La chapa

Carlos Oya

Comilona infernal

El tiempo se estira como un chicle pegajoso entre Dyc Pepsi y Dyc Pepsi

El infierno es un lugar en el que la gente te coge del brazo y todos los días hay comida de empresa. Tras un sondeo informal uno llega a la conclusión de que a la mayoría de la gente no le hace mucha gracia tal evento pero todos asistimos (yo el primero) resignadamente como algo un poco molesto pero ineludible tal como la declaración del I.R.P.F. o una visita al dentista. Una cuestión vital, asegúrense de llegar al menos un cuarto de hora antes o al menos puntual pues si llega tarde verá el único asiento libre al lado del vampiro síquico que tiene toda plantilla. Usted intentará darle conversación pero su laconismo y la negativa a dar pie a cualquier réplica hará que busque refugio en el vino. Si es afortunado no habrá berenjenas con miel en el menú y podrá picotear hasta la llegada del plato principal cuando ya uno está en tercero de Gargantúa, más birra, más vino…Gente que no pide postre se come la mitad del tuyo, en los conciliábulos de fumadores de la calle se pone a parir a los de dentro, café, una copa de cava que por regla general a nadie le gusta y váyanse levantando que abrimos dentro de una hora. La salida al exterior confirma que la ciudad ha sido tomada por colegas comensales algunos muy pasados de rosca. Luces en barbas, cuernos de reno sobre cabezas de presidentes de sucursales bancarias, un tren de navidad homicida recorre la ciudad al redoble de una campana forjada en el Averno. Se escucha “El burrito sabanero” (por cierto ¿qué bemoles es un “burrito sabanero”?) muy fuerte y me causa la misma sensación que una sirena avisando de un inminente bombardeo. Buscas refugio en el antro más cercano donde escuchas a un tío con voz de idiota cantando cosas propias de un idiota, alguien me dice su nombre y yo me aterrorizo pues coincide con uno de mis poetas favoritos de todos los tiempos. Hombres sudorosos a los que sus esposas les han dado un pase “per nocta” tiran los tejos a camareras que aguantan estoicamente sin saber quién es Séneca. El tiempo se estira como un chicle pegajoso entre Dyc Pepsi y Dyc Pepsi. Buscas el momento como un francotirador soviético. Ahora. “Voy a echar un «cígar»”. Sus engranajes mentales evolucionan lentamente para cuando una chispa fugaz de lucidez los ilumine con “Pero si Carlos no ha fumado en la vida” ya estaré lejos, en mi cama, inaccesible a que me inviten a otro cacharro usando el chantaje sentimental.