Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Una (buena) pluma menos

Se nos va nuestro querido José M. Liébana, una de las referencias del periodismo local y provincial que nos dejaba huérfanos, de su ojo y de su pluma

El inicio de este 2025 nos ha traído una noticia de sabor un tanto amargo. Sin esperarlo, al menos por mi parte, conocíamos el "retiro" de nuestro querido José M. Liébana, una de las referencias del periodismo local y provincial que nos dejaba huérfanos, de su ojo y de su pluma. Así, de repente, perdemos una mirada sobre nuestra realidad, la más cercana, la de Jaén, estando muy necesitados de ellas. Se nos va una forma de contar y de mirar, crítica y certera pero siempre sensata y equilibrada y esto, para algunos, es una gran pérdida. He de confesar que este domingo, como los anteriores, volví a tener una sensación extraña al no tener una "Trepolina" que leer mientras saboreaba el café de la mañana.

Liébana ha sido durante muchos años, al menos desde que yo recuerdo, un referente, un maestro para muchos de los profesionales que han pasado por los medios locales, tanto en su periódico como en otros. Para los que estábamos enfrente, para los que lo hemos visto trabajar o disfrutado su labor, ha sido un ejemplo de saber estar, de encarar un asunto y de realizar su oficio a la manera de un artesano, en el sentido de hacer bien las cosas, con mimo y profesionalidad, sobre todo por lo que considero su característica más destacada: actuar con la tranquilidad de ser una buena persona.



Esta definición no es para nada caprichosa ni aduladora, y bien lo sabe quien lo conozca. Pienso, sinceramente, que Jaén pierde un buen periodista, un excelente analista político y social, que describía como nadie esta ciudad y a los jaeneros. Tal y como estamos, no es buen momento para perder una pluma de esta categoría. Y, menos aún, lo es para el sector, para unos medios de comunicación atravesados por una crisis, general pero también local, que se refleja en muchos aspectos.

La crisis de la prensa, escrita y audiovisual, suele relacionarse con la digitalización y el cambio de modelo que ha supuesto, al igual que en otros sectores productivos. Es evidente que la llegada de la tecnología y las redes modifica todo el panorama, desde la propia elaboración y producción de los contenidos a la generación de publicidad y de recursos económicos. Y que, por tanto, se está produciendo una adaptación a un modelo tan diferente al tradicional que conlleva una transformación profunda que, en el camino, está provocando una devaluación del trabajo, que gana en precariedad y pierde en calidad.

Pero esto no significa que el periodismo, en sí mismo, esté en crisis. Precisamente otra de las consecuencias del proceso de transformación, el auge de la desinformación o las "fake news", solo puede enfrentarse desde el rigor y el buen hacer profesional, con las armas y la autonomía de siempre, para así no acrecentar el mayor problema que enfrenta el sector actualmente, como es la pérdida de confianza de la sociedad en los medios de comunicación, afectados por la misma falta de credibilidad de otras instituciones.

Se trata de un círculo vicioso. Las redes marcan un ritmo caracterizado por la inmediatez y la falta de reflexión, lo que repercute en la calidad. Pero también implican un cambio de modelo de negocio que lastra las condiciones laborales del periodista, lo que también determina el resultado del trabajo. Entre ambos problemas, además de por el aumento de la competencia "no formal" (redes, "youtubers" y demás") se intentan abaratar costes ante la caída de los ingresos y así nos encontramos un sector ante el abismo. Un abismo que se amplía cuando se pone en riesgo uno de sus baluartes éticos, su independencia. Si hasta ahora ésta se veía comprometida por la relación con la publicidad institucional, en esta transición a lo digital hay que vigilar también la relación con los grandes monopolios, tanto comunicativos como tecnológicos, participados por grupos con intereses económicos variados, cuando no directamente en manos de líderes políticos que ejercen a la vez de empresarios, ya que la injerencia de ambos poderes, político y económico, se hace incompatible con la auténtica labor periodística.

Si ante el auge de las redes, se ha producido la pérdida del monopolio de la distribución de contenido y, por consiguiente, una caída de los ingresos publicitarios (vía de financiación más importante para los medios), este nuevo contexto ha generado una gran dependencia respecto de las grandes tecnológicas, responsables finales de la distribución.

