Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

El libro en el cajón

….y la guitarra en el rincón, no hacen ningún son. Como este, nuestra lengua española nos muestra la abundancia de referencias a la palabra LIBRO...

….y la guitarra en el rincón, no hacen ningún son. Como este, nuestra lengua española nos muestra la abundancia de referencias a la palabra LIBRO. Y como todas las primaveras hay que buscar esa escalera para subir a las estanterías de bibliotecas y librerías, descendiendo con aquel ejemplar que alguna vez nos cambió la vida; quizás pasamos con él un buen rato; quedamos sorprendidos; aprendimos algo que desconocíamos; viajamos o soñamos; amamos u odiamos acompañando al personaje de la narración, y hacemos todo eso en unos momentos de intimidad personal que hemos elegido libremente creándonos una ficción propia del relato. Construimos paisajes, fondos, voces y rostros, en definitiva nos unimos a la actividad creadora del escritor o la escritora, cuya pretensión final sea esa, que su personaje deje de ser suyo y pase a ser de otro. Esa es la grandeza literaria de la creación. Todo ello en un mundo cuya puerta se abre en una portada y se cierra en otra, pero que no da por terminado nada en la medida que todo va ya contigo. En lingüística existe un término, “cognado” que define aquellas palabras de un idioma cuya semejanza con otra lengua induce a darle igual significado pero cuya traducción no tiene nada que ver. Son las denominadas “falsos amigos”. Así ocurre con la palabra inglesa “library” que significa biblioteca, sin embargo para nominar una librería utilizan “bookshop”, literalmente “compra libros”. A mí me gusta más la primera, por su raíz latina, y porque nuestra definición de ese templo que almacena la sabiduría de su contenido (Byblos) referencia uno de los soportes que nos legó el alma de la humanidad: el papiro. Guardo en la memoria olfativa mis primeras visitas de la mano de mi madre a la antigua biblioteca de Jaén en el edificio de la calle Compañía. La penumbra y paz de aquel recinto y ese olor, que a modo de llamada, me indujo a aprender a descifrar aquellas machitas negras que poco tiempo después me condujeron al mundo de la magia y del ensueño que arrastraría a Bastian a viajes interminables. Esa fue la puerta para penetrar en el mundo de las librerías y conocer a sus guardianes vocacionales que me enseñaron a leer sin pretensión de dogma ni de almacenamiento, simplemente estableciendo una interacción y un dialogo con la obra sobre cuyas páginas paseamos nuestros ojos hasta reencontrarnos con quienes somos. Leer te permite ir siempre más lejos. Y siempre tenemos que ir más lejos, siempre.