Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

Semana Santa

He tenido que irme a leer el periódico a la plazoleta de La Magdalena, por que la del Deán Mesas se la regaló el Partido Popular a los bares que la circundan

En el preludio doloroso de la santa semana se barruntaba lo que venía. La bandera de la Renfe apuntaba hacia el Almadén. El poniente cordobés refrescaba las calimas previas. Ni una nube. Tampoco agua. Como dicen los taurinos, “los tendidos hasta arriba”. En la Avenida de los Escuderos no cabía ni un caballero y a los escuderos y jumentos los mandaron a los pagos ribereños del Puente de la Sierra para que se solacen estos días, puesto que las calles están todas ocupadas, aceras incluidas. El domingo se colgó el cartel hostelero de “no hay billetes”. Camareros a peseta y piruletas a real. Menos mal que el CETEDEX va a cambiar la aljofifa mesera por el ordenador, los temporeros por los fijos y el jornal por un sueldo. Jaén ya no le va a quitar el sueño a nadie. Qué lástima que los dos hermanos de la Tasca Los Amigos no tuvieran una plaza al lado para supervivir a la COVID. Con su chato de vino blanco, como el dios manda, me refiero a Baco, y su carne con tomate: exquisita. En mientras he tenido que irme a leer el periódico a la plazoleta de La Magdalena, por que la del Deán Mesas se la regaló el Partido Popular a los bares que la circundan. Casi que me viene bien. El médico me ha dicho que la mejor manera de combatir la diabetes es andar mucho. Menos mal que con mis casi siete décadas en la camiseta, tuve un buen entrenamiento cuando los grises cargaban en la Universidad de Granada. Pero ya no tengo que correr. Ahora me pongo los cascos conectados al móvil y al compas de seis por ocho de los pasodobles grabados, piso con garbo y saludo al respetable cuando paso por la Ropavieja. Antes de esta semana me fui a Madrid y en el Ikea me compré un taburetillo plegable. Le di a la empleada la medida de los chapones de los corralitos de Bernabé Soriano, y comprobada mi altura me buscó uno de buten para poder ver las procesiones. Y además no trae tornillería para armarlo. Los pies penitentes iban llenos de arena playera. Creo que era Santa Teresa la que decía que en la cocina la mística sublevaba los pucheros. El lunes di comienzo a esta tarea. Primero una docena de torrijas de vino tinto. Esas me las hacía mi tita Ina, que en su periplo por los pueblos serranos adquirió la ciencia culinaria de lo popular. Hay vicios que se adquieren desde chico. Luego otra docena de las de leche. Eso el martes. Y el miércoles tres docenas de roscos fritos, de los que mi madre me daba en semana santa y me los echaba al bolsillo, pringue incluida, para ver pasar las procesiones. Entre el jueves y el viernes mis nietos suelen dar cuenta de las tres cuartas partes de la producción y algún que otro palomino de añadidura. Tras el trono del crucificado, la escalera. ¡ Ay Falito que estás en los cielos!