Tengo que confesar, y confieso, que he cambiado. Como ahora se dice, la necesidad obliga y, por tanto (Pedro Sánchez dixit), hay que hacer de la necesidad virtud. Nunca en mi vida he aceptado cargos políticos, ni mi nombre se ha incluido en ninguna lista electoral a pesar de los diversos ofrecimientos que recibí; nunca he militado en partidos políticos, aunque si creo tener un amplio currículo de colaboración y compromiso ciudadano porque creo en la importancia de lo público y en la necesidad de trabajar por el bien común, es decir, por la satisfacción de las necesidades humanas. Soy seguidor furibundo de aquella conseja que nos dio Cicerón en su “De officiis”, sobre los deberes, una hermosa reflexión que a modo de epístola moral dedicó a su hijo Marco haciéndole partícipe de sus profundas convicciones éticas. Cicerón predicaba que el conocimiento de las cuatro virtudes cardinales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza- debe llevar implícito un conjunto de compromisos personales y sociales: honestidad, como parte de nuestra conducta vital; solidaridad, como exigencia y obligación si pertenecemos a una comunidad (algo que ya había apuntado Aristóteles) y, por último, la participación activa en la vida de la “polis”…
Ha llegado el momento. Nuestros dirigentes políticos han hecho posible (a ellos les da igual, o eso parece) que el mundo se polarice hasta el extremo de que, en función de nuestras inquietudes políticas, nos neguemos el pan y la sal unos a otros, nos despreciamos sin recato si nuestras posiciones no coinciden y nos escondemos detrás de nuestras inamovibles creencias. Las redes fecales no ayudan ni ayudaran a solucionar la cuestión y menos aún los medios de comunicación, escorados sin remedio a posiciones irreductibles, también económicas. Hasta la pertinaz sequía es hoy tema de enfrentamiento no ya con adversarios sino con amigos o familiares. En muchas mesas y reuniones para que todo transcurra plácidamente, ya no se habla de política. Está prohibido.
Hay soluciones. El Roto, por ejemplo, proponía en una gran viñeta publicada hace algunos años soluciones para salir de la crisis, sea la que fuere: hacerse rico, hacerse aún más rico o salir corriendo. Descartadas las dos primeras, por razones obvias, y huyendo del cansancio que me provocaría correr, he decidido tirar por la calle de en medio: Voy a escribirle a los principales responsables políticos españoles (en 1977 le escribí a Adolfo Suarez exigiendo democracia y Constitución en España y, mira por donde, tenemos democracia y Constitución) para pedirles sentido común, que no es otra cosa que el sentido de la realidad; rogarles que dialoguen y, como siempre se ha dicho, que tengan altura de miras, es decir, trabajar con espíritu abierto, dejando de lado rencillas y críticas, teniendo en mente un bien superior. Y, además, como escribió Borges en “Los Conjurados”, olvidando las diferencias y acentuando las afinidades.
Y, en esas estoy. Como los políticos tampoco me harían caso sea cual fuere la cosa que les dijera, he decido recomendarles que se regalen estas Navidades no una flor de Pascua, sino una maceta con su correspondiente sansevieria, también llamada lengua de suegra probablemente por la semejanza de sus largas hojas con la lengua -larga/afilada también- que se atribuye a las suegras charlatanas que critican a sus yernos/nueras.
Siguiendo la filosofía del Feng Shui, la sansevieria -originaria de África y Asia- es muy apreciada por su valor ornamental y sus propiedades medicinales y utilitarias y, además, proporciona equilibrio y armonía entre los habitantes de una casa, un palacio, la sede de un partido político, el Parlamento, o lo que sea, y su entorno. Eso sí, la planta en cuestión, siendo mágica, necesita su lugar ideal: no debe colocarse en sitios donde se trabaje porque, al ser tan poderosa, puede bloquear la productividad; tampoco en los salones porque los elementos de madera absorben la energía y mucho menos en los baños porque son lugares muy hidratados donde se producen fugas de energía y las buenas vibraciones de esta planta desaparecerían con facilidad. El mejor sitio para la sansevieria es la entrada de la casa, protegiendo el lugar de las malas vibraciones y limpiándolo de la mala energía. ¿Se imaginan Congreso, Senado, las sedes del PSOE, PP, Vox, Sumar, palacios de Moncloa, Zarzuela, sedes de los tribunales y etc. llenos de macetas con lenguas de suegra? Y, además, estas plantas solo necesitan gelatina para crecer y poco riego, una o dos veces al mes cuando la tierra esté seca, y un buen drenaje. Coser y cantar, pero también dialogar que, como nos enseñó Machado (lo he escrito tantas veces…), es fácil: preguntad primero; después, escuchad.