Que la política española se ha convertido en un escenario de batalla lingüística nadie puede negarlo. Se presta más atención a lo que se dice que a las acciones, y así tenemos ahora a cargos públicos con más interés en escribir una gracieta arrojadiza en X que en atender al hecho en sí.
Suben a su púlpito, sueltan la pedorreta que corresponda y, hala, a esperar que la réplica sea peor para reírse del contrario. Peleas de gallos que solo sirven para azuzar al respetable y que sea el venerado público quien saque los dientes. O lo que ahora está de moda: sacarlos, que no salir, a la calle para ver quién la tiene más grande, quién es capaz de congregar a más personas con banderas, sin banderas, con eslóganes y cánticos, a la espera de que la delegación del gobierno de turno dé los datos de manifestantes.
Si basamos la política en estar todos los días en la calle, mal vamos. Y como las modas cambian, nuestros políticos con ellas. Ahora parece que lo que triunfa es decir que no hay democracia, que si «golpe de Estado», que si «uso de las instituciones para beneficio personal», que no hay «libertad de prensa», que se quiere «controlar la justicia»… Pero fíjate tú que quién suele soltar toda esta retahíla de gilipolleces es quién más tiene que callar. La justicia ya se encargó de demostrar que en España solo hay un partido que ha utilizado las Fuerzas de Seguridad para desprestigiar, controlar y acojonar a los contrarios, fabricando mentiras corroboradas para hundir al adversario. Y sigo. Riegan con dinero público a prensa afín para convertirlos en fábricas que tapen escándalos de los que no se quiere hablar y que utilicen titulares escandalosos. Periódicos, programas de radio y televisión convertidos en nidos de sicarios, porque saben que somos tan sumamente tontos que nos creeremos lo que nos echen. Por eso existen las mentiras y la manipulación, porque las cobayas, nosotros, seguimos al pie de la letra los manuales básicos de manipulación informativa. ¿Que en España hay una dictadura? Nos lo creemos. ¿Que en España no hay libertad de prensa y lo dicen quienes reciben dinero público en publicidad institucional a cambio de manipular nuestra opinión? Nos lo creemos. ¿Que en España la justicia la controla el Gobierno cuando la realidad es que hay jueces con intereses pasados o futuros en hacer carrera y política desde su juzgado para la cuerda contraria? Nos lo creemos.
Todo esto viene a cuento después de los cinco días que Sánchez se tomó para pensar si seguir o no al frente del Gobierno tras llevar años sufriendo él y su familia una guerra tan sucia que es impensable en un país que se dice tener una democracia saneada. No ha sido el primero, ya que la guerra sucia, la utilización de dinero público para la fabricación de campañas mediáticas para hundir a quien se ponga por delante es propiedad exclusiva, hasta ahora, de un solo partido. Exacto: el mismo que presume con torpeza de ser garante de calidad democrática y hace dos días presumía de controlar la justicia por la puerta de atrás. El mismo partido cuyo líder en su momento osó denunciar la indecencia que supuso aprovechar la pandemia para sacarle la pasta a la Comunidad de Madrid y verse acorralado el denunciante después hasta echarlo de una patada en el culo. El mismo partido que en Galicia y Madrid lleva años soltando pasta a mansalva a la prensa afín para encumbrar a sus líderes y ocultar la corrupción, porque cuando la solvencia política y la capacidad para gestionar y gobernar es imposible de demostrar, lo único que queda es hacernos creer a través de medios y de campañas agresivas que bien podría haberlas puesto en marcha Thomas Shelby, viene ahora a decir que «no hay libertad de prensa y este Gobierno utiliza las herramientas democráticas para sus propios intereses». Tócate los huevos, Mari Carmen. Se hicieron con el copyright de la palabra libertad y ahí siguen, sobre todo en la comunidad más terrible para vivir por el precio de la vivienda que no quieren tocar, por la calidad de su sanidad pública en manos de empresas privadas, por la ausencia de unos servicios sociales básicos, unos precios generales de vida imposible de soportar o la impresión de que nadie se sentará en un banquillo por la muerte de más de sietemil ancianos en las residencias de Madrid. Y no, jamás se ocuparán de las cosas que de verdad importan a la gente vulgar, que eso es cosa de comunistas. Porque una cosa es predicar y otra dar trigo. Y esta gente, de dar sabe mucho, sobre todo dinero público para que sus medios afines sigan creando el ambiente ideal para tapar sus vergüenzas.
