Aurea mediocritas

Nacho García

Evaluación/involución inicial

Mucho vanagloriarse de la atención a la diversidad, pero nunca la suficiente inversión en recursos materiales y humanos

Otro curso más. Lo de siempre. Cada vez menos alumnado, ergo cada vez menos unidades (no entiendo por qué no se baja la ratio para desdoblar, bueno sí, por dinero), ergo cada vez menos profesorado, aunque de manera inversamente proporcional y paradójicamente haya más problemas y más exigencias de todo tipo. O sea, en una época de máxima diversidad, menos comprensión y más intransigencia. Es un extraño cerrarse en banda y un lamentable ceñirse a los datos o enrocarse en una posición de una manera especialmente estricta, aunque se cacaree lo contrario. Mucho vanagloriarse de la atención a la diversidad, pero nunca la suficiente inversión en recursos materiales y humanos o al menos no la necesaria.

Por un lado, cada vez más altas capacidades, esto es, los chaveas “espabilados” o “inteligentes” de antiguamente que se revisten hoy de talentos simples o complejos, incluso sobredotación, con diagnósticos artificiales en informes artificiosos alejados de la realidad. En muchos casos son informes privados y ad hoc, que no niego que sean verdaderos, pero eso sí, son perfectos para recibir ayudas o subvenciones justa o injustamente, con o sin razón, ya da igual. El tema de las altas capacidades se está convirtiendo en un cajón de sastre que está generando una burbuja ilusoria, quién sabe si un nuevo nicho de mercado. Como diría una amiga: “¡Qué hartura de gente lista!”.



Por otro lado, desgraciadamente, cada vez más alumnado con verdaderas Necesidades Educativas Especiales, con distintos trastornos y diferentes discapacidades, incluida la epidemia silenciosa del espectro autista; así como alumnado con Necesidades Específicas de Apoyo Educativo por diversos motivos como dificultades específicas del aprendizaje, el tan extendido TDHA, problemas socioeconómicos o de integración de las familias, entre otros. Cada vez hay mayor necesidad de acciones de carácter compensatorio que en lugar de ser realizado por profesionales especialistas en Orientación, Pedagogía Terapéutica, Audición y Lenguaje, PTIS, etc., que llega a los centros con cuentagotas, es llevado a cabo por el profesorado en general que se apaña como buenamente puede con las indicaciones que se le dan. Al final, tanto unos como otros acaban desbordados por la impotencia de no poder atender adecuadamente a quienes realmente más lo necesitan. Si a esto le añadimos la escasez y mala organización de las Aulas Temporales de Adaptación Lingüística, tan necesarias en un entorno de crecimiento en la incorporación de alumnado migrante, pues el panorama es preocupante, incluso desolador y desesperante.

Con este alumnado cada vez más diverso y cada vez más polarizado en cuanto a rendimiento (luego extrañan los datos de fracaso escolar) transcurren los días en la enseñanza, sobre todo la pública, que refleja fielmente la diversidad de la sociedad y padece la evidente desigualdad existente. Hay gente que habla de ingeniería social. Ya casi no existe clase media o ya no es lo que era. La mayoría sube y baja por las escaleras porque hace tiempo que el ascensor social está estropeado. Y mira que en Educación hace tiempo que enseñar y aprender no importa tanto, ya que hace tiempo que los centros de enseñanza se transformaron en centros socioeducativos donde se intentan minimizar o paliar las profundas brechas socioeconómicas (algunas de ellas, simas abisales).

Así está la Educación, presa de un entorno de pensamiento dicotómico entre segregación e inclusión, donde se confunden las competencias con la competitividad (todo son informes con indicadores homologados y colorines incomprensibles), donde hace tiempo que no se tienen en cuenta los matices, esos puntos intermedios que por ser llamados “grises” pasan desapercibidos y quedan relegados a las sombras del sistema. En esas sombras habitan seres maravillosos que sueñan con disfrutar de la luz algún día. Por ahora son como aquellos prisioneros de la caverna platónica, una alegoría del “estado en que, con respecto a la educación o la falta de ella, se encuentra nuestra naturaleza”.