Esta torridez hace que se me ablanden los fluidos corporales. Todo se evapora y los líquidos cefalorraquídeos bullen como los radiadores de aquel primer vehículo que adquirí a principios de los setenta. La única solución para refrigerar la mecánica móvil era poner la calefacción. “Hiho puti”. Adriano, en estas circunstancias, me refiero al emperador, llamaba al físico, según sus memorias. Ahora esto de los físicos, lo controla otro emperador de la Bética, a la moda clientelista romana. Volvemos al neoclasicismo de los panes y los circos. Yo me he puesto la toga vetusta de emérito y calzo las sandalias, cubriendo mi cabeza con el petaso para recorrer las casi diez millas que me llevan a la quinta mentesana, para zafarme de estas calores. Me dispongo a escribir, pese a lo poco que acompaña estas calimas más propias de la Mauritania. El cálamo no va. La tinta está seca. Ahora no veo: dioses manes “la ceguera”. Un estruendo me saca de la alucinación. Un trueno tormentoso de los nubarros que coronan las sierras de los Cárcheles, me despierta de la siesta. No puede uno pasarse con el ajo en las pipirranas.
Juan Manuel Arévalo Badía
Detrás de la columnaEl ajo en la pipirrana
Volvemos al neoclasicismo de los panes y los circos