Es acojonantemente acojonante ver a esta tribu decir estas cosas. Es tal la impunidad y el conocimiento de cómo son sus votantes que son capaces de retorcer sus propias acciones hasta el punto de darles exactamente igual que alguien les diga que lo que denuncian ahora es su modus operandi desde la creación de su partido.
Parte de la prensa que no se ha dejado manipular por los iluminados estos, aunque eso suponga intentar sobrevivir con honestidad en un mar controlado por pseudoperiodistas y comunicadores despreciables, han tenido que decir basta. El siguiente paso para honrar su profesión debería ser apartar en lo posible a esa pseudoprensa que manipula porque vive de ese dinero de todos que les regalan para seguir con sus campañas de manipulación. La sociedad no está polarizada porque sí. Lo que ocurre es que su plan ha surtido efecto allí donde gobiernan. El manual básico de todo inquisidor es hacerse con los medios de comunicación y, de paso, con el control de la verdad.
Sé que va a ser una tarea complicada. La prensa está para decirnos las cosas que no nos gustan y lanzar mensajes para corregirlas y que no se vuelvan a repetir. Es quien debe salvaguardar la dignidad de una democracia sana y madura, el juez que denuncie lo que se hace mal. Pero por lo que parece, la mayoría de medios se han arrodillado a quien arría la mascá, supongo que porque también quieren sentir ese orgasmo que les produce la sensación de que son ese cuarto poder del que muchos hablan. Pues no, la prensa no debería ser el cuarto poder, sino el árbitro que pite fuera de juego y anule un gol aunque eso les granjee convertirse en enemigo de cualquier partido político que no busque el bien de todos. Es inevitable que ese romance prensa-política exista, y quizá así debería seguir siendo en cierta medida porque, al igual que en una relación sentimental, las cosas funcionan cuando los dos ponen de su parte. El resumen sería más o menos así: «tú (política) haz las cosas bien y verás como yo (prensa) no te atizo». Sencillo, ¿verdad? Y la publicidad institucional se reparte de manera equitativa y listo, a otra cosa. Y de paso, pues los medios que se inventen o multipliquen bulos, pan y cebolla. Estamos como estamos porque nos hemos dejado contagiar por la mentira y porque somos vagos intelectuales.
Sería interesante que el dinero público que se dedica a publicidad de instituciones públicas se reparta de forma equitativa, la misma cantidad para todos. Y quien publique o de pábulo a bulos, devolución del dinero y un tiempo en la nevera para hacer examen de conciencia.
¿Y los jueces que ponen en marcha casos donde no los hay? ¿Qué pasa con ellos? ¿No deberían pagar la complicidad con su ideología, dejando de lado la aplicación quirúrgica de la ley? Hay lawfare, punto. Alguien debería poner coto a esto por a la gravedad que supone para esa democracia que algunos creen que está en riesgo acusando a otros de lo que ellos llevan años pertrechando.
Y en medio de este fango, nosotros, los cómplices necesarios de las mentiras, los destinatarios de la manipulación, no todos, claro. Y mira que es fácil descubrir un bulo, pues no hay manera, oye, no hay manera. Es por esto por lo que cada vez que escucho a alguien tragarse una mentira como la Puerta Barrera, compartirla en redes y utilizala para afianzar su verborrea rancia sin argumentos, solo me queda pensar que cada vez que la ultraderecha y la ultraderecha agresiva hablan de salvar la democracia y que vivimos en una dictadura, muere un pobre gatito.
En fin, Serafín. Escuchar a los lobos decir que ellos y solo ellos
tienen las claves para sanear el Estado de Derecho es como si pusiéramos al
frente de la cartera de Sanidad a Jack el
Destripador. Experiencia tendría, sí, pero no para lo que esperamos.