El bar de la esquina

Antonio Reyes

Madrid: el crematorio

Desde hace más de treinta años, Madrid no es más que el centro neurálgico de la corrupción más rancia de este país

En verdad os digo que me cuesta la misma vida pensar en Madrid como ese territorio magnífico e histórico al que todo el mundo debería ir una vez en la vida y, allí, darle vueltas a la Cibeles en un recogimiento espiritual y cultural, acompañado de la turba peregrina que ha cumplido el mandato sagrado de comprobar que es cierto aquello de que «Madrid es España dentro de España».

«Tratar a Madrid como al resto de comunidades es, a mi juicio, muy injusto. Madrid no es de nadie porque es de todos», declaró en su momento la santa pontífice, dueña y señora de la libertad. La idiotez y el despotismo nada ilustrado más trumpista visto jamás fuera de USA. Hombre, a nadie se le escapa que en Madrid hay libertad, faltaría más, pero exactamente la misma que en cualquier otra región española, sin necesidad de hacer tantos aspavientos ni de apoderarse de la palabra más sagrada, quizá, de toda la cristiandad, estrategia habitual de quienes esa misma libertad les toca las narices, por mucho que cacareen en público una propaganda que más bien parece querer decir todo lo contrario.

Desde hace más de treinta años, Madrid no es más que el centro neurálgico de la corrupción más rancia de este país. Y solo en esa fábrica de ideación de los manuales sobre «cómo ser un corrupto de manual», es donde pueden poner el ojo las grandes corporaciones. ¿O acaso creéis que las grandes empresas, habituadas a llenarse las alforjas con dinero de todos se va a instalar en otros regiones donde el control financiero y fiscal sea el justo? Ni locos. No hay empresa ni empresario patrio que se haya hecho rico siguiendo los designios que marca la Agencia Tributaria, ni uno solo. La permisividad institucional con esta gente ha sido la alfombra roja que ha precedido a la corrupción histórica que sigue campando a sus anchas por aquí.



Es cierto que no se puede tratar a Madrid como al resto de territorios, ya que es el huerto donde todas las semillas corruptas echan raíces con el consentimiento de sus gobernantes y los cómplices necesarios para que estas germinen: sus votantes. Madrid no se diferenciaría de ciudades como Valencia, Barcelona, San Sebastián, Sevilla o Málaga si no fuese porque es en la capital del reino donde se extiende una alfombra roja donde todos quieren exhibirse. Las grandes empresas conocen lo que ahí se cuece, así que nada, qué  van a pensar si no hay trabas ni controles legales que paren los pies a la corrupción. Básicamente, porque Madrid es corrupción, falta de control institucional y fiscal. En definitiva: un paraíso fiscal disfrazado de tierra de oportunidades. Que también lo es, pero solo para aquellos que tienen como máximo dios al dinero sucio y fácil, muy fácil.

Y es aquí donde la enfermedad se empieza a extender por el resto del territorio, porque no son pocos políticos afines quienes ponen como ejemplo la gestión de esta comunidad. Ni se esconden ni lo pretenden, porque, ¿para qué? Si la santa pontífice capitalina marca el ritmo y nadie le sopla la oreja, pues adelante. Venga, abramos pues las puertas del dinero de todos para que unos pocos se hagan millonarios a costa de la salud, la educación y las adjudicaciones con el dinero que debería servir para crear una sociedad mejor, más saneada en aras el bien común. Y si de paso alguien consigue convertirse en ejecutivo de una importante empresa sanitaria, pues miel sobre hojuelas. ¿Algún ejemplo? Pues este mismo, el del ex gerente del Servicio Andaluz de Salud, que tras prorrogar durante dos años y medio los contratos de emergencia con clínicas privadas sin publicidad ni concurrencia (243 millones en total), ha fichado por Asisa, empresa que se llevó el 18% de esta cantidad, 43,6 millones del ala y con la que acaba de fichar como director médico en Andalucía. Este es el estilo de gestión pública de esta gente: el dinero público no es de todos, sino solo de esos pocos. Parásitos empresariales, ni más ni menos.    

¿El bien común? Te quieres ir por ahí ya. ¿Qué eres, el típico tonto que cree que aquí «To er mundo es güeno»? Hombre, pues por ahí deberían ir los tiros, ¿no? Pero vamos a ver, alma cándida. ¿En qué mundo vives? ¿Dónde has estado los últimos lustros, escondido en una cueva? Piensa por un momento por qué solo han caído cuatro cabezas de turco y no toda la tribu. ¿Qué magistratura ni magistraturo? Las sombras de los cipreses madrileños son alargadas y tocan todas las capas, que no se pueden dejar cabos sueltos en la tierra de la libertad, no vaya a ser que de tanto cacarearlo, ahora resulte que la libertad no llega a todas las casas, no sea que algún iluso crea que en Madrid todos pueden llegar a tener un Jaguar, un Maserati o un piso donde quepa con olgura una familia con tres hijos. Hasta ahí podíamos llegar, ignorante.

¿Qué pasa por la cabeza de esas personas que sienten que solo ellas están destinadas a saborear las mieles del clasismo más ancestral, pasear por Serrano o Chamberí con aires altivos y mirar con desprecio a los curritos? Pues vete tú a saber. Yo creo que lo que les hace ser así de especialitos son los sueños de tener siempre alguien a quien pisar, engañar y hacer creer que en Madrid todos los sueños se cumplen, seas un rentista o un heredero con suerte. Pero ten en cuenta algo esencial: si no estás dentro de la hermandad del silencio, jamás llegarás a esa meta que hace que mojes tu entrepierna con la erótica del poder y de la creencia de que un día de estos, al bajar al garaje, encontrarás el premio a tu sumisión a la lideresa.

En un futuro no muy lejano se organizarán rutas turísticas para curiosos y personas realmente de bien. El eslogan, qué te digo yo, podría ser este: «del Madrid de los Austrias al de los Ayuso». O uno mejor: «del pelotazo del ladrillo al de la sanidad». No creo que falten tampoco visitas en bus como las que se hacen en Hollywood para visitar las casas de los famosos: «Allí pueden ver el famoso ático donde la señora tal vivía con su pareja» o «donde ahora pueden ver un edificio de nueva construcción, estaba hace tiempo la sede del partido cual, cuya renovación se pagó con dinero negro sacado de mordidas, de nuevo, con dinero que vino de su bolsillo y del mío».

Supongo que los turistas no podrán ver a nadie de los que hablan los viejos manuales de corrupción, ya que no está sobre la mesa que las puertas de Soto del Real se abran para visitas organizadas, como quien ve a los animales en el zoo. Pero todo se andará, todo se andará.