El bar de la esquina

Antonio Reyes

Los santos inocentes

Lo que está ocurriendo con el campo no es más que el resultado caníbal de las políticas liberales globales

Lo único que sé de agricultura es que hay gente que vive de cultivar alimentos que los demás comemos para seguir vivos. Alimentos que no nacen en el lineal de un supermercado, sino en el campo, donde miles de personas se dejan la espalda, el dinero y el sudor para cultivar y hacer crecer verduras, frutas y animales que un día terminarán en nuestro estómago. Y hasta aquí mis conocimientos del indispensable mundo agrícola.

Leyendo, escuchando y analizando a mi manera lo que está ocurriendo con el mundo del campo, no solo en España, sino en otros países de la UE, las dudas vienen como una marabunta. ¿Dónde surgen las pérdidas de las que hablan los agricultores? ¿En decisiones las instituciones europeas, en las nacionales o en las autonómicas? Pues no lo sé. Que si falta de subvenciones, que si los intermediarios, que si los grandes supermercados, el precio de los combustibles… Las únicas pruebas tangibles que tenemos son los precios en origen y los finales que pagamos en la cesta de la compra. Diferencias que en muchos casos sobrepasan el 800% entre origen y destino. ¿Quiénes son los grandes beneficiados entonces? ¿Siempre es achacable a la subida de los combustibles o deberíamos prestar atención a personajes como el dueño de Mercadona, que en nuestra cara nos dijo que sí, que habían subido los precios de forma obscena? Lo digo porque sus palabras se pueden tomar como una confesión en toda regla, sin ambigüedades.

Saltemos los Pirineos. Los partidos de derechas han sido los que han gobernado desde siempre las políticas europeas, entre las que están, lógicamente, las agrarias. En los últimos cinco años, el responsable de este área a nivel continental es Janusz Wojciechowski, miembro del partido polaco «Libertad», el homólogo del partido verde español de las tres letras. Desde que comenzaron las reivindicaciones de los agricultores, los partidos más patrióticos se han levantado en banda a criticar lo que sus hermanos políticos europeos aprueban en Bruselas. Contradictorio pues esta forma de llevarse a su terreno lo que sus políticas defienden en Europa.

Pero vamos un poco más allá, que tenemos tiempo. Lo que está ocurriendo con el campo no es más que el resultado caníbal de las políticas liberales globales que estos partidos defienden, ni más, ni menos. O se está con la globalización no se está, que queremos tetas y sopas. Pero claro, ¿cómo van a perder la oportunidad de unirse a la desesperación del campo si con ello pueden atacar a los comunistas? La ignorancia viaja por barrios, así que deberíamos tener mucho cuidado por lo que pedimos. Y sí, en el mundo agrícola existe un desconocimiento grande, a sabiendas o no, eso no lo sé, de cómo funcionan las cosas. Hace unos días escuchaba cómo un agricultor decía que «yo no tengo por qué saber qué es el SIGPAC, ni de leyes ni de nada. Yo solo sé cultivar». Pues mire usted, no estoy de acuerdo. Tiene la obligación de conocer a fondo todo lo relacionado con su gremio y, sobre todo, las políticas y motivos que llevan a sacar los tractores a la calle. Porque España no es solo la huerta de Europa, sino uno de los mayores exportadores agrarios del mundo, y esto supone asumir que otros países, europeos o no, tienen leyes más restrictivas que las nuestras porque así lo ven conveniente.

Una de las muchas peticiones del campo es abrir la veda para poder utilizar productos fitosanitarios casi de forma libertina. Por ahí sí que no deberíamos pasar. Todos tenemos claro dónde van los alimentos, ¿verdad? A nuestro estómago. Aquí, lamentablemente, quienes de verdad tienen el control son los lobbies que comparten despachos con los eurodiputados. El problema no es usar o no armas contra las plagas, sino que sea la ciencia quien nos diga los que son menos perjudiciales para la salud. No, no todo vale para ayudar al sector que nos da de comer a todos. La otra petición más destacable es cuando piden a los gobiernos, entre ellos el español, intervención en los precios de los mercados. Pero, ¿no quedamos hace tiempo que eso es lo que hacen los comunistas? Lo digo porque la derecha y la ultraderecha es lo que no quieren que se haga. Y si seguimos esta teoría, quizá las manifestaciones deberían tener como meta Génova 13 y la sede del partido verde en Madrid, dado que son sus partidos los que controlan la agricultura europea.

Fuera leyes que impidan que el campo pueda cultivar con libertad y fumigar a su libre voluntad. Precisamente estas dos cosas son las que han llevado al Mar Menor a su terrible situación de contaminación y, a Doñana, a sufrir una de sus peores sequías, porque durante años se ha permitido, y en algunos casos alentado, a seguir regando de manera ilegal. Ahora padecemos una fuerte sequía y ahora buscamos enemigos fuera del gremio. Y los hay, vaya si los hay. Pero entre las filas de los agricultores también, y la mayoría de veces con la permisividad de administraciones regionales que os han dado el pan y la sal sin pensar en las consecuencias futuras.

No, el enemigo no es la Agenda 2030 ni el ecologismo ideológico, como se dice en las filas conservadoras. El problema real es que solo nos importan las decisiones rápidas sin pensar en que lo que hemos hecho hasta ahora nos ha traído hasta aquí, a un panorama climático que nos hace pagar las malas decisiones. Así que, o detenemos el capitalismo agresivo y el libre comercio a las bravas o nuestra alimentación y la economía doméstica de los agricultores corre un grave peligro. La agricultura no puede dar la espalda al ecologismo porque precisamente es eso lo que persigue, mimar el medio ambiente y el equilibrio natural, que es realmente quien mantiene todo en su sitio. Corregidos estos errores por ignorancia, el siguiente paso debe ser vigilar de cerca las ganancias aberrantes de los distribuidores y grandes superficies, porque la economía de unos pocos no debe estar por encima del bien común de la cadena alimentaria, por mucho que nos quieran hacer creer que el mercado no se puede intervenir porque eso es «cosa de comunistas».

Políticas comunistas, por cierto, que todo el mundo pide que se lleven a cabo cuando ven las orejas al lobo. La política agraria europea necesita hacerse desde el campo, no desde Bruselas. Y si nos aplicamos el cuento cada uno de nosotros en casa, pues miel sobre hojuelas. Echar diez minutos más en hacer la lista de la compra y leer de dónde vienen los alimentos es el mejor homenaje que le podemos hacer a nuestra gente del campo. Pero claro, ¡cómo nos vamos a parar a leer cada etiqueta!

Pues lo mismo ocurre con el comercio local y de cercanía, que tiene que batallar contra nuestra insaciable hambre de comprar por internet porque lo queremos todo para ayer.

Qué lástima que cuatro cantamañanas nos coman el seso sabiendo que la culpa es, en gran parte, nuestra. Pero claro, reconocerlo supone reconocer que quizá no somos tan listos como parecemos.