El bar de la esquina

Antonio Reyes

Turismo y demás desastres

Ciudades masificadas, precios desorbitados, alquileres por las nubes... ¿De verdad queremos este despropósito?

Que el turismo se puede volver un enemigo si no sabemos gestionarlo, es algo tan evidente como que una catedral que recibe fondos públicos para restauraciones y demás retoques debería ser gratis, al menos, para los habitantes de su ciudad. Espera, no. Para todos, ya que esos fondos provienen de mi bolsillo y de quien viva en Santander. Así que gratis para todos. Y si no, pues habrá que ir pensando en no marcar la X en la declaración de la renta, esa de «por tantos» (no quiera dios que penséis mal por esta X, que esas cositas ya no ocurren en la iglesia).

«El turismo, qué gran invento», rezaba (¿otra vez) aquella película de Pedro Lazaga, donde el alcalde de un pequeño pueblo de Aragón decide convertirlo en un gran centro turístico. Una película de 1968 que refleja con fidelidad lo que cualquiera podría querer para su localidad hoy, faltaría más. Pero, ¿qué ocurre si ese turismo se desborda? Pues sentaos, que ya os lo cuento yo.

España es desde hace años uno de los países que recibe más turistas, sobre todo en época estival. Hordas bárbaras que llegan para arrasar con todo lo que pillan: con nuestras playas, nuestros restaurantes y chiringuitos, con las tiendas de ropa, con la sangría, las jarras de cerveza bien frías, con las hamacas en las piscinas de los hoteles, la Alhambra y la Sagrada Familia (es una catedral en construcción, que ya he aprendido, leñe). Con las cremas solares, no, ¿ves tú? Ah, y con las pocas reservas hídricas de las que disponemos, que habrá que darle de beber a esta gente y se tendrán que duchar cuatro veces al día, los pobres.



Pisos turísticos que crecen como setas y vecinos hasta los mismísimos de fiestas, ruidos y despropósitos que nadie osa corregir. Estos alojamientos son el enemigo de las personas que quieren marcharse a trabajar a zonas turísticas, camareros, sanitarios, policías, maestros, porque en el otro lado están los rentistas que durante el año te cobran un alquiler más o menos aceptable y que cuando llega la hora de recibir con los brazos abiertos a esa gente blanquita, te multiplican por tres el precio de su caja de cerillas. Y ahí los tienes, defendiendo su estrategia empresarial en nombre de ese ente que nadie quiere ni se espera que controlen: el mercado, algo etéreo que solo responde a querer sacarle los cuartos a cuanta más gente mejor. Y, por lo que parece, cuanto más españoles sean, más puntos para ellos. 

El turismo se ha convertido en una plaga para quienes viven en ciudades interesantes para visitar. Entiendo que es el mayor motor económico de España y que el empleo que genera es importante. Pero, ¿todo vale con tal de seguir aumentando el número de visitantes? Y, además, ¿de qué calidad es ese turismo? Hay extremos como Magaluf que desprestigia la calidad que, supuestamente, llevamos buscando tanto tiempo. Turismo de alcohol para críos y no tan críos. Que sí, que supongo que tiene que haber para todos los gustos, pero ese ni era ni será el camino. Estamos destinados a morir de éxito turístico si no nos damos cuenta de que le estamos poniendo una alfombra roja a cualquier visitante y lastrando la vida de muchos paisanos que no pueden permitirse pagar el alquiler en algunas ciudades. Así que mucho cuidado, porque mañana puede que, Ibiza, por ejemplo, se quede sin médicos, policías, camareros, bomberos, maestros y demás profesionales porque sus gentes prefieren al turismo antes que servicios públicos.

Y si entramos en faena laboral, deberíamos estudiar a fondo las condiciones laborales que, este año también, tienen quienes trabajan en la hostelería. Saldrá el empresario de turno diciendo que no encuentra personal porque no queremos trabajar, mientras un joven dirá después ante la cámara que las condiciones son una mierda, como se viene observando desde hace tiempo. Al turismo que no le falte de nada y a esos españoles que piden condiciones laborales dignas, pan y cebolla.

Ciudades masificadas, precios desorbitados, alquileres por las nubes, vecinos hartos de ruido y fiestas a altas horas de la madrugada, derroche de un agua que no tenemos, basura y plásticos en nuestras costas… ¿De verdad queremos este despropósito? No deberíamos, pero, como siempre ocurre, diremos que es bueno para la economía y a otra cosa. Pues claro que es bueno para la economía, bien gestionado, hombre, bien gestionado.

El pasado verano se lo advertía a mis hermanos gallegos, al pasear por playas fantásticas y poco concurridas: «id creando un plan de contingencia cuanto antes, porque el día menos pensado os levantaréis a dar un paseo por aquí y descubriréis que os han construido hoteles terribles en primera línea». La marabunta del turismo no entiende de naturaleza ni de control inmobiliario. Arrasa con todo lo que se pone por delante sin atender a paraísos ni chorradas de esas. Y si cuentan con el beneplácito cómplice de la administración amiga que se encarga de comprar un buen gel lubricante para que no se note que el roce hace el cariño, pues mejor.

En España todavía quedan lugares que deberían seguir así eternamente, como la cornisa cantábrica y Galicia. Y si no, que se fijen cómo se transformó la Costa del Sol y todo el Levante: cemento y más cemento, un atentado consentido que creció sin miramientos con el beneplácito de intereses privados, la excusa eterna de la creación de empleo y de remover la economía de la zona.

El gusto de los turistas puede cambiar en cualquier momento y España podría dejar de ser ese destino que todos buscan. ¿El motivo? Las temperaturas tórridas, playas convertida en parques temáticos y la escasez de agua, además de no querer poner límites a esta invasión que ya se está cobrando demasiadas víctimas que sufren una plaga contra la que no queremos tener antídoto.

Así que, amigos del norte de España. Os aconsejo que os parapetéis cuando antes y no os dejéis  hipnotizar por buhoneros que destruirán cada uno de vuestros tesoros naturales y gastronómicos. Aguantad con espíritu numantino por la cuenta que os trae, porque la idea que tenemos de turismo es pan para hoy y lágrimas para mañana.

Qué pensarán los pueblos y ciudades de esto que acabo de escribir cuando darían lo que fuera por recibir más visitantes que disfruten de unas buenas espinacas esparragás, un cordero segureño, paté de perdiz con una dosis de nuestros AOVEs. Pasear por las mañanas saboreando alguno de nuestros cinco parques naturales, de la Cimbarra, de Cuadros, de las Coberteras, del patrimonio histórico y artístico que campa a sus anchas por toda la provincia.

A ver. Que lo que quería decir antes no era más que si sobran turistas en otras zonas, que vengan para aquí. ¡Será por cosas que ofrecer!