La chapa

Carlos Oya

La fuerza de la costumbre

Hasta la tilde se politiza: “Tildar o no tildar, he ahí la cuestión”

Motivos personales me han alejado de mi columna semanal durante quince días. Y ahora me las estoy viendo negras para escribir este artículo. Lo he intentado con varios temas pero finalmente se desinflaban y no daban para más de cuatro o cinco líneas. Lo he intentado con el sempiterno Tito Bernie, otro fruto casposo de ese frondoso árbol con raíces arraigadas secularmente a este terruño que ya antes nos había brindado otros integrantes de este panteón cutre a la par que siniestro como “el pocero”, “el rey del cachopo” o “el bigotes”. Me ha venido a la sesera Bernie Taupin, el letrista de los mayores éxitos de Elton John o Bernie Wrightson el gran ilustrador de terror. Y poco más. Luego lo he intentado con una diatriba contra los bancos y esa cara de cemento que gastan cuando anuncian sus pingües beneficios con el mismo júbilo con el que se lee una guía telefónica y hablan de sinergias y resiliencias para justificar sus ganancias de las que parte proceden del despido de trabajadores y venta de inmuebles (sucursales) dejando a los pueblos huérfanos de actualizadores de cartillas. Poco más pude exprimir.

Por otro lado llegué a la conclusión de que si un día al lobby terraplanista hay que pararle los pies los de Podemos dirán que la tierra es más plana que una carpeta de cartón con tal de que sus votos no coincidan con los del P. P.

Se edita en español una antología de la correspondencia de H. P. Lovecraft y que un señor llegue a escribir 35.000 cartas (a 15 por día) me llena de asombro. Hasta la tilde se politiza: “Tildar o no tildar, he ahí la cuestión”. Una “inteligencia artificial” consigue crear otra “inteligencia artificial” que se encargue de las chominás que le encargan los simples humanos. Mucho 28 F, mucho 8 M pero ni una mención al 23 F, total, sólo la democracia estuvo en peligro. Con todo no consigo levantar un armazón que resista el peso de las argumentaciones, las pesadas cadenas de las oraciones subordinadas, la lectura entre líneas. Todo se desmorona. Como una tortilla mal hecha, el castillo de naipes, un helado con cuatro bolas o el Mausoleo de Halicarnaso. Borrar todo. Comenzar de nuevo. Quizá desde otro ángulo: “Motivos personales me han alejado de… “