Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

Adagio finale

En el lenguaje de las flores el pensamiento blanco significa respeto, el amarillo, poesía y el azul, amor

Carezco de calendario zaragozano. Ese cuya composición era un taco de hojas que se iban arrancando día a día y al dorso de cada una de ellas nos ofrecía alguna frase aleccionadora de los diferentes órdenes de la vida. Incluso daba consejos sobre agricultura, fechas idóneas de plantación y algunas otras cuestiones que la edición consideraba de utilidad.

Este calendario me parecía que representaba un otoño constante en donde las hojas que se resistían al tiempo eran desgajadas para acomodarse al transcurrir diario. Mientras los calendarios o almanaques de colgar exhibían la numeración completa de los días del mes, el zaragozano podía detenerse de acuerdo con su propietario y prolongar un domingo hasta el jueves, creando la ficción de hacerle la competencia a Cronos, padre del tiempo.



Posiblemente si no estuviéramos en la cercanía de esa datación que nos hace pasar la barrera anual, que nos marca lo que se acaba y sustituye de forma menos trágica la figura del reloj de arena cuyo último grano vacía el vaso superior, posiblemente digo, estaría pergeñando una loa a la excelencia reivindicativa del paisanaje. Pero felizmente me he alejado de las musarañas. Siendo honesto, el desgranar estas líneas viene a ser consecuencia de tres hechos elegidos. Y lo hago con el número tres por su carga de simbología iniciática en la suprema interpretación ternaria de la armonía y el orden. Trinun faciunt collegium, que en castellano significa: tres hacen un colegio. Y mientras redacto, la tarde del 21 transcurre en ese tercio equinoccial, por el que la luz se rinde y vence la oscuridad, para iniciar un nuevo ciclo en el que ambas fuerzas se entrelazan, pero mañana y poco a poco la luz se impone para crear.

Al número dos le adjudico la visión en mi paseo diario de esos jardines que dicen haber llenado de pensamientos. Jaén, decía la noticia, se ha llenado de miles de pensamientos: diez mil en concreto. Me preguntaba si todos eran ocurrencias del edilicio alcaldero disfrazados de flores equidistantes. En el lenguaje de las flores el pensamiento blanco significa respeto, el amarillo, poesía y el azul, amor. Ahora veo que son de tan poca credibilidad que la propia naturaleza, perspicaz en la mentira las ha tapado con sus hojas marrones para mostrar la realidad de lo que toca: el invierno, que va a ser largo.

El número que cierra la trilogía y la simboliza, el tres, lo marca un hecho gozoso. Tras mas de sesenta días de búsqueda infructuosa, ha aparecido mi pluma. No es una cuestión baladí. Este columnista tiene la senecta y literaria costumbre de rellenar una cuartilla con pretensión de decir algo utilizando una antigua y querida pluma que me acompaña desde la friolera de cuatro décadas. Pero advierto que otros tipos de escritura, a la que yo denomino menor, como recursos administrativos, quejas, apelaciones y demás farándula roba tiempos, esos, los hago con el ordenador al que le adjudico una categoría eminentemente práctica pero carente del placer que conlleva mancillar la blanca cuartilla con signos y garabatos que la tinta de la pluma va dejando. Tal y como significaba un colega columnista, a veces las musas se toman vacaciones olímpicas, ausentándose de la comunidad divina, o sensu contrario, encargándole a los mengues el hilo de comunicación de la invención con la creación, tal como es mi vieja pluma.

En la generalidad musical las sinfonías suelen acabar con un allegro en sus diferentes versiones para marcar la apoteosis final. En este caso el 2023 no da para nominarlo con este calificativo. Mahler en su obra maestra, la Novena Sinfonía, decidió terminarla con un Adagio, en el que vida, desamor y dolor son cantados por la instrumentación. De ahí la cabecera de esta columna, real y sin trampas.