Todos los 8 de marzo me acuerdo de mi profesor de química de segundo de BUP, un apasionado de la publicidad desde la distancia irónica que desentrañaba los mensajes ocultos para no caer presa de ellos. No quería llevar marcas porque nadie le pagaba por ello. Si se compraba un jersey Lacoste se quitaba el cocodrilo.
Aquel profesor nos mostraba en clase, además del funcionamiento de los protones, los anuncios de bebidas alcohólicas. Juntos, diseccionábamos cada segundo para sacar a la luz el truco: palabras, asunciones, reclamos y asociaciones antes solo registradas en nuestro subconsciente. Nos enseñó a no dejarnos engañar, una gran lección para toda la vida.
A mi profesor le fascinaban también las diferentes formas de hacer nudos de corbata. Llevaba entonces corbata, no él, sino yo, por pura rebeldía. Nunca me gustaron los roles sin fronteras. No creía -y sigo sin creer- que una mujer tuviera que ser necesariamente convencional, tampoco moderna, ni guapa, sexy, madre o esposa, pero sí libre e independiente. Una mujer tiene que ser lo que ella verdaderamente quiera, decía entonces yo a mis amigas, pero trabajar en cualquier caso para ser independiente de los hombres. Mi profesor lo sabía y simpatizaba con mis ideas. Por eso, me felicitaba cada 8 de marzo, que era entonces el Día de la Mujer Trabajadora. Mi día.
Han pasado muchos años desde aquellos 90 y algunos avances en igualdad ha habido, sí, pero no suficientes. Las personas que limpian en las casas son principalmente mujeres, mientras que solo la mitad de las empresas del IBEX 35 cuentan con un cuarenta por ciento de mujeres en sus consejos de administración y tres ‘solitarias’ mujeres ostentan una presidencia. Por mucho que la transposición de la normativa europea augure -y se anuncie a bombo y platillo- que en pocos años se logrará la paridad, las presidentas en el selectivo siguen siendo la excepción. Paridad de segunda fila.
Las mujeres casi nunca ocupamos el puesto número uno y no hay ley, partido feminista o cuota que lo solucione, al menos, por el momento. Por muchos golpes de pecho que se den en nuestro Gobierno y en los hemiciclos, hay problemas muy graves en materia de igualdad en la democracia española de los que nadie se quiere acordar.
Uno es que nuestra Constitución establezca aún la preferencia del hombre sobre la mujer en la sucesión de la Corona, una reforma que debería haberse realizado hace muchos años, pero que, tristemente, nunca ha concitado el interés ni el consenso de todas las fuerzas políticas. Flaco favor se ha hecho así a la Monarquía que es víctima de esta inacción al igual que todas las mujeres españolas. Aunque la Princesa de Asturias garantice el acceso de una mujer al trono, nuestra Carta Magna sigue incluyendo una disposición que es absolutamente discriminatoria y, por lo tanto, no es de recibo. Otro problema es la flagrante cultura política discriminatoria que emana del relato histórico y objetivo de presidentes del Gobierno de España: ninguna mujer hasta la fecha, por muchas vicepresidentas y ministras que haya habido y que nos hayan vendido. Lo dicho, paridad de segunda fila. Un engaño, como aquella publicidad de los 90.
Qué nos impide llegar siempre ha sido la pregunta; que nos ayudaría a alcanzar, no la paridad de segunda fila, sino las cimas políticas y económicas, es la respuesta que todas las mujeres esperamos. Se impone una cultura diferente, no conformarnos con el número dos e ir a por el número uno. Hay que manifestarse, sí, pero eso no basta, hay que levantar la voz para defender la igualdad siempre, no solo cuando conviene políticamente. Urgente es introducir más asertividad en la educación de las niñas, aprendamos a decir alto y claro lo que queremos y a demostrar públicamente lo que valemos. Y cuando llegue la hora de ser elegidas, serlo por nuestros méritos profesionales, no porque sí, ni para que nos utilicen como un florero quita vergüenzas.
Por supuesto, los gobiernos y las empresas deben construir un colchón que amortigüe la desventaja competitiva que afronta una mujer cuando decide ser madre, porque esa elección condiciona su carrera profesional desde el minuto uno. En este campo, un reto fundamental es que el teletrabajo no siga retrocediendo en España tras la pandemia, porque batimos el récord europeo en este retroceso. El hecho de que ambos progenitores cuenten con la opción de teletrabajar algunos días a la semana cambia completamente de forma positiva la organización de trabajo y familia en el hogar y ayuda a que la mujer madre siga apostando por su carrera, además de ser más sostenible. La jornada de cuatro días, cuyo debate abrió la pionera empresa jiennense Software del Sol, es también una forma de avanzar en esa igualdad pragmática a través de la conciliación. Obras son amores que no buenas razones, que dice el refrán.