No recuerdo cuándo fue la primera vez que me extrañó ver un corazón de neón por la carretera. Supongo que cuando somos niños, todo lo que tiene colores y es luminoso nos llama la atención. En ese momento se enfrentaron mis padres a una de esas preguntas incómodas, desde el asiento trasero, una voz agudita de la niña curiosona pregunta por esos corazones de neón. Tampoco recuerdo cual fue la respuesta, pero, para mí, los corazones estaban asociados a Hello Kitty y a las piruletas. Años después, cuando supe que aquellos bares de carretera no tenían nada que ver con Kitty, me pregunté quién habría sido el incongruente, incoherente o irónico que pensó que un corazón era un buen reclamo para un prostíbulo, como si se vendiera amor, como si allí sobrara el amor…
Tampoco sé cuándo fue la primera vez que me pregunté cómo se explica que vivamos en un país autodenominado laico (artículo 16 de la Constitución), pero tengamos vacaciones en Semana Santa y Navidad. No será esta una columna para negar la celebración de estas fiestas, no voy por ahí, es solo que soy preguntona y curiosona, y mi voz sigue siendo bastante agudita. Me pregunto por la confusión que deben sentir los niños de ahora. Al pasear por la ciudad veo Papás Noeles, ciervos, casitas nevadas; balcones con luminosos de carretera, pero poco rastro de la historia que celebra la Navidad. La del nacimiento del Niño Jesús. Porque Jesús es un personaje histórico, y, el señor de rojo, es una creación del Imperio Coca-Cola abanderando unas semanas de macroconsumo.
Me gustaría hacer una encuesta a los niños que ven la cabalgata de Reyes. Que me explicaran su diferenciación entre Santa Claus, los Reyes Magos, el Niño Jesús… ¿Qué relación hay entre el pesebre y el trineo? ¿Entre los pastorcillos y el grinch? No creo equivocarme si aventuro que la liga roja ganaría por goleada a la que motiva las fiestas. “Tú pon luces, que es Navidad”, y da igual si son colores bonitos, da igual si no hay nada que haga referencia al motivo primero de la celebración, da igual si ponemos trineos aunque ninguno lo hayamos usado, da igual que pongamos copitos de nieve en un Jaén de manga corta en diciembre. A mi no todo me da igual, si os digo la verdad, la fiesta que más me gusta es San Antón, y las luces que más me ciegan son las de las antorchas que iluminan una ciudad sin necesidad de credo ni consumo. Por un año con más corazones y menos leds.
PS: para las personas que programan música en esta ciudad y no se les ocurren mujeres, me permito recomendar a The Hinds, Menta y Sego.
The Hinds:
Shego:
Ofiuca Nunca: