El duende del callejón

Mari Ángeles Solís

La paz que me aleja de ti (Caserías)

Mientras cierro la puerta de cuarterones, pienso que al amanecer he de revisar la chimenea. Por si septiembre se tuerce…

Mi mirada tropieza con los paisajes de los que el olvido se ha hecho dueño. Agosto se ha marchado con sus torpes tormentas en la sierra y el camino a la ciudad vieja se torna en sierpe.

En estos días, a mí me gusta amarla desde fuera. Tomar cierta distancia de su corazón y observar su figura plena de sabiduría. La sombra es buen reposo para las almas errantes. Vago por los caminos como si fuera un fantasma. Como un fantasma que apenas recuerda cuando fue hombre, ni siquiera poeta. Ya solo soy sombra. Una sombra alargada, como la de los cipreses que aguardan mi regreso en cada septiembre.



El sol va buscando su reposo. Las tardes son casi el palpitar de una esquina. Pues los faroles parpadean cuando el canto de los niños en las plazas se convierte en despedida. Me gusta septiembre porque me ayuda a olvidar. A veces se agita violento cuando en mi garganta pretende ser mano fría que aprisiona mi aorta. Pero ya nada puede matarme si sobreviví a su desprecio, si me sepultó su amor.

Los olivos acarician la piel tersa del niño que acaso un día fui. Y arañan los surcos del viejo que renegué. Ya nada me importa. La nostalgia se ha convertido en esa fiel compañera que siempre está. Ese amante que no falta a la cita del oscuro callejón. Esa niña que vio naufragar su barco en el agua de la fuente.  La nostalgia siempre está.

Camino lento. El silencio ya ha poseído mi cuerpo. Mis ojos cansados vislumbran los poyos de la lonja. Buen lugar para descansar de la fiebre del sendero. Los almendros susurran piropos a los muros de piedra que se crucifican cada mediodía mientras las rejas de las ventanas los abrazan. He alcanzado este descanso tan ansiado, tan merecido. Este final ya escrito.

Mientras cierro la puerta de cuarterones, pienso que al amanecer he de revisar la chimenea. Por si septiembre se tuerce… y qué bonito ver el campo sumido en esta paz. Mañana iré a ver las almendras que dejé en el terrado. Mañana. Estarán plegados los lienzos de la última recogida. Mañana. Mañana amanecerá y no será una broma macabra. Yo la sigo amando pero desde fuera. ¡Cómo amo su silencio! Al pasar por las Peñas de Castro recé una oración por su alma, como si allí habitara un dios. Que el cielo me perdone. Pero es septiembre y mi corazón languidece. Pero es septiembre y necesito paz.

Me gusta amarla de lejos, inundada de silencio. Me gusta amarla de lejos… Que el cielo me perdone pero, a veces, yo también necesito morir rodeado de paz. Septiembre amanece y las Peñas de Castro me escuchan llorar.