Cada tarde, cuando el sol se envuelve y tiembla bajo ese color anaranjado del ocaso, José bajaba desde la Casa del Guarda por el senderillo de la fuente al área recreativa de la Cañada de las Hazadillas. En aquellos tiempos, normalmente no quedaba nadie a esas horas, excepto algún que otro loco montañero refugiado en su antigua “Susana” (nombre que mis amigos y yo dábamos a nuestras tiendas canadienses. Hubo Susana I, II, III y aún conservo la IV como reliquia). José se acercaba a nuestra tienda de campaña, nos saludaba, nos daba los mismos consejos de siempre y nos hacía partícipes de alguna que otra tarea de vigilancia. Luego, arrancaba su moto, la que él llamaba cariñosamente La Chicharra y se perdía en las curvas serpenteadas entre pinos con dirección a su casa.
La Cañada de las Hazadillas es el área recreativa más conocida por los jiennenses amantes de un día de campo. Desde allí podemos hacer desde una pequeña excursión por los alrededores o como punto de partida de variadas rutas senderistas, como es el caso de la subida a la Cruz de Chimba.
Llegamos a la fuente donde aún resuena el eco de La Chicharra de José, con su mirada traviesa y sonrisa burlona. Justo por encima, sale el sendero que sube hasta la Cruz de Chimba.
¡Ay, la Cruz de Chimba! Aquella era una época en la que casi nadie conocía su localización, más aún, nadie sabía que existía aquella antigua caseta de vigilancia forestal. El tiempo y la naturaleza habían formado un pacto para entretejer unas redes camaleónicas difuminando aquella antigua senda. Éramos pocos los elegidos con acceso a ese secreto guardado, pues había otras formas de llegar. La más sencilla y expuesta, la del camino forestal que subía hacia Palomares y que, tras un desvío, ascendía hasta los llamados llanos de Navalopos. Un camino que termina sin más y si no conocías la ubicación del refugio, tenías que dar muchas vueltas hasta encontrarla.
Llegar con un haz de leña bajo el brazo, la mochila calada en los hombros formando como un ser mitológico todo en uno y las ganas de llegar a ese monumental precipicio. En los días de niebla podríamos creer encontrarnos en el final del mundo y en los despejados, veremos el maravilloso Valle de Otiñar, la monumental Pandera abanderada con la fealdad de las antenas, el Ventisqueros moldeando el Pantano del Quiebrajano y al fondo, como si fuera una maqueta en miniatura, Jaén bajo la sombra de su castillo formando un trono para su reina la Catedral.
Cenamos y, ¿por qué no?, nos tomamos un trago del suspiro de los dioses guardado como genio oculto en su lámpara, pero en forma de petaquilla. Pedimos nuestros deseos y las estrellas nos gritaron una a una su adivinanza de la noche. Tal vez, nos pasamos de sorbos o nos sobraron deseos.
La Cruz de Chimba hoy día es un lugar de peregrinación de los amantes de la montaña. Podemos ver a niños y mayores acompañados con sus mascotas para asomarse a uno de los rincones de la Sierra Sur más queridos. Allí encontraréis una placa dedicada a José Luis Parras (Pepe Cumbres para los amigos), que nos dejó hace unos años. Bonito homenaje el dejar un pedacito de su memoria en un lugar donde tantas veces se había asomado a observar la tierra de sus ancestros.
José, el guarda forestal, también hace años que ya no está entre nosotros. La Chicharra la tuvo un tiempo su hijo Francis para subir y bajar del trabajo y nosotros, al menos subimos una o dos veces al año para compartir sueños con las estrellas y morder el tapón de la petaca trasroscada por el paso del tiempo. Al final, conseguimos desenroscarla y beber unos sorbos con los pies colgados hacia el abismo. Brindamos por Luis (el Kayser), José Luis y José y por tantos locos que hemos peregrinado en vida para asomarnos al abismo de esa montaña y su balcón hacia el mundo.
Nos vemos por las sendas de Jaén, no te pierdas… O sí.