Tribuna

Nacho García, profesor de Lengua y Literatura

Idiocracia educativa

No sé en sanidad y justicia, pero en educación es prioritario salvaguardar la equidad para contener la evidente y progresiva brecha social

Foto: EXTRA JAÉN

¿Qué pasaría si hibernásemos a un docente y un discente quinientos años?

Manifestaciones en Francia contra la reforma de las pensiones y el retraso de la edad de
jubilación o en Israel contra la reforma judicial. Huelgas en Madrid y en Andalucía para reivindicar no ya una sanidad o justicia públicas y de calidad, sino simplemente dignas. Protestas de todo tipo en otros lugares para defender incluso lo indefendible (los trumpistas son así) o reclamar causas justas como la paz en Ucrania y en Oriente Medio, la regularización de la inmigración o frente a la violencia de género y el racismo. Miles de personas mostrando su disconformidad y exteriorizando su indignación en las calles para intentar concienciar a los demás sobre la situación.

¡Qué envidia! En Educación reinan un activo pasotismo no reactivo y cierta pasividad sindical, con mandatarios que se vanaglorian sutilmente de silenciar demandas, jactándose de acallarlas sotto voce con dádivas. Ni una sola movilización contra la patética y retardada aplicación de la reforma educativa ni contra el caos en los centros y el desconcierto entre sus profesionales. Ni un solo movimiento -si acaso una ligera marejada verde- contra la probable disminución de unidades públicas ya demasiado sostenida en el tiempo. Ni una reclamación contra la evidente y progresiva privatización de la educación superior (sin una oferta pública satisfactoria acorde con su crecimiento). Ni un pronunciamiento contra la inviabilidad de este sistema de evaluación inoperante por ambiguo y enrevesado. Ni una protesta contra la gestión de algunas partidas finalistas, incluso conformismo o resignación con esa limosna europea. Ni una concentración contra la falta de la necesaria inversión (Andalucía, junto a Madrid, es la comunidad autónoma con menor gasto público por alumno en centros públicos no universitarios). Ni una sola exigencia contra la falta de personal de orientación, PT y AL en los centros más aún ahora con conflictos y problemáticas crecientes, sobre todo de salud mental. Ni una demanda contra la inestabilidad año tras año, de las plantillas en los centros, auténticos rompecabezas
entre amortizaciones de plaza, concursos y concursillos. Nada. Nobleza en las aulas, vileza en los despachos, silencio en las calles.

Quizás tenga razón una compañera y estemos inmersos en una tecnocracia educativa que
degenerará en una “idiocracia”. Vaya término. Es un neologismo, pero un neologismo que existe desde 2006, cuando se estrenó una película con este título: Idiocracy. Era una comedia de ciencia ficción en la que dos personas eran propuestas para un experimento de hibernación de un año. Son olvidadas y se les descongela quinientos años más tarde, en un mundo distópico en el cuál, producto de la falta de conocimiento, la humanidad es ignorante y atrasada, debido a lo cual nuestros dos protagonistas se convierten en las personas más inteligentes del planeta rodeados de ineptos.



Me planteaba yo qué pasaría si hibernásemos a un docente y un discente quinientos años.
Probablemente, producto de la falta de transmisión de conocimiento y enseñanza en las sucesivas y cambiantes legislaciones educativas, así como del desarrollo descontrolado e incontrolable de la inteligencia artificial, serían los más inteligentes entre sus congéneres, aunque probablemente súbditos o esclavos de las máquinas o robots que habrían dominado las galaxias. Y todo esto, considerando que la raza humana no se hubiese extinguido antes por una guerra nuclear (hay mucho mandatario idiota) o por el cambio climático (algún día la atmósfera no dará para más).

En fin, distopías y paranoias aparte, un mundo que no cuida la Sanidad, la Justicia ni la Educación públicas, equitativas y de calidad, es un mundo condenado a un futuro complicado porque reinará cada vez más desigualdad social de la que éstas son garantes. Una de las claves de esta policrisis ha sido el deterioro acelerado (no sabemos si deliberado) de la eficacia de la Administración pública, progresivamente mercantilizada, así como el progresivo desencanto de la ciudadanía, que ahora desconfía y exige a partes iguales cuando hasta hace poco aplaudía agradecida en los balcones.

Como diría Neruda: “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. No sé en sanidad y justicia, pero en educación es prioritario salvaguardar la equidad para contener la evidente y progresiva brecha social mediante una igualdad real de oportunidades y una recompensa acorde con el esfuerzo, el mérito y la capacidad, concentrando los esfuerzos en quienes más lo necesitan. Y si de europeizar la enseñanza se trata, pensemos en cimentar bien el edificio antes de seguir construyendo la casa por el tejado, si no luego habrá grietas y peligro de derrumbe de un gigante con pies de barro.