Tenemos todas las respuestas que necesitamos, las barreras correctas para los ataques que osan lanzar contra nosotros esas personas que creen que no tenemos ni idea de nada. Sabemos de macro y microeconomía, de cultura, de problemas sociales, de política nacional e internacional, de educación, sanidad, justicia y paz social. En nuestras teorías no hay fallo alguno que haga naufragar el barco de la sabiduría en el que navegamos por un océano de conocimiento infinito donde plegamos velas cuando queremos descansar en una playa privada de arena blanca que solo nuestros pies saborean y que creemos propiedad exclusiva de nuestro intelecto.
Expertos que solo tienen eso, respuestas. Pero, ¿y las preguntas? ¿Sabemos emparejar todas esas respuestas que decimos tener con su pregunta? Va a ser que no. Nuestro conocimiento está en una bolsa de tela opaca al exterior, como las de una rifa. Si alguien nos lanza una pregunta, la mano inocente de nuestro raciocinio saca la bolita al azar y responde con la vehemencia propia de un orangután que se golpea el pecho con toda la fuerza y la ira de un descerebrado. Porque sabemos de todo, nada escapa a nuestra mente privilegiada cuando alguien se plantea una duda existencial o busca ayuda para resolver un problema local, nacional o mundial.
El planeta era un lugar donde no había fronteras y nosotros lo sembramos de rediles y muros morales que nos puso una venda en los ojos por conveniencia. Lo que no vemos, no existe. Lo que no tocamos, no vive. La ceguera es el abono para la indiferencia y la ignorancia y el mayor veneno para desechar el esfuerzo por el otro. Esto es lo que tenemos, un mundo donde ser ciego es vivir en calma sin ruidos que molesten, sin voces que rompan nuestra felicidad detrás de la venda, sin lágrimas que caigan delante de nuestros pasos y nos hagan detenernos.
Somos ciegos por conveniencia, por vocación, por vagos y porque así vivimos mejor. Padecemos una ceguera que no se cura en una mesa de operaciones, ni en un confesionario ni con un par de lentes de aumento, sino manchándonos las manos por los demás, por esos que sí ven el mundo tal y como es. Quienes disfrutan de una visión real son los que no pueden ayudarnos a ver porque solo tienen lo puesto y sus manos, que pescan en ríos contaminados por nuestro nuestro consumismo terrorífico y el desprecio que mostramos a los que tienen una visión libre de muros.
En tu barrio también viven personas que respiran sin lentes, muros, ni vendas que desvirtúen la realidad. Vecinos que tienen todas las preguntas que a nosotros nos faltan. ¿Quiénes son los sabios entonces, ellos o nosotros? ¿Quién posee el conocimiento real? En la historia de la humanidad todo gran descubrimiento llegó tras una simple pregunta, no por meter la mano en la bolsa irracional de las respuestas. Porque el conocimiento se crea a partir de eso, de una duda, de un «¿por qué ocurre esto?». Es entonces cuando las personas libres, las que nada ciega sus ojos, se ponen en marcha en busca de las preguntas adecuadas para cambiar el reino de los invidentes voluntarios, luchando contra todos por hacer un mundo mejor, incluso para los ciegos.
En este universo, sus habitantes se mueven como una roomba, por la inercia que el grupo le imprime, no por convicción. Miran el mundo a través de pantallas y se convencen de que la verdad es lo que oyen en boca de otros. Y así vamos, de caída en caída de las que no aprendemos. Y tropezamos dos, tres, cuatro veces en la misma piedra porque pensamos que es la mejor manera de caminar. Si los de la bolsa de respuestas nos dicen que así tiene que ser, pues amén, no vaya a ser que nos señalen por discrepar y por ponerle a ellos las cosas más difíciles.
El mundo lo hemos construido a base de desinformación, teorías y falsas prácticas que otros nos han dicho que escuchemos y demos por buenas. Y quien no crea, al redil de los radicales, ese lugar donde serás martirizado hasta tu conversión a la religión que todos procesan. En ese vagar por el desierto tendrás un cañón apuntando por barlovento y un puntero rojo en la frente por si acaso se te ocurre sacar los pies del tiesto para arrancar la venda a un desconocido. Tendrás que elegir tu bando, el de las respuestas para todo ya establecidas o el de las preguntas molestas que llevan a la verdad. Discernir entre venda o deslumbramiento, entre muros o valles, entre realidad o mentiras. Antes de esta elección, piensa bien qué vida quieres llevar. Si te crees poseedor de todas las respuestas vivirás feliz, sin problemas existenciales, sin dudas, pero sin vida. En el caso de que elijas el de las preguntas, prepárate para tirarte al monte a pasar el resto de tu vida como un maqui, alejado de toda bandera engreída y mentirosa que no busca más que tu sumisión a la tribu. A no ser, claro está, que te unas a las vigilias que se han puesto de moda como arma espiritual para salvarnos al resto del demonio que se esconde en la patria que quieren destruir los dueños de la bolsa de las respuestas impuestas. Coge tu rosario, una biblia, una vela y échate a la calle, que no podemos bajar los brazos ante tanta injusticia. No, a la puerta de la conferencia episcopal, no, que por los abusos a menores no se va a romper la patria.
Si tomas la pastilla azul nada se moverá y podrás seguir con tus cosas de ciego. Si eliges la roja, siempre habrá quien ponga precio a tu cabeza y tendrás a los cazarrecompensas pisándote los talones el resto de tu vida. Tú eliges.