Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Mucho ruido

¿Quiénes son los principales beneficiarios de la antipolítica? Todos aquellos que, con diferentes intereses, pretenden el mantenimiento del propio sistema

La semana pasada se despidió del Congreso de los Diputados el que hasta ahora era el portavoz del PNV, Aitor Esteban, uno de los políticos nacionales más respetados, por sus buenas dotes de comunicación y su capacidad de diálogo. Además de excelente orador, Esteban se ha destacado durante años por su seriedad, sensatez y habilidad negociadora, y así ha sido reconocido por rivales de todo el espectro ideológico. En su última intervención, el diputado vasco volvió a demostrar su buen hacer y, después de considerar que “el parlamento es un reflejo de la sociedad” y “la mayoría de la gente con la que me he encontrado aquí es buena gente”, se dirigió “a las y los jóvenes” para explicarles: “Esto es mucho más que el ruido que escuchan y ven en televisión. Les pido que no den la espalda a la política. Se pueden hacer muchas cosas por el bien común y les animo a que lo hagan, en eso consiste la democracia, en mojarse también en política.”

Esta reflexión me recordó algunas de corte similar y otras totalmente opuestas, que abundan en el permanente debate sobre la política y eso que ahora llamamos antipolítica, sobre nuestro sistema político y su permanencia, un debate a veces interesado en el que suele haber mucho equívoco y mucha trampa.



Siempre me ha llamado la atención una afirmación bastante frecuente, tan frecuente como antigua, de desprecio hacia la Política y que en muchas ocasiones procede de aquellos quienes la ejercen en su día a día, al menos, en la manera más noble. ¿Cuántos representantes vecinales, religiosos, sindicales o empresariales, cuántos periodistas u opinadores o cuántos miembros de asociaciones o colectivos de todo tipo, no dicen habitualmente aquello de “yo paso de política”; “a mí no me gusta la política”, etc.? Lo han oído ustedes también, ¿verdad? Yo siempre me pregunto: ¿y entonces qué crees que es lo que tú haces? ¿No es política tu labor, a pesar de que la desprecies? Porque no es otra cosa: trabajas, voluntariamente o no, por defender tus intereses y los de los tuyos y por haceros oír. Eso es Política y es muy loable.

 En una ocasión, ante la afirmación rotunda de “yo soy apolítico” de cierto conocido, no pude contenerme y espeté a mi interlocutor que, siendo la Política la ciencia que estudia y trata de resolver los problemas de la ciudad, de la polis, y de sus ciudadanos, “tú lo que eres entonces es un antiJaén, un antijiennese”. Más allá del exabrupto exagerado, la cuestión de fondo radica en cómo nos convencemos, y nos convencen, de que la política es el “ruido”, la disputa partidista, el enfrentamiento vil y absurdo por el poder en cualquiera de sus formas, cuando en sí misma, la Política, así en mayúsculas, no es otra cosa que el único instrumento del que disponemos para organizarnos y poder vivir juntos, en sociedad, intentando hacerlo según unas pautas de libertad, justicia, solidaridad y respeto.

Puestos a utilizar frases célebres, siempre he preferido aquella que dice que “la política es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos", ya que no creo que la Política deba ser monopolio exclusivo de quienes ostentan cargos públicos, sino que todos nosotros debemos involucrarnos, de la forma que sea, en los asuntos de nuestra sociedad. ¿Quién no está preocupado por la economía, la educación o la salud? Opinar y tener una postura sobre cómo mejorarlas, es Política. ¿Quién no está preocupado por su trabajo o su negocio? Si dejamos que sean sólo los políticos los que decidan sobre estas cuestiones, sin supervisión, no podemos pretender que nuestros intereses sean los prioritarios. Si no cuestionamos ni exigimos rendición de cuentas, si no protestamos ni debatimos, ¿cómo nos vamos a quejar de la corrupción, el autoritarismo o las desigualdades? Si no estamos atentos, organizados y activos, los efectos de la Política, que inevitablemente afectan a nuestra vida diaria, no van a ser nunca beneficiosos para nosotros.

