos políticos y organizaciones agrarias y sindicales, pasando por expertos, investigadores y opinadores de todo tipo, todos coinciden en las ventajas, beneficios y oportunidades que proporcionaba la declaración de Patrimonio Mundial para los olivareros y para toda nuestra provincia. Sin embargo, el rechazo de una parte de los propietarios, concentrados en una de las zonas de protección previstas en el expediente, ha echado por tierra todo el proyecto. Y ya está. A pesar de lo que supone, nadie parece estar en condiciones de hacer cambiar la decisión ni de solventar el problema.
Y esto es más extraño todavía. Ni el Gobierno, ni la Junta ni la Diputación, ni partidos ni sindicatos, parecen tener herramientas para reconducir a "una pequeña aldea gala" que se resiste al "beneficio común". O no quieren utilizarlas. Las Administraciones miran para otro lado por miedo; porque piensan lo mismo que quienes se resisten pero no quieren pasar por ser los responsables de la crisis del olivar o porque piensan lo contrario pero temen enfrentarse a algunos propietarios. Miedo y silencio.
Tampoco sabemos de forma clara y precisa cuál es el argumentario de los rechazantes: "no se les han explicado las condiciones..., la declaración afecta al futuro uso de su propiedad..., no se ha contado con ellos...," Todo muy diáfano, tanto de los que deberían ser los principales beneficiados como de los que deberían convencerlos para que esta decisión se revoque. Por eso, quizás en lo que no se dice, en lo que nadie expresa claramente, esté el fondo del problema.
La "pócima mágica" por las que estos "irreductibles galos" de Porcuna, Lopera y Arjona resisten puede estar en las palabras de su portavoz, Miguel Moreno, alcalde de Porcuna. En una entrevista ha asegurado que no van a ceder ni a cambiar de postura porque la Declaración "vulnera el derecho a la propiedad", "devalúa los terrenos", no permitiría el cambio de actividad si el olivar tradicional no fuera rentable y favorece "la expropiación, que va en contra del derecho a la propiedad privada". En definitiva, este portavoz, ya que parece actuar como mero representante de unos propietarios de tierras con un problema concreto y no como representante de los vecinos de Porcuna ni como autoridad de una Administración Pública, nos deja entrever que el problema es la dificultad para vender en un futuro sus terrenos y dedicarlos al cultivo intensivo o superintensivo, de ahí las menciones al valor de los terrenos y a la expropiación. Es la preocupación de quien tiene en la cabeza vender, no de quien pretende cultivar o mejorar sus cultivos. Y esta preocupación abre un debate en el que poca gente en esta provincia quiere entrar, de ahí que nadie hable claro ni pretenda que la candidatura continúe adelante.
La tierra entendida como propiedad privada para engordar unos bolsillos a cambio de hipotecar el futuro pero defendida como una forma de vida común cuando se pelea por una ayuda pública. Curiosa forma de ser alcalde, de defender lo público o mirar por el bien común de su pueblo, del patrimonio y la tierra de su gente. Como si sólo se preocupara del bolsillo de unos cuantos.
Una gran parte de la superficie de nuestro olivar ya está en régimen intensivo, que nada tiene que ver con un cultivo tradicional ni con un valor que proteger; es lo menos parecido a un bosque que nos podamos imaginar. Además de una imagen alejada de nuestra cultura y tradición, el uso intensivo de energía, de agua y de productos químicos que requiere está secando nuestra provincia, todo nuestro entorno, que no es propiedad privada, como algunos piensan.
La llegada de sistemas de cultivo intensivos y superintensivos han cambiado nuestro olivar, su cultivo, su producción y su mercado. Métodos más rentables a corto plazo pero con más caducidad y menos futuro, dominados por fondos de inversión, bancos y constructoras que no repercuten económicamente en nuestros pueblos, sino que se llevan los recursos fuera, al contrario que el olivar que mantiene nuestra economía, nuestros bienes y servicios, fija población y lucha contra la erosión y la desertificación. Tener un discurso contra la Jaén Vaciada debe ir acompañado de una posición clara en este debate. Y eso lo sabe cualquiera que conozca el campo, aunque no se diga. ¿Qué hacemos: pan para hoy o hambre para mañana?
La crisis del sector, si no se toman medidas de calado y de forma conjunta, planificada, puede llevar a la desaparición del olivar tradicional y al abandono de las superficies que no puedan sustituirse por un sistema intensivo o superintensivo. El olivar tradicional sólo puede, y debe, enfrentar esta batalla siendo realista, crear mayor valor de su producto para el consumidor e incrementando su productividad optimizando los recursos y haciéndose sostenible. La supervivencia pasa por la diferenciación y la especialización, no por pensar únicamente en la rentabilidad inmediata. El paso a los cultivos intensivistas, de cambiar olivares por setos, nos lleva por el mismo camino de la ganadería y las macrogranjas: conflictos entre agricultores por el acceso al agua, un aceite de menos calidad, un suelo seco, la contaminación por nitratos y las repercusiones negativas que tendrá para nuestra economía y nuestra salud.
Se dice que el olivar ha olvidado que es de secano. Y yo creo que no. Lo han olvidado unos cuantos, cuya cortedad de miras no les permite mirar más allá. La gran mayoría de nuestra gente sabe de dónde viene y a dónde quiere llevar sus tierras y sus cultivos, para seguir viviendo de ellas y en ellas.
Si pensamos que nuestro paisaje, pero también nuestra cultura y nuestro modo de vida, deben ser un ejemplo y un Patrimonio que cuidar, deberíamos empezar por una gestión respetuosa con el medio ambiente, a través de una cultura y una tecnología posicionadas con la tradición, la diversificación, la sostenibilidad y la rentabilidad, la de ahorrar costes de producción y conseguir un fruto de mayor calidad. La rentabilidad de todos, la de nuestra tierra.
Ser intensivista, como parece querer demostrar el portavoz de algunos propietarios, es buscar el beneficio rápido y personal. Apostar por Jaén es trabajar para mantenernos y mantener una tierra en las mismas o mejores condiciones para nuestros hijos. O, ¿acaso pretenden dejarles sin olivar?