En los últimos días del recién acabado 2024, España recibió una noticia sorprendente, de esas que marcan la agenda política durante mucho tiempo, pero cuyo recorrido fue menor de lo esperable. Según el semanario británico The Economist la economía española fue la de mayor crecimiento entre los países de la OCDE el año pasado pero, como decíamos, puede que ni usted ni yo nos hayamos enterado. Quizás porque, como en otras muchas ocasiones, es mejor no exagerar demasiado una determinada aseveración ya que, más allá de la lectura superficial, la realidad que subyace puede ser algo diferente.
España ha sido la número uno, la que mejor desempeño ha demostrado este año, y esto debería significar un espaldarazo a la política económica del gobierno de PSOE y Sumar, que ha conseguido que superáramos al resto del mundo occidental en cinco indicadores económicos: crecimiento del PIB, inflación, retornos bursátiles, reducción del paro y balance fiscal. En concreto, The Economist destaca que el crecimiento anual del PIB en España supera el 3%, gracias a un mercado laboral fuerte y ha conseguido una bajada del desempleo entre el cuarto trimestre de 2023 y el de 2024 de casi un 0,7%, hasta situarse a su nivel más bajo en más de una década.
Cualquiera pensaría que, contado así, esto proporciona una victoria segura a Sánchez sobre Feijóo y así vimos al Presidente eufórico en el Congreso cuando apareció la noticia. Remarcando que "España vive uno de los mejores momentos de las últimas décadas", aseguró que éste es el motivo por el que el PP casi nunca habla de economía, algo extraño en un partido de derechas en la oposición. Y esto es cierto, al menos últimamente, porque hasta hace relativamente poco Feijóo andaba profetizando un apocalipsis económico en España que nunca ha llegado e incluso se atrevió a dictaminar que "la economía española es una de las peores" de la UE. El discurso pudo ser eficaz en su momento pero ya conocemos su exactitud: ninguna. Sin embargo, ni habrán oído ustedes que la balanza política se haya inclinado definitivamente hacia un Sánchez campeón en lo económico ni se haya movido respecto a un Feijóo torpe e ineficaz. Y es que la verdad suele estar en el término medio; ni tanto ni tan calvo. ¿Por qué?
En primer lugar, habría que señalar que The Economist, la "biblia neoliberal", continúa anclada en un mundo que seguramente ya no es lo que era: la economía basada en el libre mercado como base de la paz mundial, en el que Europa tenía un papel crucial. Y, por tanto, sus análisis y recetas continúan siendo los mismos de los de hace unas décadas, las mismas que nos han llevado al fracaso de ese modelo, cuestionado y en progresivo abandono por gran parte de los países dominantes.
En segundo lugar, y como consecuencia de ello, la posición económica privilegiada que otorga a nuestro país se debe no sólo a las medidas del "Gobierno más progresista de la Historia", algo que habría que poner en cuestión viniendo de donde viene, sino que también tiene uno de sus pilares fundamentales, según el semanario, en las "reformas económicas implementadas durante el mandato de Mariano Rajoy entre 2012 y 2018". ¡Toma del frasco, Carrasco! Así que, según los neoliberales ingleses, fueron los recortes, la austeridad y la reforma laboral del PP los que "aumentaron la competitividad y la creación de empleo y redujeron el déficit", sentando las bases de una "recuperación sólida". Seguro que este detalle fue pasado por alto cuando el Presidente Sánchez leyó el artículo aunque sorprende más que no fuera advertido por Feijóo, aunque es posible que, estando escrito en inglés, la lectura del gallego fuera "más superficial".
