Quedan tres kilómetros para llegar al final de la ruta del río Borosa. Sin duda, los tres kilómetros más duros, cuyo desnivel tendremos que superar con gran esfuerzo si queremos llegar a una meta inigualable. Sabemos que la vuelta será casi toda cuesta abajo. La mochila no llevará el peso de los bocadillos, de la fruta ni de las chuches que nos han permitido recuperar el azúcar perdido. Pero también sabemos que hay que retroceder todo el trayecto acumulado con unas piernas cansadas, aunque con la mente cargada de toda la positividad que nos regala la Naturaleza.
Estamos en la cumbre del sendero. Cruzamos unos túneles que nos transportarán al otro lado de la montaña, y como en una de las historias de Julio Verne, tras atravesar el oscuro pasadizo, nos encontraremos ante un paisaje diferente y maravilloso. Hemos llegado al Embalse del Aguas Negras.
Desde el principio de este sendero nos hemos ido deleitando con grandes sorpresas paisajísticas: el Charco de la Cuna, el de la Gracea, la Cerrada de Elías y la consecución de cascadas que, a la vez que nos rompen los tímpanos con su estallido, nos convocan la mente a participar de un desprendimiento de emociones empapando no solo nuestro cuerpo, también nuestra vista.
Sí, sé que estamos en la ruta más visitada del Parque Natural de las Sierras de Cazorla,, Segura y las Villas. Unos, un poquito del trayecto, otros, hasta la misma Laguna de Valdeazores complementando toda la ruta, pero el gran premio, el gran regalo de la montaña es atravesar el túnel Picón del Haza y encontrarnos con el Embalse del Aguas Negras.
Borboteando desde la tierra nace el río que dará nombre al lugar, se remansará en la presa y formará una de las lagunas artificiales más hermosas de la Península Ibérica. Nos transportará a paisajes alpinos en el sur de España, aunque a mí me transporta a la imaginación de un niño que, tras perder una gran cometa con la que estaba jugando, la encuentra entre montañas con las nubes impresas en toda su dimensión. Otras veces, veo a un gran Cíclope acostado y triste, cuyo ojo se ha quedado abierto, para regalar sus lágrimas en forma de cascadas.
Son muchas las ocasiones en las que este loco del sendero ha subido hasta el embalse y no ha dejado de visitar también la laguna de Valdeazores, como traca final del trayecto de ida. Siempre ha dicho que es la última vez que lo hace, pero siempre se ha sorprendido. Unas veces por la niebla, otras, por exceso de agua cayendo por todas partes; el calor ha endurecido alguna vez la subida y la lluvia nos ha calado hasta los huesos. En una ocasión fue la nieve la que nos impactó dejando un manto blanco bajo nuestros pies. Hemos visto cruzar grandes ciervos de una orilla a otra del río, nos ha seguido algún que otro zorro con la intención de pillar algo de comida, cosa que no debemos hacer nunca. Los animales salvajes son eso, salvajes. Si les facilitamos la comida, como es el caso del zorro que, astuto, nos mira con carita de perrito hambriento, no les hacemos ningún favor. Llega el tiempo duro de la Sierra, cuando en días e incluso meses, no llega nadie a lugares remotos y escasea la comida. Pierden el hábito de la caza, de la depredación ingeniosa, de buscar huevos en los nidos e irremediablemente mueren de hambre. Por otro lado, como antes he comentado, son animales salvajes que pueden atacar mordiendo y arañando con la complejidad que puede provocar desde la rabia a infecciones peligrosas.
Los olores también cruzan de un lado a otro el río. Las cascadas nos traerán brisas con olor a lluvia por esas diminutas gotas que salvajemente se estrellan de un lado a otro de las orillas. Los pinos absorben la humedad cercana y se convierten en el ambientador perfecto del camino.
Si eres senderista,
te gusta la montaña, los lagos, cascadas y
ríos, al menos una vez en la vida debes de subir el sendero del Río Borosa y
saborear cada momento, cada paso del camino, hasta llegar al gran premio final:
el Embalse de Aguasnegras. Y si seguimos caminando haciendo un poco más de
esfuerzo, alcanzaríamos la Laguna de Valdeazores, disfrutando de dos
maravillosos parajes de nuestro Paraíso Interior; un gran regalo final para los
sentidos. Sí, sé que hay que volver, pero es casi todo cuesta abajo, ya lo he
dicho, así que sigue disfrutando. Los paisajes cambian en la subida siendo diferentes
en la bajada recobrando perspectivas que se nos hayan escapado en la ida.
Si vas de prisa, el río se apresura.
Si vas despacio, el agua se remansa.
Ángel González
Nos vemos por las sendas de Jaén. No te pierdas… O sí.