El ocaso de los perdedores

Rubén Beat

Ética paisajística

Para saber gobernar hay que saber vivir antes, pero no a costa de los/as demás sino del propio trabajo y la solidaridad

El hombre y la mujer son un enigma y un acertijo. Si bien estamos hechos/as y consolidados/as con el material con el que se hacen los sueños, como decía Shakespeare, también el oxígeno, el agua y el hierro forman parte de nuestra morfología interior.
Como bien pudiera admirarse cada ser humano es un paisaje en constante movimiento en las mejores ocasiones, y en las peores, paisajes férreos y petrificados por la falta de flujo vital. Y es que un paisaje fijo como una pintura o un mural, pueden llegar a ser bellos y profundos en un instante, y admirados por ello. Pero están destinados a ser custodiados en museos o en muros, perdiendo todo reflejo de variabilidad. Mientras que un paisaje vivo y multiforme contiene en sí mismo las respuestas a las inclemencias de la vida.
El cambio es una constante en la naturaleza, el tiempo una variabilidad, y la forma, variable también en su conjunto, contiene en sí misma la suma y resultado de la naturaleza y el tiempo.

Nuestro ser, nuestra mente es así, constante, variable y contenida en una forma definida por la naturaleza y el tiempo.

El hecho físico, nuestro cuerpo está en continua transformación, siempre está en proceso de autorregulación y dirigido siempre hacia su objetivo último: la culminación del desarrollo físico corporal a través del tiempo y su consecuente desaparición. ¿Por qué la naturaleza piensa así? Sigue un ritmo, una variabilidad y decide hacerse desaparecer en un objetivo último, a nuestra percepción, la muerte.



Hay quien dirá, en un gesto propiamente negativo, que la naturaleza no piensa. Este no es el caso.

Ahora bien, en nuestro desarrollo personal estamos regidos por nuestras propias variables, nuestros pensamientos y acciones, y en el desarrollo social no se puede decir ni afirmar que estemos regidos por inteligencias superiores, dado a que al menos la mitad están corrompidas por el orgullo, la vanidad, la avaricia y el egoísmo; todo en exceso. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué es el poder?

La tendencia a la dominación y al control de las variantes. El ejercicio de gobernar es el ejercicio de la inteligencia.

Cuando una mente se corrompe y cree hacerse objeto útil de inteligencia regidora, cree tomar la forma de una gran mente, esta es la tendencia y este el resultado y la variante del poder. Adquirir la forma de una gran inteligencia o gran mente. Claro que el exceso de ambición junto al exceso de orgullo, echan por tierra cualquier atisbo posible de inteligencia.

Imperios, dinastías, épocas enteras desaparecen y nos dejan un hilo de memoria al que llamamos Historia. Todos los que se han creído tan grandes y orgullosos han desaparecido sin dejar un sentido propio de su existencia. Estúpidos humanos dirían desde fuera y desde otra perspectiva, refiriéndose claro está a los gobernantes de aquellas épocas pero ¿y en esta época?

Para saber gobernar hay que saber vivir antes, pero no a costa de los/as demás sino del propio trabajo y la solidaridad. Pero nosotros/as pocas veces hemos tenido gobernantes, salvo corruptos engreídos y faltos de disciplina social.

En la pasada legislatura y en la que se avecina, podemos atisbar la clase de ética que necesita un país y una sociedad. Una ética paisajística junto a una joven como tan vieja, ética social.