No, no me siento español. Como tampoco me siento experto en nada o, como diría Forrest Gump, «yo no sé mucho de casi nada», que tampoco hay que ser extremista. No entiendo de gestión política porque es un universo en el que, sobre todo, nadie está contento con nada y no entiendo de AOVE más allá de intentar que nunca me falte. Y no, tampoco comprendo lo que es tener un sentimiento nacionalista porque en esta tierra, por mucho que se eche de menos algo así por méritos históricos propios, nadie se ha interesado en potenciarlo. Puede que sea por la falta de un idioma andaluz (que lo tenemos en realidad, vaya por delante) o por no vivir en una comunidad tan rica como otras, algo que habrá que achacarle a quien corresponda, a pesar de que nuestra historia tiene gran parte de culpa. Lo que tengo muy claro es que mi ausencia de nacionalismo español viene dada por el poco interés que mi país muestra por las personas que de verdad lo pasan mal año tras año. Así que ni Cid campeador, ni Don Pelayo ni los tercios de Flandes.
Desahucios inhumanos, degradación de la sanidad pública en beneficio de empresas privadas afines a una ideología, barrios convertidos en guetos que no reciben apoyo de sus ayuntamientos, comedores sociales que solo dan eso, pan para hoy y hambre para mañana, insultos y menosprecio a las personas que decidieron amar a alguien del mismo sexo, odio al que llega de fuera huyendo de guerras, hambre y violaciones, un amor a las grandes fortunas que a ciertos políticos les hace convertirse en sus cómplices para que se libren de pagar los impuestos que deben o protocolos del horror para dejar que mueran abandonados miles de ancianos en residencias porque no tenían un seguro privado. ¿Este es el país que queréis que ame? ¿De verdad presumís de bandera? Os debería dar vergüenza, pero a la vista está que no, que por muchos rosarios que recéis sabemos cuáles son vuestros sueños, y en ellos, todas estas personas no tienen ni un mísero papel secundario. Si acaso el de la Juani de Médico de familia o el de Jean Passepartout en La vuelta al mundo en 80 días.
Y ahora me venís con esa retahíla de gilipolleces y eslóganes encabezados por la máxima expresión de falta de empatía y amor al prójimo, eso de «España se rompe». Tarde, abanderados, llegáis tarde, como siempre. España nunca ha sido una unidad por gente como vosotros. No hay quien os saque de la teoría, de la que muchos estamos bien servidos. Eso sí, mancharos las manos y salir a la calle a luchar por los que más os necesitan y perder «hasta la última gota de sangre» por conciudadanos que os esperan con los brazos abiertos, eso no, que lo hagan los putos rojos bolivarianos volcheviques, que entre ondear banderas, combinar chalecos acolchados y cerrar los ojos a la realidad social de España andáis escasos de energía.
Sois más de gritar «esas lecheras a la frontera», porque claro, todos sabemos que las miles de personas que llegan a nuestras costas huyendo del miedo lo hacen para violar a nuestras mujeres y delinquir. Claro, claro, claro. Salvo en Marbella, donde se les ponen alfombras rojas a las familias del petróleo (lo de su alcaldesa revotada lo hablaremos otro día), o los gritos de auxilio en el mundo del fútbol para que compren clubes y celebren mundiales a base de talonario, con la excusa de que así se potenciarán en sus países los derechos humanos. Eso es, y Cristiano Ronaldo y otros tantos se marcharon a jugar allí por amor a los valores del deporte.
Pero vamos al turrón. Amnistía sí o no, that is the question. Y yo qué narices sé, si ya me cuesta trabajo llegar a acuerdos en mi casa. Me importa bien poco si alguna vez Catalunya se convierte en un país independiente. ¿Que España se rompe? ¿Y? Pues mira, igual es lo que nos hace falta para corregir lo que siempre hemos hecho mal. Preguntad a la España vaciada, a los jóvenes que se marchan fuera a buscar un empleo porque su país los denigra, a quienes esperan durante meses una cita con el especialista en la Seguridad Social, a los que tienen que hacer las maletas y marcharse de la casa que tanto trabajo les costó comprar, a los investigadores y científicos y sus sueldos o a quienes, después de una vida de trabajo duro, su pensión solo les da para unas sopas de ajo de vez en cuando. Esta es la igualdad entre españoles que defienden algunos, ¿no? ¿Que España se rompe? Que se rompa, porque los que se han alzado como adalides de la unidad española son los que más motivos nos dan para no tener ese sentimiento. Han estado siempre en contra de todos los avances sociales que nos igualan más y en sus proyectos y programas no hay nada para esas provincias que reclaman lo mismo que se les da al resto. A la hora de la verdad, mucha igualdad y libertad, y al final «mucho te quiero, perrico, pero pan poquico». ¿O es que no entendéis que todo lo que se pida de más para, por ejemplo, Jaén, tiene que restarse de las partidas para Sevilla o Málaga, las niñas bonitas de los grandes valedores de la libertad? Por ahí sí que no van a pasar, faltaría más.
En cuanto a la independencia o no de Catalunya, las negociaciones de la famosa amnistía, las concentraciones ilegales franquistas vistas estos últimos días, poco que decir. Este asunto viene de lejos y se alimentó precisamente desde el franquismo, que regó con millones a Catalunya y País Vasco para mantenerlos calladitos. ¡Sorpresa! Sí, sí, Franco, el dictador al que echáis de menos es el mayor culpable de que este asunto no se haya solucionado antes. Bueno, repartamos culpas, que Felipe y Aznar tuvieron lo suyo, a ver si ahora va a resultar que este asunto lo causó el dictador unihuevo. Hay que recordar también que esta democracia nuestra nació gracias a una amnistía. Permiso para llorar autorizado.
Ahora, supongamos que la amnistía no está en el debate. Si os preguntase qué soluciones pondríais sobre la mesa mientras los partidos independentistas consiguen elección tras elección representación en el Congreso y nadie alcanza la mayoría absoluta para gobernar, ¿cuál sería vuestra propuesta? Ya os lo digo yo. Justamente lo que criticáis hoy: cambiar las leyes que hagan falta hasta hacer un país a vuestra imagen y semejanza. Pero eso, queridos, tiene otro nombre. Mirad en vuestro árbol genealógico para averiguarlo. Podéis seguir con lo vuestro, eso de que el gobierno está dando un golpe de estado mientras pedís un golpe de estado para pararlo. Aclaraos, copón, que se os hace la picha un lío.
Pues nada, que os aproveche vuestro patriotismo, que yo, a falta de constitución, himno y escudo, seguiré defendiendo mi verdadera patria, que no es otra que mi familia y todo lo que ocurre dentro de mi grupo de amigos y de esa parte de la población que aparta su vida personal para ayudar a los demás y lograr así un entorno más amable y humano.
Me imagino a los que putodefienden a España llorando de rodillas cual escena final de Lo que el viento se llevó, tal que así: «Rhett, Rhett. Si te vas, ¿a dónde iré yo, qué podré hacer?». Y obtendrán la respuesta más famosa del celuloide: «Francamente, querida, eso no me importa». Ni a mí, Rhett, ni a mí. Llamadme cuando todo esto cambie y le daré una vuelta a este artículo de opinión.