Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

Alberto y el comendador

Ahora hace un año que el PP, en su papel de trofeo a conseguir, paseaba por los claustros tumultuosos en un estado de alta desazón espiritual

 Alberto y el comendador

Foto: EXTRA JAÉN

Don Juan Tenorio, como si de una obra del PP se tratara.

D.Juan y D.Luis, ambos personajes de Zorrilla en su conocida obra “D.Juan Tenorio” pugnaban por conseguir la rendición amorosa de la turbada Doña Inés. Ahora hace un año que el PP, en su papel de trofeo a conseguir, paseaba por los claustros tumultuosos en un estado de alta desazón espiritual. Atacábanle íncubos y súcubos de la cohorte demoniaca, torturando su alma azul. Ni las constantes oraciones, ni las penitencias, flagelos y cilicios conseguían pacificar el alma del paraíso de la privatización, el beneficio y lo de cualquier pasado fue mejor. Pero D.Pablo, perdón, D.Luis no acertaba a darle a aquella dama cuitada las zalemas y guindamainas necesarias para curar su desazón y restablecer la paz espiritual y corporal. El demonio y aquella carne de las novelas del padre Brown, revoloteaban sobre aquel pastelillo político, cuyos ingredientes no respondían a la nueva repostería liberalota. El olfato de Doña Isabel, perdón nuevamente, Doña Brígida quería decir, deduce que este doncel no es el adecuado para que la obra teatral acabe como Dios manda y la gente de bien gusta. Así pues, abre las puertas a D.Alberto, perdón, Don Juan: otra vez me vuelvo a equivocar. El acero de Tenorio es sin duda de mejor calidad, curtido en todo tipo lances y con una acreditada experiencia en saltar tapias conventuales, las que libra por esa habilidad y gracejo de que estas no sepan nunca si las sube o las baja. Es obvio que el honor de la doncella, herido por el acero de D.Juan sea defendido por su padre, D.Gonzalo, a quién también atraviesa, esta vez con su espada (que no es lo mismo que el acero). Hay un acto, casi del final de la obra en el que D.Juan en la tumba del Comendador Gonzalo, muerto por él, lo invita a cenar. A mí este acto ( y si quieres te invito a cenar, comendador) me produce un escalofrío escénico. Un “deja vu” aireado por los informativos por el que realidad y ficción se mezclan y esbozan esa interrogación sostenida que toda obra teatral que se precie provoca en el público, deseoso de un final a su propia medida. Realmente en esto el guionista o escritor sabe que ese final debe de responder al llenado de la sala. ¿Quién mandará a D.Juan a beber agua al rio Leteo? ¿Centellas termina de pareja con Brígida? Quedamos expectantes. Por si acaso que no falten las rosetas.