El arpa de Dorotea

Juan Manuel Vallecillo

Los Mejillones Tigre triunfan en Madrid

Presentaron su nuevo disco el pasado viernes 24 de febrero en la repleta sala “Fun House”


Hay que tener cuidado con los experimentos sociales porque nunca sabes cuál será el resultado final. Todos conocéis, por ejemplo, el de la cárcel de Stanford gracias a la peli de Adrien Brody y Forest Whitaker. Un hecho real que sucedió en 1971 cuando, con la pretensión de estudiar cómo evitar los conflictos en las prisiones, se escogieron a 24 universitarios sanos psicológicamente y se les asignaron los roles de presos o guardias para recrear la vida penitenciaria. Sólo al sexto día, el ensayo se les fue de las manos debido al extremo sadismo que se apoderó de los voluntarios y tuvieron que poner fin al estudio. Hablando de sadismo, puede que el primer experimento social conocido saliera de la cabeza del sádico Vlad el Empalador. A este cruel príncipe de Valaquia al que Bram Stoker le dio una segunda vida inmortal como el romántico Drácula, se le ocurrió medir el temor que le tenía su pueblo poniendo una copa de oro en la plaza de la capital. Los ciudadanos podían beber agua de ella pero tenían prohibido robarla. A pesar de la pobreza extrema de los sesenta mil habitantes de Targoviste, jamás nadie la tocó durante todo su reinado y el temor infundado era tan grande que, incluso, tras la muerte del Empalador, la copa se mantuvo intacta muchos años después. Aunque Vlad nunca imagino que, después, él sería Drácula, por muchas razones, podría haber dicho sin equivocarse: yo soy el vampiro.

“Yo soy el vampiro” es la canción que más me gusta de “Los Mejillones Tigre”. Un tema que sonó brutal en directo el pasado viernes 24 de febrero en la repleta sala “Fun House” de Madrid a lo largo del experimento social al que estos músicos jiennenses nos sometieron. Tras una grabación en la que una voz nos recordaba lo privilegiados que éramos por estar allí, este gran sexteto, escondidos bajo una túnica negra con capucha, subía al escenario y empezaba a interpretar “Dale Candela”, la cumbia que abre su magnífico último álbum llamado “El Fuego” y que fue lanzado el pasado 27 de enero. Después, se quitaron sus sotanas de tétricos frailes para exhibir su chillona y hortera indumentaria habitual. Así, nos hacían creer que se tramaba una desfasada juerga llena de diversión, música, humor y baile pese a que luego desvelaré el perverso objetivo del experimento. De esta manera, nos enloquecían intercalando canciones de sus dos álbumes como “Ella no quiere bailar”, “Sunday Guajira”, “Radiación”, “Ayacayé” o “Lamento lisérgico”. Repartían chupitos de pacharán entre los asistentes, nos hacían reír y nos cautivaban con sus inteligentes y divertidas letras convenciéndonos de barbaridades como que “Satán es amor”. En definitiva, arrancaban de nuestra alma los problemas y el sufrimiento despojándonos del aburrimiento y la tristeza que gobiernan en el ser humano corriente para anular nuestra voluntad y que nos centráramos solo en su urdido plan disfrazado de espectáculo. En un breve instante en el que pude reflexionar, me di cuenta de que Los Mejillones Tigre son un milagro. Una banda imposible que es capaz de mezclar, con uniformidad, estilos tan lejanos a la moda actual y tan dispares entre ellos como la cumbia, el boogaloo o la rumba psicodélica y que, no obstante, están triunfando. Que vienen de nuestra aislada Jaén y se hacen oír en toda España siendo una contradicción absoluta dentro del dominante mercado musical. Unos gamberros, pasotas y payasos que gracias a sutiles ironías consiguen ser más punzantes en la crítica social que los cultos y viejos cantautores de siempre. Sí, un milagro que no se puede entender y, por lo tanto, nuestra única obligación debe ser publicitarlo, promocionarlo y protegerlo. Ellos, liderados por Iñaki Blázquez a la voz y al guiro, son: Luisma Galán a la batería, Ramón Rodríguez Reca a la percusión y la animación, Josete Cruz al bajo y los talentosos Fiti Esteban y Dani Garvín a las guitarras. Volviendo al concierto… bueno, por llamarlo de alguna manera, Los Mejillones Tigre tenían reservados los mejores temas para el final. Sonaron impecables, siempre entre risas y sorpresas, “La fábula del promotor y el trovador”, “Vacaciones en Jonestown”, “Apocalipsis Zombie”, “Encuentros misticoeróticos con Sheela”, “La cumbia es el nuevo punk” o “Agua de fuego”. Con su hit, “La Danza del Pacharán”, pretendían terminar el experimento y provocaron la locura colectiva de todos los congregados que bailaban como posesos haciendo el pogo. Hablo de canciones que, muchas de ellas, se burlan de las sectas. Un argumento recurrente para criticar nuestra falta de libertad en el pensamiento. Sin embargo, menuda paradoja, su perverso objetivo final era conseguir fieles adeptos para la suya propia. Sí. Soy un orgulloso y obediente miembro de la secta de Los Mejillones Tigre y tú, tan listo que te crees, lo serás. Yo también pensaba que no me convertirían, que no, que no iban a poder conmigo pero… ahora ya sé que hay que tener cuidado con los experimentos sociales porque nunca sabes cuál será el resultado final.