Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

La regata nacional

No hace falta mucha inventiva para escribir un guion con las mimbres que nos proporcionan estas recias estirpes del carpetovetonismo patrio

Qué lástima que Berlanga ya no esté con nosotros, porque materia hay para rodar metros y metros de película. Este bulle bulle borbónico que no cesa, y que nos invade como las olas de calor procedentes de los países del golfo. Allí entre arenales y jaimas con cortinas de verdes, y negros tafetanes que es el color del dólar y el petróleo se ha establecido el nuevo y virtual escenario de un Versalles de “belle epoque”. Los relojes se han detenido para perpetuar modos y maneras de privilegios basados en el derecho dinástico. Un lugar en el desierto en donde el sol abrasa y la arena, como en las plazas de toros, recoge la sangre del degüello. De vez en cuando, tanta sequedad, viene a reponerse en los humedales nórdicos. La escopeta es sustituida por la vela que se ve más y arma menos ruido. Las cacerías dan paso a las regatas y tras ellas, sin duda alguna, una cohorte de viejos negociantes se aprestan a dar voraces dentelladas, entre platos de ostras, bogavantes y nécoras. Seguro que no faltaran sirenas que canten el son embaucador. La naftalina de las mansiones ducales se ha trasladado a los clubes náuticos en donde los vendedores de porteros automáticos, sobrevuelan como los charranes y gaviotas, alrededor de las embarcaciones. Algo caerá por la borda y ese es el momento de lanzarse. Al pobre marqués de Leguineche, (que nunca aprendió a nadar, porque eso era cosa del populacho), le han cambiado el decorado. Desprovisto de la mansión nobiliaria con escudo blasonado se ha dado cuenta que la nobleza hispana ha sido sustituida por una aristocracia híbrida avezada en la captura con anzuelo, sustituyendo el palacete por el club náutico, con menos sangre azul, pero con una impecable puesta en escena de blanqueo de pantalones y zapatos acompañados de chaquetas blasier y gorra marinera. En mientras el Bribón larga la mayor y suelta amarras sin contar con el permiso portuario realizando sólo maniobras de distracción en vista de que el tiempo ya no permite excesos marineros. No hace falta mucha inventiva para escribir un guion con las mimbres que nos proporcionan estas recias estirpes del carpetovetonismo patrio. A lo mejor tocaba escribir de esa palabra que usted sabe, pero en la próxima columna ¡Hablaremos de la investidura!