Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

Ventolera

 Ventolera

Foto: Carlos Peris

Catedral de Jaén.

Ha vuelto. Por si no nos acordábamos, los que tenemos memoria para contarlo, o los que sumamos muchos calendarios. Ha vuelto para entrar por la carrera de Jesús rugiendo feroz y encallejonándose por la calle Campanas abajo, por la misma por la que gateaba el Obispo de esta ciudad sujetándose con una mano el impermeable negro y con la otra la gorrilla, sosteniéndose a duras penas para llegar a su casa. Calle peligrosa para la curia y para el pueblo secular, pero más para la primera que circulaba con asiduidad en aquellos tiempos en que las canonjías ocupaban en número el coro catedralicio para realizar el obligado canto de horas. Se cuenta que en unos de estos inviernos enseñoreados de esos aires. por los que Jaén era famoso. una mañana se disponía el cabildo, acuartelado en el obispado por el mal tiempo, a cruzar la plaza de Santa María y entrar en la Catedral con el fin de realizar el cántico que les era propio. Por fin y tras varias intentonas, parecía haber un momento de calma, entonces decidieron dirigirse en ordenada fila de a dos hacia el templo. Embozados en sus capas y sobrepellices, una negra hilera atravesaba rauda el espacio que creían exento de peligro. En esto, y sin aviso, un potente remolino atravesó la plaza con tal saña, que enredándose en las capas canongiales los lanzaba hacia un lado u otro, pero más hacia su salida natural de la calle Campanas. El Obispo que desde su ventana palacial observa la maniobra, bajó presto y con gran pavor a socorrer en lo que pudiera a su Colegio de Canónigos. Recompuestos del susto y una vez dentro del templo se procedió al recuento, observando que faltaban dos componentes. Tras registrar las naves y volver a salir fuera, no daban con su paradero. En ese momento, el pertiguero con su larga saya y blanca peluca se acercó para indagar sobre el suceso. Una vez enterado del número y del nombre de las personas, se aproximó al señor Obispo y por lo bajo le indicó al oído: - No busque más su Ilustrísima, esos dos están seguro en el Gorrión. La ventolera ha sido elemento de inspiración de ficciones como esta, o de realidades como el quiosco que bailaba por la plaza de Santa María, o de cómo se abrieron las puertas de la Catedral en una noche en la que ni las almas se atrevieron a hacerse presentes. Cayese la que cayese, en las primeras horas de la noche de antaño, se oía el repiqueteo del chuzo del sereno retemblar por los empedrados de los callejones. Un poco más tarde una voz rasgaba el silencio: - Hoooojaaaaldreees calieeeenteees. Después, solo el tableteo de los cristales en los junquillos de las viejas porteras. Las campanas de San Juan dando las once. Luego, nada.