Agenda constitucional

Gerardo Ruiz-Rico

Testamento existencial

El cansancio de la lucha deja secuelas y cicatrices, cadáveres de amistades perdidas en el camino de la vida

(Hay los que luchan toda la vida). B.Brecht).

Quienes luchan contra el absurdo que contamina el mundo de la irracionalidad que se escribe con mayúsculas. Los que, a pesar de los años, siguen batiendo espadas dialécticas contra los que practican la equidistancia o la mezquindad abierta. Hay algunos, son minoría a partir de una cierta edad, que siguen empeñados en cambiar esa pequeña porción del mundo que los rodea.



En el planeta sobrevive todavía una especie, siempre en peligro de extinción irrevocable, que se opone a los mensajes de odio encubiertos de buena literatura;  a las noticias rellenas de la peor falsedad que llegan en pocas y simples palabras desde redes anónimas. Tenemos entre nosotros a seres, casi extraterrestres, que no pueden conciliar el sueño cuando ven las imágenes de niños moribundos, en medio de las bombas que arrojan estados que se proclaman –o lo hacen sus voceros ideólogos- como democracias.

Hay los que se han pasado toda su vida intentando sin éxito comprender las razones de los irrazonables, desenmascarar a los realmente malvados, reconocer la bondad en las zonas capilares de nuestra vida cotidiana, cazar las mariposas que la pasión deja a la vuelta de la esquina en el rostro de la mujer siempre amada.

Entre esos “imprescindibles” (de nuevo Brecht) no me encuentro; o no voy a estarlo en breve. El cansancio de la lucha deja secuelas y cicatrices, cadáveres de amistades perdidas en el camino de la vida; deja oscuridades e incertidumbres a las que ya no sabes enfrentarte, al perder la fuerza de una juventud que nunca se llega a atesorar para los tiempos futuros de la decadencia.

Quizás no ha llegado ese instante en el que arrojas la toalla ante un universo humano que apenas entiendes ya; aunque lo veo muy cercano.

Quizás lo único que pueda salvarme a estas alturas de la existencia es el ejemplo de quienes., más mayores aún, siguen empeñados en construir una humanidad simplemente mejor. Pero sobre todo el reflejo de uno mismo en los ojos de una sirena de cuatro años, la sonrisa que te regala una musa de tres, o la paz que respira en el sueño de un recién llegado a este mundo. Es casi la última esperanza que queda, y el motivo que sigue encendiendo esa antorcha que tiene la ilusión por la lucha.