Agenda constitucional

Gerardo Ruiz-Rico

Vidas a precio de saldo

Israel, como Estado, no como pueblo, ha decidido poner precio de saldo a la existencia de todos aquellos que se oponen a su plan de exterminio

Israel, ese Estado que algunos miembros de nuestra clase política llaman todavía Democracia - sin que se les caiga la cara de vergüenza-, ha decido enterrar los derechos humanos bajos los escombros de las ciudades palestinas. Sus bombas sepultan impunemente también la vida y la dignidad de miles de víctimas, en un conflicto que parece venir de la prehistoria de la civilización.

Israel, como Estado, no como pueblo, ha decidido poner precio de saldo a la existencia de todos aquellos que se oponen a su plan de exterminio. Sin escrúpulo alguno, sin atender a ningún atenuante por edad, sexo ni grado de pobreza.

Es realmente aborrecible y vomitivo, por poner adjetivos suaves al terror que infringe en una población que no es culpable del odio que algunos de los suyos practican contra ese Estado.



Después de esta guerra, si es que algún día termina, aunque sea temporalmente, habrá que cantar un réquiem por el derecho internacional y el derecho humanitario; instrumentos para la paz de los que se ha olvidado al parecer la que llaman comunidad internacional, de la que formamos parte todos nosotros, espectadores neutros – pero no neutrales a la postre- de ese espectáculo de criminales fuegos artificiales, donde el mal triunfa sin medida alguna de contención.

El Estado Israel se ha convertido en un verdugo que no necesita juicios previos, reglas constitucionales o convenciones de derechos, para aplicar lo que parece un verdadero castigo de carácter bíblico, colectivo e indiscriminado. Transmutado en un Leviatán diabólico y sin gesto alguno en favor de la piedad, ha decidido ejercer el mando de la humanidad. Aunque sea al precio de que empecemos a olvidar la tremenda injusticia que fue en su día su propio Holocausto.