Dejar que otros decidan por nosotros, que quienes tienen más poder o recursos influyan en la política sin contrapeso, nos lleva a políticas que no reflejan nuestras necesidades o preocupaciones, y esto es responsabilidad de cada uno de nosotros. Porque la Política está ahí y toma decisiones cada día; no se puede “pasar” de ella. O la haces tú, o participas en ella, o la hacen por ti, y seguramente no para ti. No hay otra opción. Ignorarla no nos exime de sus efectos, pero participar, cada uno según sus posibilidades y en el espacio que elija, nos permite ser agentes de cambio y mejorar nuestras condiciones y las de futuras generaciones.

Esto es lo que esconde ese término tan de moda: la antipolítica. No porque cuestione a los políticos o critique que el sistema pueda ser mejor o peor, lo cual es positivo, sino porque si no ofrece alternativas, genera apatía y desinterés, dejando el camino libre para que unos pocos, con más poder, gobiernen sin control. La falta de participación favorece a quienes ya tienen el poder, y ese es el interés detrás de la creencia de que la política es inútil: conseguir que se deje de votar, de organizarse y de exigir cambios, para que así nada cambie, manteniendo injusticias y desigualdades.

¿Quiénes son los principales beneficiarios de la antipolítica? Todos aquellos que, con diferentes intereses, pretenden el mantenimiento del propio sistema. ¿Recuerdan aquella frase atribuida a Franco: “Haga como yo; no se meta en política”? Pues eso, quien pretende perpetuarse, te aconseja que no participes, que no lo cuestiones. Es algo muy antiguo. Y, aunque en estos momentos todo el mundo apunte a los Trump, Milei, Abascal, Iglesias, etc., en este saco podemos incluir a muchos más participantes del juego de la antipolítica. Desde esos líderes "anti-establishment", que buscan desacreditar la política tradicional para posicionarse como la única alternativa, a los políticos tradicionales en crisis de legitimidad o en problemas político-legales. Desde grandes empresarios o grupos económicos, que pretenden beneficiarse de la apatía política para aumentar su poder de influencia privada sobre las decisiones gubernamentales, a sectores de poder que buscan mantener el statu quo. Desde medios de comunicación con líneas editoriales sesgadas, que responden a intereses empresariales o ideológicos, a grupos de presión mediáticos que buscan debilitar ciertos partidos o proyectos políticos. En definitiva, cualquiera que pretenda mantener el desequilibrio del poder, sacando provecho del desinterés ciudadano.

Por otro lado, y por mucho que nos llevemos las manos a la cabeza ante la deriva política que se impone ahora en muchos países, obviamos que no se trata de un fenómeno nuevo si no que venía fraguándose desde hace tiempo, aunque no se le prestara atención. Durante años hemos vivido de espaldas a los problemas materiales de gran parte de nuestras sociedades, al fuerte rechazo a lo establecido, al desencanto con los partidos tradicionales, al hartazgo ante la corrupción o las desigualdades sociales. Y este es el germen habitual, no novedoso, de ese rechazo de la propia Política, de la negación de legitimidad política a quienes no comparten las propias opiniones, de la polarización y el fundamentalismo ideológico. Ha sido utilizado por todas y cada una de las corrientes políticas que han poblado el espectro político en las últimas décadas, cada una en un momento concreto y con sus propias formas: el conservadurismo, la tecnocracia, el libre mercado, el populismo, la socialdemocracia, etc.

Sin embargo, y como hemos dicho antes, se trata de un debate tramposo, que también tiene otra cara, un reverso, que es la pretendida limitación de la crítica bajo el paraguas del pretendido neologismo “antipolítica”: “Todo es antipolítica”. Si se critica al Gobierno, el que sea: ¡antipolítica! Si se critica a la oposición, la que sea: ¡antipolítica! Ahora todo es antipolítica porque hemos descubierto el término, como si el ponerle nombre a una práctica tan antigua como la misma política, la de desprestigiar la disciplina en lugar de a quien la ejerce mal, lo convirtiera en una novedad.