Esta transformación del modelo de negocio comunicativo ha tenido una traslación a la situación laboral de los trabajadores, dominada por la precarización de las plantillas contratadas y el aumento de la presencia de autónomos o "semiautónomos", los freelance de siempre. En definitiva, la merma de las condiciones laborales condiciona las rutinas profesionales y la calidad de los contenidos que se publican cada día en los medios.

Desde luego, no se trata de un problema causado únicamente por la aparición de nuevas tecnologías, ya que ningún avance tecnológico es negativo en sí mismo, por no olvidar la potencialidad y las posibilidades que ofrece lo digital para la mejora tanto del trabajo como de la forma de producirlo. De la misma forma, es absurdo culpar a las propias redes de la generación de desinformación o bulos, como si fuera un hecho que no hubiera estado presente en nuestra sociedad desde hace siglos, aunque con menor capacidad de influencia en tan poco tiempo. Por decirlo de otra forma, y reduciéndolo a un ejemplo, ni el uso de un algoritmo disminuye los salarios y despide personal, ni decide que los contenidos prioritarios sean aquellos de menor calidad o más cuestionables. Otra cosa es que su utilización proporcione más velocidad de reproducción, más repercusión y, por tanto, más influencia y poder.

Como decíamos antes, la pérdida de la confianza en las instituciones afecta también a la prensa. Se trata de otra industria donde la concentración de medios y recursos en manos de unos pocos se ve acompañada de una sensación de pérdida de credibilidad, de auge de la precariedad y la vulnerabilidad de la profesión y falta de confianza en los hechos. La caída de los ingresos es la justificación para aumentar la delicada relación de dependencia de entidades públicas y privadas, a la vez que genera un trabajo casi de supervivencia en el que la línea entre información y publicidad, manipulación o contenido interesado es cada vez menor. Pero además, en una sociedad donde hay más descontento, la mayor parte del público ya sólo quiere ver y leer aquello que confirma lo que ya piensa, culpando por tanto a los medios de comunicación que no lo hacen de ser parte cómplice del sistema que les domina, y acusando a los periodistas de faltar a uno de sus principios éticos: publicar la verdad. Se trata de un proceso inverso a la confianza que despierta la tecnología, las redes, que suelen ser entendidas como una herramienta "pura y libre", sin manipular, a diferencia de unos medios que "trabajan para el poder", como si la concentración de las redes tecnológicas en tres o cuatro multinacionales y el uso que hacen de nuestra información más personal fueran democráticas e inocuas.

Ante toda esta problemática y el complejo sentir social, la polarización y la posverdad, los profesionales se enfrentan a retos enormes y a la difícil tarea de "ser periodista", un periodismo útil y valiente que dé voz a quienes no tienen otra forma de hacerse oír y encuentre las historias y los hechos que interesan y explican nuestro mundo. No creo que haya otra forma de enfrentar la crisis y trabajar por una prensa mejor, por un trabajo de más calidad y en mejores condiciones, al menos en la parte que le toca a los trabajadores de los medios.

La firma de un periodista en su trabajo es un reconocimiento para el autor pero también un sello de calidad, la garantía para el lector que confía en ella y reconoce la realidad que se le presenta. La responsabilidad del periodista, del que hace con cariño y buen hacer su oficio, determina la confianza de su público. Su credibilidad es la mejor herramienta para defender su labor y su negocio, la supervivencia de su sector, por lo que su tarea debe transmitir a la vez certeza a quien va dirigida y molestia en aquellos a los que señala. Este es el reto del periodista; ser más periodistas para que sobreviva el periodismo.

La sociedad necesita más periodistas. Los medios necesitan más periodistas. No podemos permitirnos que nos dejen sin firmas y sin voces que nos ayuden a discernir lo que tenemos delante y hacia donde podemos dirigirnos. Por todo ello, duele perder un profesional como José M. Liébana, porque ahora tenemos una pluma menos, y, en este caso, una muy buena pluma. Se nos va un modelo de periodista como el que necesita Jaén, como el que necesitamos todos y necesitan los medios para enfrentarse a los problemas actuales. Y lo vamos a echar de menos. Como consuelo, nos podemos quedar con que Liébana ha marcado un camino y ha influido en suficientes compañeros como para que se recoja su testigo. Gracias y buena suerte, Jose.