Cuando Alemania se recuperaba de la crisis mundial iniciada en 2008 -por cierto, en tiempo récord, no como España- lo hacía con un Gobierno de coalición entre los equivalentes a nuestros PP y PSOE, el CDU y el CSU en pacto con el SPD. Muy pronto, los socialistas propusieron ponerle un freno a la deuda pública, inspirados en el modelo suizo. Al principio, los democristianos rechazaron la idea, probablemente porque hubieran querido ser ellos los protagonistas de la historia. Sin embargo, al cabo de un tiempo se mostraron abiertos. La negociación se prolongó durante una noche entera en la sede de la Cancillería en Berlín. Había que acordar el freno de la deuda para el Gobierno Federal, pero también para los Länder que, como las comunidades autónomas en España, tienen grandes diferencias entre ricos y pobres, eso sí, con una distribución norte-sur y este-oeste completamente diferente.
Entre cafés, con la noche avanzada, los socialistas alemanes ya daban la negociación por perdida, no había acuerdo. Entonces, el representante del CDU se levantó de la mesa para buscar un refugio de debate junto a sus asesores. Horas después volvió con la propuesta de aceptar el freno de la deuda para la Cancillería al 0,35% del PIB, pero con la condición de llevar este mecanismo de control al extremo del 0% para los Länder. De ese modo, el partido de referencia de la boyante Baviera podía capitalizar la medida con el argumento de que había cortado el grifo del gasto público a las regiones más pobres, mientras que los socialistas vendían haber puesto a su país por delante de cualquier ideología, tomando las medidas necesarias y mostrando el camino.
Es la historia de un pacto en el que todos ganaron, especialmente los alemanes. También salieron beneficiados los partidos implicados, que aumentaron su capital político, incluso el Partido Liberal que apoyó la medida desde fuera del Gobierno y aún vive de esas rentas. Este último partido, hoy en el Ejecutivo ‘semáforo’, es el actual garante de la reinstauración del freno a la deuda en el próximo ejercicio, tras haber sido suspendido durante la pandemia y por la crisis energética actual, una vez más, gracias al acuerdo entre derecha, centro e izquierda. Moraleja: Aunque existe en Alemania un debate de ideas, una diversidad ideológica nutrida en el sustrato académico que cuestiona ahora incluso esta medida, se alcanzó el consenso de implementarla en tiempo y forma y se ha mantenido, salvo en excepciones, en favor de los alemanes, de su economía y de su sostenibilidad financiera. Resultado: una discreta deuda pública del 67,20 % del PIB alemán, a junio de 2022.
¡Cuidado!, alertaba Juan Bravo hace poco, la deuda española se ha disparado con Sánchez, nada más y nada menos que a un máximo histórico de 1,5 billones. Datos de julio de 2022 del Banco de España. Con una extrapolación al PIB, se trata de casi un 118% de lo que producimos, alarmante diferencia con Alemania.
Lo más preocupante es que está en alza no solo la deuda, también su ‘precio’ financiero. Los últimos informes indican que el coste del endeudamiento español vuelve a las cotas de la crisis de la Eurozona. ¿Estamos en riesgo de perder la confianza de nuestros acreedores? Por el momento, nos podemos financiar con facilidad, pero a un precio demasiado alto. Y no sabemos cuánto tiempo va a durar esta tregua.
En dicho contexto, España necesita reformas, algo que solo se puede lograr desde el consenso entre las principales fuerzas políticas, hoy por hoy, PSOE, PP y Vox, que no se nos olvide. Sin acuerdos entre los tres grandes, poco es posible.
Si algo ha dejado claro el fiasco de la Ley del Sí es Sí es que nos hacen falta políticos preparados, con equipos de asesores que sean los mejores entre los mejores, expertos sectoriales para configurar políticas públicas que aporten soluciones, no que agraven nuestros ya serios problemas. Políticos y equipos con un sentido del servicio, de la obligación moral, con audacia y determinación para llegar a acuerdos, que pongan primero a los españoles, con la conciencia de lo que significa dirigir un país.
Además, se impone el nacimiento de una nueva retórica, favorecer un debate de fondo, no de forma; se impone aprobar políticas de calado, no de caladero. Ya está bien de broncas anecdóticas y polémicas vacías, de descalificaciones personales que no le importan a nadie, de preguntas y respuestas demagógicas, de medidas populistas y cortoplacistas sacadas de la chistera al ritmo del calendario electoral, ya está bien de pagar el precio del poder con leyes al dictado de unos pocos caraduras que se creen más listos que la mayoría de los españoles. Estilos tristemente instalados en nuestras Cortes Generales y en nuestro Gobierno.
Tiene razón el líder del PP cuando dice que hace falta que vuelvan ‘aquellos socialistas’, los de la Constitución, los que acompañaban a un joven Felipe González mientras apelaba a la mayoría. Feijóo se refería hábilmente hace unos días al sentimiento socialista defraudado, perdido en el tiempo del Sanchismo. Era un nuevo discurso a la conquista del centro político, ese ansiado espacio electoral de la democracia española hoy deshabitado por la izquierda. El pacto de Sánchez con Unidas Podemos y los independentistas despejó el camino al PP. Ahora esta vía se ensancha al final del año y del ciclo con la incompetencia soberbia del Sí es Sí y la tomadura de pelo descarada de la malversación. A la deriva, el barco sanchista se aleja del sentimiento socialista y del sentimiento español, también del sentido común, mientras los ciudadanos afrontamos una dificilísima coyuntura económica. Es probable que ni la recuperación de la Guerra Civil como tema de debate y vector de polarización pueda ya salvar los muebles del naufragio socialista. Si miramos atrás en nuestra democracia, cuando los socialistas fracasan es porque antes ha fracasado España bajo su timón. La economía es más relevante que la ideología, indican los expertos académicos en predicción electoral que utilizan los ‘fundamentals’ para modelar y anticipar la evolución del voto.
Esperemos que el voto de los españoles evolucione hacia lo que España necesita. España necesita un nuevo PP, que ya lo hay. España necesita un nuevo -o el antiguo- PSOE. Y España también necesita un nuevo Vox, un partido que piense un poquito más en su país y rebaje el tono a su actual discurso incendiario. Los incendios ¿construyen algo? España necesita escuchar un poco más a Íñigo Errejón, capaz de debatir ideas sabiendo de lo que habla. Y España necesita que Unidas Podemos deje de apropiarse de la igualdad y de venderla como un producto de consumo con marca política propia, hablando en nombre de todas las mujeres, sin permiso. No en mi nombre, gracias.