Aurea mediocritas

Nacho García

Desconfianza mutua

Las pseudociencias y los negacionistas se neurobioemocionan y el culto al cuerpo se cronifica. ¿Meta, X o Google? Elige tu veneno

El tatuador no tenía ni un sólo tatuaje en su piel porque sabía de buena tinta qué problemas provocaban algunos pigmentos en la epidermis. Tampoco tenía piercings, temeroso de infecciones y complicaciones futuras.

El manipulador de alimentos de aquella franquicia de comida rápida no probaba las hamburguesas porque sabía la trazabilidad de algunos componentes, así como el proceso de elaboración.
La oftalmóloga aún llevaba gafas porque sabía del peligro y las consecuencias de algunas operaciones de ojos. Como médica, emitía diagnósticos acertados y pautaba tratamientos idóneos a sus pacientes, no dejaba de actualizarse y formarse, pero detestaba cualquier cirugía por motivos estéticos, no médicos.

La arquitecta, tras analizar planos y pliegos detenidamente, no visaba algunos proyectos ni permitía muchas obras porque conocía perfectamente la normativa y la aplicaba, a sabiendas de los problemas de estructura y seguridad que podían presentar algunas edificaciones, ajena a sobornos y corruptelas.
El ingeniero de caminos no transitaba por numerosas carreteras de la provincia porque conocía las deficiencias del asfaltado y la peligrosidad de los peraltes y resaltos del trazado. Su empresa apenas conseguía licitaciones por su honradez y su amor al trabajo bien hecho, ya que pensaba -como su padre y Machado- que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas, sin engaños ni fraudes.
Ni la jueza le dejaba a su hija asistir a algunas fiestas, harta de juzgar acosos y abusos delictivos, cansada de admitir eximentes y atenuantes para la exención de responsabilidad penal, ni el policía le dejaba el coche a su hijo, impactado por presenciar tantos accidentes de gente joven por conducción temeraria y/o producto del consumo de alcohol y/o drogas, conscientes ambos de tantas injusticias y demasiada inseguridad.



El profesor matriculaba a sus hijos en un centro de enseñanza y no en otros, luchaba porque sus hijos estuviesen en una clase y no en otras, con unos profesores y no otros porque sabía de la heterogeneidad y arbitrariedad del sistema educativo.

El ministro de sanidad y sus consejeros contrataron un seguro privado de salud, conscientes del deterioro del sistema sanitario público por los recortes aplicados y las consecuentes deficiencias, tanto en recursos materiales como humanos. Las listas de espera que habían generado no eran para ellos.
La periodista, ahogada por la desinformación y sujeta a presiones, aún escribía de forma veraz noticias objetivas y contrastadas sobre la paulatina desinversión en lo público para provocar su deterioro y así justificar la necesidad de entrada de capital privado. Denunciaba que ciertos fondos de inversión no sólo se aprovechan de la infraestructura existente para ahorrar en beneficio propio, sino cómo además causan la evidente sobrecarga del sistema lo que ocasiona colapsos y crisis.

Así está el asunto. La mayoría de profesionales ya no confía en nadie ni en nada. Y es que hasta los científicos empiezan a dudar de la ciencia o la razón para explicarlo todo y los sacerdotes, imanes y rabinos dudan de que más allá haya nada. Las pseudociencias y los negacionistas se neurobioemocionan y el culto al cuerpo se cronifica. ¿Meta, X o Google? Elige tu veneno.

Nadie sabe ya a qué atenerse ni qué decir, cuánto sentir o cómo pensar. Inseguridad ante los demás, miedo al qué dirán, desconfianza mutua, culpabilidad ajena. Cualquier afirmación es un oprobio, cualquier acción, una ofensa. El miedo paraliza más que nunca, siendo las amenazas las de siempre. Ni truco ni trato, ¿pánico o muerte? Y pese a todo la gente se ilusiona, ríe y tira “palante” con la esperanza de que este sinsentido que es la vida tenga un hilo conductor con un argumento sólido y un final feliz. Venga, otro buñuelo para ahogar las penas.