Efectivamente, los parámetros y el análisis que hace la revista británica no se alejan mucho de la retórica económica que nos asoló durante los duros años de Rajoy. Lo único que importaban eran las cifras macroeconómicas mientras que el sufrimiento de los españoles estaba en un segundo plano. The Economist, como suelen hacer los economistas que confunden Economía y Contabilidad, analiza los porcentajes numéricos aislados de nuestro país como la inflación subyacente (2,4%), el desempleo general (11,5%), el déficit público (por debajo del 3%) y el crecimiento del PIB (3,3%), pero no dice nada sobre cómo vivimos los españoles. Tampoco advierte que aunque España haya superado en 2024 a Francia y Alemania, estancadas y con graves problemas, incluso exportando más que los alemanes, esto se puede deber tanto a nuestro crecimiento como a su desmoronamiento.
Por último, y lo más destacable, es que todos estos halagos y valores numéricos se consiguen mientras se mantiene el mismo modelo productivo español, el del turismo (sol y playa) y el ladrillo, el de siempre. Un modelo que sabemos que nos lleva progresivamente al subdesarrollo social, al de gran parte de la población que no puede aspirar a salir de su posición dependiente, ya que está basado en el empleo estacional, el bajo nivel educativo y de cualificación y los salarios pobres. El análisis de The Economist, como hacía el de Rajoy y no sabemos si el de Sánchez, no tiene en cuenta el poder adquisitivo del trabajador sino el poder de inversión de las grandes empresas; no plantea la dificultad para el mantenimiento de los pequeños negocios frente a grandes superficies y multinacionales sino la burbuja de éxito que se vive en el parquet bursátil; no reconoce las dificultades de muchos para pagar el alquiler sino que se fija en la entrada de capital de fondos de inversión que encarece la vivienda; no piensa en lo que le cuesta a un autónomo llegar a fin de mes sino en los bonus de ejecutivos y accionistas; ni que el crecimiento de la población y de los trabajadores no cualificados se ha producido gracias a la inmigración.
The Economist olvida este aspecto económico clave, la realidad detrás de las cifras macro, pero no deberíamos olvidarlo nosotros. Sobre todo porque ya lo hemos vivido y sabemos como acaba. Les pongo un ejemplo concreto para que vean la debilidad de este planteamiento contable. Imaginen que se hubiera valorado también la situación de un país con una tasa de paro del 8,3%, una inflación acumulada del 2,7%, con un superávit de sus cuentas públicas y un crecimiento del PIB del 3,9%. ¡Vaya! Mucho mejor que nosotros. Hubiera quedado en primer lugar del informe de The Economist, adelantando a España con honores. Pues bien, ese país, con esos datos, no es imaginario sino una sociedad que conocemos bien. Somos nosotros mismos hace 18 años; es España, nuestra España, pero en el año 2006. Sí, justo unos meses antes de la mayor crisis económica de nuestra historia reciente y cuando gran parte de nuestro sistema productivo, el mismo que tenemos ahora, se vino abajo como un azucarillo, causando un drama social. ¿Qué decimos ahora de "haber ganado" en 2024? ¿Sirven para algo los datos de The Economist? Estamos un poco peor que en 2006, justo en la antesala de la crisis, por lo que ser ahora "los primeros de la OCDE" no nos va a salvar de lo que pueda venir.
Esta es, por tanto, nuestra situación real y la poca utilidad que tienen los datos macroeconómicos para reflejar la realidad del país. Ni vamos como un tren, al menos no todos, ni vamos a descarrilar. Ni tanto ni tan calvo. De poco sirve lanzar las campanas al vuelo con aire provinciano y aceptar sin cuestionarse cualquier análisis de quienes han venido defendiendo un modelo fracasado. Y de menos sirve convertirse en el profeta de la siguiente crisis, sin la más mínima credibilidad.
Lo que deberíamos procurar es no dejarnos confundir otra vez para no olvidar que es imprescindible acometer cambios productivos estructurales, cambiar nuestro modelo productivo y nuestras condiciones de trabajo, para así poder tener un crecimiento real, basado en la mejora de la vida de los españoles. Todo lo demás es humo y no nos sirve, igual que no nos sirvió antes, porque mientras sigamos cometiendo los mismos errores, no sabemos cuándo podemos volver a caer en el abismo.