Pero es que, además, se confunde intencionadamente el propio concepto. La antipolítica nada tiene que ver con la crítica legítima ni con la oposición a una medida. La propia palabra es una excusa retórica para no llamar a las cosas por su nombre. Cualquiera puede hacer antipolítica: solo tiene que identificar la política con los políticos, personas con los mismos vicios y defectos como cualquier otro, pero más expuestos porque “se les ve más”, y deslegitimar el poder, ya que cualquier Gobierno va a cometer errores y dejará insatisfechos a una parte de sus ciudadanos. Pero fuera de ahí, no debemos aceptar el término para cualquier otra práctica política que no incluya estas características. Porque tan culpables de su uso torticero pueden ser quienes hacen antipolítica como quienes la provocan y la utilizan como excusa y parapeto antes sus propias responsabilidades. Podríamos decir que tan antipolítico es Milei como lo es Sánchez.

Igual que el desinterés y la pérdida de confianza no fluye de forma natural hacia los líderes populistas y autoritarios, si no hay unas condiciones materiales que lo posibilitan, tampoco la desinformación y los bulos son únicamente herramientas de la antipolítica. ¿Qué más bulo y desinformación que un Gobierno, el de Aznar, señalando durante días a un falso culpable del mayor atentando terrorista cometido contra nuestro país? ¿Qué “fake news” más trascendente que un Gobierno, el de Zapatero, negando durante meses la mayor crisis económica de nuestra historia reciente? En política, cualquiera construye conceptos y relatos interesados, que favorecen sus intereses (llamémosle polarización, crispación, radicalización, fake news o antipolítica), con el objetivo de desviar la atención, desactivar la crítica y la oposición o elevar los elogios a la categoría de dogma. Si todo ello es política, la que hacen nuestros lideres políticos desde siempre, la antipolítica no existe, porque es lo mismo.

No puede considerarse antipolítica cuando se señalan a unas instituciones ineficaces y negligentes, ni a sus responsables. Eso es Política; la necesaria para cambiar las cosas. La indignación y el cabreo ciudadano no son ni populismo ni demagogia cuando estamos hartos de ver y soportar errores extraordinariamente graves y manipulaciones burdas por parte de quienes nos dirigen. ¿Es antipolítica catalogar de desvergüenza que cinco meses después de la DANA de Valencia todavía ningún inepto responsable de alto nivel, sea de Valencia o de Madrid, haya pedido perdón, mientras se le expulsaba de su cargo, camino del juzgado?

El peligro en muchas ocasiones no es la antipolítica sino lo que nuestros representantes públicos llaman “política”, y que no es exactamente Política, porque quienes se sirven a sí mismos y a sus causas antes que a la polis son los antipolíticos. Esta política, con minúsculas, al menos tal y como la encarnan nuestros grandes partidos, suele ser incompetente y mezquina y está lastrada por sus contradicciones, especialmente cuando intentan que se viva la “política”, o más bien el rifirrafe politiquero que protagonizan, como un partido de fútbol, como un derbi, en el que “los míos” nunca se equivocan y “los otros” son la encarnación del mismísimo diablo. Y hacemos mal en dejarnos llevar por este triste espectáculo de politiqueo.

Estas contradicciones, las que en vano pretenden ocultar mediante el politiqueo, terminan bloqueando la capacidad de respuesta política del sistema, apareciendo entonces las injusticias y los fallos de gestión. En un escenario normal, esas contradicciones propiciarían cambios, pero como el propio sistema recurre a la antipolítica, como enfangan el debate con acusaciones de populismo y ataques burdos, y como eluden toda responsabilidad, terminamos cayendo en la trampa: o hacemos amplificación de su ruido o abandonamos la participación, huyendo del ensordecedor ruido.

Volviendo a las palabras de Aitor Esteban a los jóvenes, no debemos dejarles que nos engañen con el ruido. Eso no es la Política; es politiqueo. Ni participemos de él ni huyamos, hartos de soportarlo. Los antipolíticos no somos nosotros, sino ellos. Así que no podemos regalarle la Política; es vital para nosotros, para mejorar nuestras vidas y las de los nuestros. Si el sistema funcionara también para usted y para mí, no tendríamos necesidad de hacer la Política. Mientras tanto, hagámosla nuestra, para nosotros.