El bar de la esquina

Antonio Reyes

Futuro tecnofóbico

No serán las máquinas las que se revelen contra nosotros, como se ha visto en alguna que otra película, sino el hombre el que tendrá que levantar la voz

Que la llegada de las nuevas tecnologías convirtió este mundo en un lugar mejor es algo que nadie puede negar. Desembarcaron los ordenadores en los trabajos e industrias, en los hogares, las escuelas, etc. Años después fue Internet la que irrumpió con fuerza en nuestras vidas y nos hizo viajar por todo el mundo sin salir de casa. La red de redes mejoró nuestra calidad de vida permitiendo a cirujanos realizar operaciones a distancia, regular el tráfico de una ciudad desde una sala de monitores, el control y vigilancia portuaria, la navegación mundial de barcos y aviones o ponernos en contacto con familiares y amigos que están en la otra parte del mundo.

Pero la tecnología también tiene su Mr. Hyde, el lobo feroz que espera paciente detrás de un árbol a que pase risueña y cantarina Caperucita. Porque si tan cierto es que este mundo es un poco mejor desde entonces, igual de tangible resulta la pérdida inevitable de empleo como consecuencia de que una máquina haga el trabajo de veinte personas, que las redes sociales hayan sorbido el seso a niños y adolescentes y no dejen espacio en sus pequeños cerebros para más, sirviéndoles en bandeja las herramientas para ser peores personas cuando se encierran en sus dormitorios o graban agresiones a otros jóvenes con la única intención de subirlas a las redes. O la moda de turno, la IA, que nos ofrece la posibilidad de crear desde un ordenador o móvil falsos personajes con rostros reales y con discursos falsos, motivo por el cual, por ejemplo, los guionistas de Hollywood llegaron a la huelga y en breve tocará de lleno a actores y actrices. Pero lo grabe es lo ocurrido en Extremadura, donde unos niños de entre doce y catorce años realizaron estos avatares con rostros de niñas y cuerpos desnudos. O la imagen irreal que genera en menores que no están contentos con sus cuerpos y fantasean con mejores curvas sin que sus familias tengan idea de lo que hacen y cómo se sienten para llegar a esos extremos (consecuencia directa de estar tanto tiempo encerrados en sus habitaciones sin contacto social).

¿Qué ocurre para que todo gran invento tenga un lobo esperando a la vuelta de la esquina? ¿Quién no está haciendo el trabajo de vigilancia? La propia UE se ha puesto como nuevo reto legislar sobre la IA lo antes posible, debido a ese gen nuestro que nos ordena destrozar y pervertir todo lo que creamos. En los centros educativos son muchos los profesores que están levantando la voz porque esta herramienta va a conseguir todo lo contrario de lo que se espera del alumnado: no desarrollar las habilidades de expresión adecuadas, trabajo e ímpetu que se espera a esas edades. Toda aplicación o nuevo desarrollo tecnológico que no conlleve un aprendizaje previo desde la base, hará que nuestro cerebro acabe atrofiado. No quiero decir con todo esto que todos terminemos así, pero las expectativas no son nada halagüeñas. Hay un componente que, si no es garantía de éxito para nadie, sí que nos pone en el camino correcto para lograrlo. Me refiero al esfuerzo, y con esto no quiero describirme como un enemigo acérrimo de cualquier avance tecnológico, pero sí si este supone detener nuestro desarrollo personal o social a cambio del progreso porque sí, a las bravas. Porque el progreso en sí mismo no significa que todo lo que traiga bajo el brazo tengamos que aceptarlo. Tenemos la obligación como especie que evoluciona de analizar y revisar todos los escenarios posibles en los que nos puedan meter nuestros errores y, a día de hoy, no lo estamos haciendo.  



A quienes desarrollan aplicaciones para móviles o nuevos programas supuestamente basados en IA solo les preocupan los beneficios. Claro que es lógico en cualquier empresa, lo que pasa es que esas ganancias solo se logran si consiguen hacer esclavos a quienes utilizan sus inventos, ya que solo así ellos conseguirán las metas que persiguen. A cambio, nosotros tenemos cada vez a más niños y niñas esclavos de sus aplicaciones y (mal llamadas) redes sociales, aislados en sus dormitorios alejados de un verdadero y curativo contacto social y con un aumento del déficit de atención que los mantiene, paradójicamente, más desconectados del mundo que nunca. Estos ejemplos son las evidencias de que no todo avance es bueno ni llega para hacernos la vida más sencilla y amable. Porque detrás de un éxito empresarial en este campo siempre hay un menor que puede no llegar a alcanzar sus sueños por culpa de su adicción o creer que el mundo es lo que ve a través de la pantalla. Es entonces cuando aparecen problemas de salud mental, depresión, ansiedad, aumento de la agresividad y la tristeza de ver que los sueños no siempre se cumplen, sobre todo si los construyen en base a lo que los influencers (¿de qué? te dicen.

No serán las máquinas las que se revelen contra nosotros, como se ha visto en alguna que otra película, sino el hombre el que tendrá que levantar la voz en un futuro que tiene pinta de apocalipsis y en el que el ser humano pasará a un segundo plano sin no corregimos esta senda que hemos iniciado. Avances tecnológicos, sí, pero que esto no suponga dejar por el camino a millones de personas que mañana tendrán que comprar el tomate que cultive un robot. Pero, claro. Si la tecnología lo gobierna todo, ¿con qué dinero compraremos ese tomate?