Le pregunto a mi nieta Inés (10 preciosos años), forofa futbolera y futbolista ella misma, su opinión sobre el asunto Rubiales y me dice: “Está muy mal porque la chica es una jugadora, joven y guapa, y el Presidente, que es feo, calvo y mayor, tiene el control y es el que manda. Es un abuso de autoridad y, además, la chica no le dio permiso.” Mi nieta -así lo quiso y lo hizo- vio por TV, en un bar, rodeada de otros aficionados y vestida con la camiseta de España, el partido en el que la selección femenina de fútbol se proclamó campeona del mundo. Después ha venido todo el lio, los reproches, las condenas, la dimisión que no se produjo, las denuncias y la suspensión, y una extraordinaria y positiva reacción de la Sociedad en su conjunto.
En todo este sublime esperpento (cuando escribo esta nota -lunes, 28 de agosto- la noticia es, además de lo ya conocido, que la madre de Rubiales se ha encerrado en una iglesia de Motril declarándose en huelga de hambre hasta que se arregle lo de su hijo…) la opinión infantil de mi nieta Inés es juiciosa y tiene criterio porque el abuso de autoridad, como ella define lo ocurrido, se produce cuando un superior se prevale del cargo y de la condición que ostenta y se aprovecha de otra persona que está en situación de subordinación. Y no hablemos si el cargo es público o el abusador es autoridad…
Permitidme una reflexión que no es nueva: como Sociedad, nuestro rearme moral vendrá por el triunfo de tres revoluciones pendientes: la Ética, de la que tanto se habla y se presume y por la que tan poco hacemos; la Educación, porque liderar es educar, y la gran revolución pendiente, la revolución de la Mujer -como hace algunos años escribí al alimón con mi hija Tíscar, y así tratamos de aplicarlo en nuestra familia- “para ocupar el papel que se le ha negado desde hace siglos en la Sociedad; un escenario donde es igual al hombre: a nivel económico, político, afectivo, social y sexual. La Educación y nuestra propia responsabilidad deberían conseguir que la revolución de la mujer (una lucha por la igualdad, los derechos humanos y la libertad) sea común: de las mujeres y de los hombres, y que todas las personas están obligadas a apoyar, sostener y formar parte activa de este cambio de paradigma y funcionamiento social, donde deje de explotarse a la mujer no solo físicamente, sino también en el hogar, en la infancia, en los trabajos, en la belleza...
Todos ganamos en la medida en la que nos rebelemos, no contra el hombre, sino contra el patriarcado que genera relaciones de poder y no de colaboración. El hombre puede así recobrar también su sensibilidad, el permitirse sentir. Y ser compañero en lo vulnerable, en los afectos, en el cuidado y en la fuerza. Este sistema nos ha roto a todos, anulando partes de nosotros que necesitamos para ser más completos como seres humanos. Las características femeninas y masculinas nos pertenecen a todos, no son una cuestión de género.”
Los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas (“no dimito, no dimito, no dimito…” decía Rubiales) son los que -aunque se lo crean y presuman- no han ido nunca a ninguna parte, que le vamos a hacer. Al ahora suspendido presidente de la RFEF y vicepresidente de la UEFA le han llamado de todo, menos lo que es, un paleto. Y Antonio Machado nos enseñó que “el paleto perfecto es el que nunca se asombra de nada; ni aun de su propia estupidez”.