La chapa

Carlos Oya

Farolillos

Los antiguos egipcios iniciaban el año en el solsticio de verano con la primea aparición en el horizonte de Sirio (orto heliaco) que señalaba el inicio...

 Farolillos

Foto: EXTRAJ AÉN

Solsticio.

Los antiguos egipcios iniciaban el año en el solsticio de verano con la primea aparición en el horizonte de Sirio (orto heliaco) que señalaba el inicio de las felices inundaciones del Nilo. Este año computaba 365 días y no intercalaba días bisiestos por lo cual el calendario oficial se retrasaba del solar un día cada 4 años y había que esperar la friolera de 1460 años (denominado ciclo sotérico) para equipararse al real de tal forma que a la mitad del ciclo fiestas de origen estival se celebraban en invierno y viceversa. Aunque nuestro calendario actual (el gregoriano) sí que se ajusta al solar por la intercalación de bisiestos esto parece no ser óbice para que algunos eventos se descuadren e incluso se alarguen con la idea de crear un cinturón de acontecimientos “sin solución de continuidad”. Así en Julio ya tenemos anuncios de la “Vuelta al cole”, la fiesta de “Halloween” de no existir ahora dura una semana y la guinda , superior a todo lo anterior : las Navidades, que según este nuevo calendario van desde el fin de Halloween hasta el 6 de enero ( o San Antón si eres de Jaén). Así que tren navideño, villancicos sí o sí en cualquier sitio, en cualquier lugar y luces, muchas luces, una hemorragia de luces, luces por un tubo (de neón, supongo). Luces que en teoría festejan una fiesta religiosa pero despojadas de cualquier elemento que en lo más mínimo recuerden a la religión para no ofender a los no religiosos que celebran esta fiesta religiosa. En plena crisis energética, instalados en la incertidumbre, con un gobierno que nos aconseja ( hasta que nos obligue) moderar el consumo de luz ahí están los municipios ( con las salvedades de turno) a cual más cateto (aquí la palma se la lleva de nuevo Vigo y su inefable alcalde que lo mismo te presenta un grupo de rock como si lo hubiera pagado él mismo de su bolsillo para la boda de su hija que se marca un break dance o baila «Despacito» ante nuestro ojo atónito) con unas calles ahítas de bombillas y luces L.E.D. hasta decir ¡basta! pero como las calles no suelen hablar más luces en una espiral de “horror vacui” y llega un momento en el que no sabes si estás en una ciudad o en un parque temático dedicado al lenocinio. Justificaciones dos, ambas ofensivas a la inteligencia. La primera, que las luces son necesarias para que la gente salga a comprar. Está el perro de Pavlov que al ver la sirena segrega saliva y el ciudadano medio que ve una luz navideña y sale compulsivamente a tirar de tarjeta. Como toda simplificación tiene algo de verdad. Y luego mi favorita que viene a decir que son luces de bajo consumo y apenas gastan y aquí de nuevo estamos en “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Obviando lo oneroso o no de la cuestión (que según ellos son mínimas pero para una familia que tenga como único recurso el ingreso mínimo vital son un oasis) estamos en el debate de siempre: la ejemplaridad. No es una cuestión económica. Es el gesto, como bien sabe Cyrano. Que como bien dicen algunas familiares y amigas:“ No tengo el chichi pa farolillos”.